Antes de volar hacia la cumbre de la OTAN en Vilna, acompañando a Joe Biden, Jake Sullivan, su consejero de Seguridad Nacional, reconoció ante un pequeño grupo de periodistas, entre ellos David Ignatius de The Washington Post, lo mucho que ignora la Casa Blanca sobre los factores que determinan el curso de la guerra en Ucrania, entre ellos la revuelta del 24 de junio del Grupo Wagner, el ejército privado de Yevgeny Prigozhin.
“No sabemos hasta dónde llegó la conspiración ni donde está Prigozhin, pero sí que se mueve con relativa libertad (…) Todo está envuelto en el misterio”, les dijo. Lo que sí sabía, sin embargo, era que el impacto del motín había sido casi imperceptible en los campos de batalla ucranianos, donde Wagner ha dejado de participar en operaciones de combate.
Según las propias fuentes oficiales rusas, Vladímir Putin se reunió con Prigozhin y 34 de sus comandantes durante tres horas el 29 de junio. Había muchos asuntos sobre la mesa: el futuro de su imperio corporativo –servicios de seguridad, minería, destilerías, ciberpiratería…– y la eventual absorción por el ministerio de Defensa de sus contratistas privados. O mercenarios, según se vea.
Tratándose de insurrectos que derribaron seis helicópteros y un avión de transporte militar cuando se dirigían a Moscú desde Rostov del Don, donde comenzó su revuelta, el gesto de Putin fue más que deferente. Las señales que provienen de Moscú son contradictorias. Según fuentes que cita The New York Times, las autoridades están interrogando al general Sergei Surovikin, excomandante de la fuerzas rusas en Ucrania, por sus estrechas relaciones con Prigozhin.
¿El zar está desnudo?
Lucian Staiano recuerda en Foreign Policy que las organizaciones criminales infiltradas en las instituciones ejercen en Rusia un poder paralelo que parece habérsele ido de las manos a Putin, erosionando su imagen de zar todopoderoso sin cuyo consentimiento no se mueve una hoja en las 11 zonas horarias que se extienden desde Kaliningrado a Vladivostok.
Enemigos o traidores anteriores –Nemtsov, Litvinenko, Politkovskaya…– fueron eliminados sin contemplaciones, en algunos casos fuera de Rusia. En Financial Times, Iván Kratsev insinúa que las élites rusas –políticas, corporativas, militares…– y a las que llama “el Putin colectivo” han olido la sangre en el agua, con lo que van a adquirir una creciente autonomía política.
No todos creen, sin embargo, que el zar esté desnudo. Según Tatiana Stanovaya, fundadora de la consultora R.Politik, el Kremlin ha lanzado una campaña de demolición mediática de Prigozhin, mostrando imágenes de sus mansiones y pasaportes falsos y de la entrega por Wagner de toneladas de munición y armamento, mientras le permite mantener sus negocios.
Stanovaya sostiene que Putin no lo hace porque le tema sino porque no cree que sea un peligro real. Y sobre todo porque deshacerse de una fuerza de combate experimentada en medio de una guerra sería absurdo.
Neoimperio colonial
Las teorías son igualmente dispares sobre el futuro del imperio de Wagner en África, donde tiene oficialmente desplegados 5.000 efectivos en cinco países: Malí, Sudán, Burkina Faso, República Centroafricana (RCA) y Libia. El problema es que en ellos la niebla de la guerra es aun más densa que en Rusia en momentos en los que recrudece la guerra interna en Sudán.
Desde la caída de Omar al Bashir, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) colaboraron para crear el llamado Consejo Militar para la Transición (CMT), la junta que asumió el poder en Jartum y al que concedieron 3.000 millones de dólares en ayudas. Su alianza (ad hoc) en un país muy poblado y extenso que sirve de puente entre África y Oriente Próximo duró poco.
La rivalidad entre el ejército sudanés y los rebeldes árabes que lidera el general Hamdan Dagalo hizo saltar por los aires el pacto. Mientras Riad y El Cairo apoyan al CMT, Abu Dhabi y Wagner se han puesto de parte de Dagalo, líder de los antiguos janjaweed, que en los años 2000 cometieron un genocidio en Darfur que se cobró 300.0000 vidas antes de que llegaran en 2007 los cascos azules de la ONU y las fuerzas de interposición de la Unión Africana.
La metástasis se extiende
En Sudán, Wagner resguarda minas cuyo oro sus compañías de fachada exportan primero a Abu Dhabi y luego a Rusia para ayudarla a evadir las sanciones occidentales. Las oportunidades de negocio abundan en la región para una organización de soldados de fortuna como Wagner.
Los últimos cascos azules de la misión de paz de la ONU (Minusma) saldrán antes de fin de año de Mali, donde Wagner ayuda a la junta que preside Assimi Goita a luchar contra los yihadistas y los separatistas árabes y tuareg del norte y el este del país. Desde 2016 la guerra se ha cobrado unas 10.000 vidas.
Un imperio exterior de esas dimensiones y utilidad para Moscú no se desmantela de un día para otro. Entre los escenarios que barajan los analistas está su absorción por otras compañías de seguridad rusas como Patriot, que opera en Burundi, Gabón, Siria y Yemen, la creación por sus comandantes de sus propios feudos y reinos de taifas o su disolución en los cuerpos de seguridad de los regímenes a los que sirven.
Beethoven o Mozart
Según Sergei Lavrov, las “compañías militares privadas rusas” seguirán en Malí y RCA, que firmaron acuerdos de defensa con la Federación Rusa que, a su vez, subcontrató a Wagner. Uno miembro de la junta maliense reconoce que las “garras rusas son grandes, pero por ahora solo nos están dando masajes”.
En RCA, el régimen no puede prescindir de Wagner, que ha reclutado un ejército paralelo de 5.000 hombres, la mayoría del mismo grupo étnico de Faustin-Archange Toudéra, el líder de la junta militar. Según uno de sus asesores, Fidele Gouandjika, si Moscú retira a Wagner y envía en su lugar a “Beethoven o Mozart”, los recibirán con el mismo aprecio.
Es explicable. Sin sus mercenarios –rusos, chechenos, sirios, libios…– Bangui, la capital, quedaría a merced de los yihadistas en cuestión de días. La ONU estima que un 20% de la población del país se ha ya visto desplazada por la guerra interna y que hasta el 5,6% podría haber perdido la vida.
Según un reciente reportaje de The Sentry, en solo cinco años Wagner ha infiltrado la cadena de mando militar y el sistema económico y político del país en lo que llama un nuevo “colonialismo ultraviolento”. El régimen ha concedido a Wagner derechos de explotación por 25 años de la mina de oro de Ndassima, que tiene reservas por valor de 1.000 millones de dólares y que le podría suponer ingresos de 100 millones de dólares anuales, según la consultora bruselense IPIS.
Nathalia Dukhan, autora de la investigación de The Sentry, cree que Wagner, como los virus, sabrá adaptarse al nuevo entorno porque no es una organización piramidal sino una estructura de redes clientelares parasitarias que permite a Moscú interferir en elecciones, sostener autocracias y explotar recursos sin verse directamente involucrado en actividades ilegales o crímenes de guerra.
Metástasis del cáncer
En Libia, Wagner controla dos bases militares aéreas en Cirenaica que le sirven para enviar y rotar tropas en Mali y Sudán y resguarda las instalaciones petroleras y gasistas que controla desde Bengasi el general Khalifa Hafter.
Julia Stanyard, analista del Global Initiative Against Transnational Organized Crime, advierte sobre los peligros, similares a la metástasis del cáncer. Las agencias de inteligencia de EEUU han detectado las huellas de Wagner también en Camerún, Guinea Ecuatorial, Zimbabue, Kenia y Suráfrica.
En Somalia ya ha comenzado la retirada de la misión de la UA integrada por tropas de Uganda, Kenia, Yibuti, Eritrea y Egipto y que acaban de entregar tres de sus bases al ejército somalí, que ahora va a tener que enfrentarse en solitario a Al Shabbab, la franquicia de Al Qaeda en el Cuerno de África.
¿Qué podría ir mal?
Wagner no es, sin embargo, invulnerable. Según el derecho internacional, Prigozhin puede ser juzgado por su responsabilidad en los crímenes cometidos por fuerzas bajo su mando. La Corte Penal Internacional tiene jurisdicción sobre Mali, donde según un informe de la ONU en 2022 fuerzas militares regulares e “instructores extranjeros” ejecutaron sumariamente a medio millar de civiles en cuatro días en Moura en una campaña de limpieza étnica.
La junta no quiere testigos. Días antes del motín de Wagner, Bamako exigió al Consejo de Seguridad la retirada de los 13.000 efectivos de la Minusma –que desde 2013 ha tenido 300 bajas, convirtiéndose con ello en la segunda más peligrosa de los cascos azules–, acusándola de exacerbar las tensiones interétnicas.