El resultado de las elecciones presidenciales del 27 de mayo en Colombia (Iván Duque, 39%; Gustavo Petro, 25 %; Sergio Fajardo, 23%; Germán Vargas Lleras, 7%, y Humberto De La Calle, 3%) dejaron abierta la posibilidad de victoria de los dos candidatos que alcanzaron la segunda vuelta. La derecha de Duque y Vargas Lleras tiene un caudal de votos ya ganado (46%) que fácilmente puede llevar al primero al Palacio de Nariño, sino fuera porque los restantes han recibido un voto que, con los debidos matices entre cada uno de ellos, agrupan la lucha contra la corrupción como mal estructural más notorio de las maquinarias políticas colombianas tradicionales. Un análisis desde ese otro punto de vista simplificaría la victoria de Petro en cuanto representante de ese grupo alternativo. Nada más lejos, sin embargo, de la realidad.
En un país profundamente conservador marcado por la violencia continuada de las FARC y otros movimientos armados irregulares de izquierda durante décadas, haber logrado llegar a segunda vuelta con el mayor caudal de votación progresista en la historia, siendo a la vez el eje de campaña y centralizando el discurso de todos los candidatos, es una gran victoria. La victoria se vería fortalecida además en caso de no alcanzar la presidencia con la asunción central de la oposición, espacio que ya tuvo en su época como senador Petro, abanderando la lucha contra la corrupción y la parapolítica. La victoria electoral, pese a haber quedado segundo con un 25%, ha permitido y continuaría permitiendo, desde la oposición, arrojar luz y poner en primer plano político las grandes diferencias de clase existentes en el país, trascendiendo el discurso de los partidos tradicionales como parte del establishment, que durante décadas han responsabilizado a los movimientos guerrilleros y la ideología progresista de todos los males del país, a la par que invisibilizaban tanto el problema como cualquier propuesta estructural de solución a ellos.
Petro, con su estilo frontal, ha logrado poner la atención social y en menor medida mediática en la gran cantidad de materias causantes y resultado de la violencia estructural del país, como la carencia de educación y sanidad pública de calidad de grandes masas de ciudadanos país, las grandes desigualdades existentes en todas las regiones del país, la endémica corrupción política, la falta de protección del Medio Ambiente y la estructura patriarcal de la sociedad. Poner estas materias en el centro del debate político impedirá que de ahora en adelante puedan seguir siendo obviadas y aisladas, tanto las materias como las personas que sufren esa vida indigna. Sin embargo, a lo largo del a campaña el establishment político-empresarial ha infundido miedo a la población aludiendo al pasado guerrillero de Petro y a la ficticia vinculación de este con Nicolás Maduro, que el candidato se empeña cada vez que puede en rechazar y criticar. Esta estrategia fue exitosa en la primera vuelta y seguramente lo vaya a ser en el balotage. Se lograría así un aumento del voto en blanco de una gran cantidad de población de estrato tres (clase media baja del país) que votó a Fajardo en la primera vuelta: el miedo a Petro vence al rechazo a Duque, pese a las consecuencias que su gobierno tendría sobre sus vidas. Esto revela a su vez la brecha de la ciudad –donde habita buena parte de ese estrato tres decisivo para el resultado electoral– y el campo, además de la falta de empatía de la ciudad para con sus compatriotas rurales.
Paz y esperanza frente a guerra y miedo
Las tres semanas de campaña de Petro en la segunda vuelta se han fundado en cambiar la percepción de radicalidad que buena parte del imaginario electoral tiene de él. Ello se ha llevado a cabo mediante la suma de infinidad de reputados intelectuales internacionales de diversas esferas como los economistas Thomas Piketty o Ha-Joon Chang, los filósofos Peter Singer y Slavoj Zizek, el premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee, así como numerosas figuras académicas o políticas locales como Arturo Escobar, Rodrigo Uprimmy o Ingrid Betancourt, entre muchos otros, que por sintonía con Petro o puro rechazo al retorno al poder del uribismo no han dudado en apoyarlo explícitamente.
Cuál será el resultado electoral de esta cantidad de apoyos solo puede ser respondido por la realidad el día de la elección. Sin embargo, por lo general la emoción tiene un papel mucho más importante que la razón en el devenir electoral. La otra estrategia de Petro para moderar su imagen a la par que sumaba apoyos electorales ha sido luchar por la adhesión de los más altos estandartes de los grupos alternativos. En este sentido, el rechazo desde un inicio a sumarse de los excandidatos De la Calle y Fajardo se ha contrarrestado con el apoyo, tras unas arduas negociaciones, de Antanas Mockus, antiguo alcalde de Bogotá, y de Claudia López, otro de los grandes nombres en la lucha política contra la corrupción y la parapolítica. El apoyo de estas dos figuras políticas y su formalización mediante 12 mandamientos grabados en una tabla de mármol le han dado un nuevo impulso a Petro: algunas encuestadoras reflejan una distancia entre ambos de apenas el 5%, a favor siempre de Duque.
Fuente: El País
La campaña en esta segunda vuelta ha disminuido en volumen y aspereza ante un Petro que, si bien ha continuado con su campaña de movilización permanente, no encuentra respuesta en unos medios de comunicación que optan por rebajar el nivel de tensión y discusión, a sabiendas de que la victoria de Petro se sustentaría en mayores cotas de participación. Esta reducción del nivel de tensión y volumen se evidencia en la ausencia de debate presidencial en esta segunda vuelta, frente a los innumerables acaecidos para la primera entre los diversos candidatos, debido al rechazo de un Duque que salvo sorpresa negativa se sabe ganador. Desde el punto de vista del discurso, la campaña de Petro se ha focalizado fundamentalmente en la lucha contra la corrupción, dado que es lo que fundamentalmente le une al grupo de alternativos frente al aparato uribista-conservador, y lo que puede inclinar la balanza en su favor ante un mayor rechazo hacia estos últimos que hacia la propia figura del candidato progresista. El discurso de este candidato ha perdido fuerza en la dicotomía paz y esperanza frente a guerra y miedo, consciente de que una polarización en ese sentido no resultó victoriosa en el referéndum por la paz en 2016, y podría perjudicarle.