El viaje más popular de Adenauer

Marcos Suárez Sipmann
 |  23 de septiembre de 2015

El 7 de junio de 1955 el canciller Konrad Adenauer recibía en Bonn de forma inesperada la invitación de los nuevos líderes soviéticos Nikita Kruschev y Nikolai Bulganin. El motivo: el establecimiento de relaciones diplomáticas y, en general, tratar asuntos “que afectan a toda Alemania”. Institutos de opinión indicaban que la mayoría de los alemanes eran partidarios de que aceptara. Adenauer vacilaba y el 30 señaló su disposición a negociar en principio, no a una visita de Estado formal.

A mediados de julio iba a tener lugar una cumbre de las cuatro potencias vencedoras en Ginebra; la primera vez desde Potsdam en 1945. No se decidió nada importante, pero creó un nuevo ambiente en la guerra fría con el concepto de coexistencia pacífica. El canciller sospechaba que el Kremlin quería que viniera antes de la cumbre sembrando la discordia y la desconfianza entre Washington y Bonn. Algo que no iba a permitir.

El 8 de septiembre emprendió su viaje. El momento era oportuno. La muerte de Stalin en 1953 había propiciado unos años de deshielo político. Y curiosamente fue allí, en Moscú, donde Adenauer cosechó su mayor éxito al negociar la vuelta a casa de los últimos prisioneros de guerra. La mayoría de ellos habían sido juzgados en arbitrarios y masivos procesos estalinistas y ya tenían que haber sido liberados. Es cierto que algunos eran criminales y fueron condenados a cadena perpetua a su vuelta a Alemania. Dentro de esos “últimos 10.000” había además un gran número de civiles en campos de internamiento soviéticos. Curiosamente, era este un tema que en ningún momento había sido considerado como aspecto central de la visita en la que más que negociaciones hubo un duro pulso político. Sin embargo, Adenauer hizo saber que sin avances en la cuestión de la reunificación y la vuelta de prisioneros y deportados no habría relaciones diplomáticas.

Existe la anécdota de que el jefe de la cancillería Hans Globke dio a cada miembro de la numerosa delegación alemana (141 personas) cucharadas de aceite de oliva para aumentar su resistencia al alcohol en las negociaciones con los rusos. No es seguro que la receta casera de Globke fuera la llave del éxito; mas lo cierto es que Adenauer consiguió su objetivo.

Después de un cálido recibimiento las discusiones se tornaron agrias. Bulganin afirmaba que los prisioneros alemanes eran todos criminales, asesinos de mujeres y niños. Por su parte, Adenauer criticaba los asesinatos y violaciones masivas del Ejército Rojo. Kruschev y el ministro de Exteriores, Viacheslav Molotov, estaban furiosos. Hasta que Adenauer, aludiendo al pacto Hitler-Stalin negociado por Molotov, preguntó: “¿Quién ha firmado el pacto con Hitler, usted o yo?”.

Las dos partes se disponían a poner termino a las reuniones sin acuerdo. No obstante, Adenauer se mantuvo firme: rezó arrodillado durante horas en la única iglesia católica de Moscú y se negó a partir. El día 12, junto con el diputado socialdemócrata Carlo Schmid, uno de los padres de la Ley Fundamental, volvió a pedir la liberación. Durante horas apelaron a la generosidad del pueblo ruso; el que más sufrió durante la conflagración con un terrorífico saldo de 20 millones de muertos. Gracias a Schmid, gran conocedor de la literatura rusa, el ambiente volvió a relajarse. Los liberados deben su vuelta a los esfuerzos tanto de Schmid como Adenauer.

Las dificultades no solo se debieron a los rusos. Preguntado por quién había sido su interlocutor más difícil, Adenauer respondió: Heinrich von Brentano. El canciller no confiaba demasiado en su ministro de Exteriores, un puesto que había ocupado él mismo hasta pocos meses antes.

El regreso a Alemania fue triunfal. Nunca Adenauer había sido tan celebrado. En las elecciones federales de 1957 su partido, la democracia cristiana, obtuvo la mayoría absoluta. Al aterrizar en el aeropuerto Colonia/Bonn (hoy aeropuerto Konrad Adenauer) el 14 de septiembre se produjo la escena que caracterizaría su mandato. Una mujer mayor –una madre desesperada– se le acerco, le tomó las manos y se arrodilló. El canciller de 79 años intentó incorporarla pero ella le besó las manos y desapareció.

Adenauer pudo haber manipulado la situación política a su favor. No lo hizo. Fue popular, jamás populista. Un patriota, nunca un nacionalista. Fiel a sus principios sin ser ideológico. Alemania, en su hora más difícil, contó con el hombre indicado para la reconstrucción. A pesar de su pragmatismo, nunca se dejó ni tentar ni amedrentar por el nazismo. Siempre fue consciente de la enorme responsabilidad alemana tras la hecatombe de la Segunda Guerra mundial.

 

Doctrina Hallstein

Una consecuencia indirecta de aquel viaje fue la “doctrina Hallstein” enunciada tal día como hoy hace 60 años. Establecía que la República Federal Alemana tenía el derecho exclusivo de representar internacionalmente al Estado alemán. Con excepción de la Unión Soviética, no establecía ni mantenía relaciones diplomáticas con ningún otro Estado que reconociera la soberanía de la República Democrática Alemana a la que seguía considerando como zona de ocupación soviética. Su autor, Walter Hallstein, secretario de Estado de Exteriores, fue como Adenauer uno de los padres fundadores de Europa. Comprometido europeísta, fue el primer presidente de la Comisión Europea que durante su mandato impulsó la integración a una velocidad legendaria. La doctrina forjó la política exterior alemana basándose en la vinculación de la joven democracia con Europa Occidental y tuvo su justificación en aquellos años, aunque nunca fue muy popular y a mediados de los sesenta dejó de aplicarse porque imponía demasiada inflexibilidad.

Fue abandonada con la adopción de la Ostpolitik por el canciller Willy Brandt. Su diseñador, el recientemente fallecido Egon Bahr, secretario de Estado en la cancillería. Supo anteponer la comunicación a la ideología. Ya la prensa del momento afirmaba: “Bahr piensa y Brandt ejecuta”. La sintonía entre ambos fue perfecta y Bahr lo resumió así: “Brandt era el constructor y yo el arquitecto”.

La distensión impulsada por Bahr y su jefe buscó el acercamiento al bloque comunista en vez de la confrontación. Hizo posible la firma del Tratado de Moscú en 1970 y el Tratado Básico con la RDA de reconocimiento mutuo y mejora de las relaciones.

La labor de todos ellos –conservadores y socialdemócratas– llevó finalmente al éxito de la reunificación.

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