Procesión en el 41ª festival de las Flores y las Palmas en la localidad indígena de Panchimalco, el Salvador a 7 de mayo de 2023. / GETTY

El Vaticano y la doctrina del descubrimiento

La decisión del Vaticano de rescindir la ‘doctrina del descubrimiento’ se produce en un intento por abordar las heridas del colonialismo. El acercamiento coincide con el auge del proselitismo de las iglesias evangélicas y la reconfiguración demográfica del catolicismo.
Luis Esteban G. Manrique
 |  19 de mayo de 2023

José Francisco Cali Tzay, relator de la ONU para los derechos de los pueblos indígenas, celebró la decisión del Vaticano del pasado 30 de marzo de rescindir la llamada “doctrina del descubrimiento” –formulada en varias bulas papales del siglo XV y que durante siglos amparó la colonización europea de territorios no gobernados por cristianos– como un hito en la historia de los derechos humanos, el antiguo Ius gentium de los teólogos de la escuela de Salamanca.

La declaración vaticana sostiene que esa doctrina nunca fue parte de la fe católica y que las bulas –Dum diversas (1452), Romanus pontifex (1455) e Inter Caetera (1493)– fueron manipuladas por las potencias coloniales.

Según Cali Tay, guatemalteco de etnia maya-quiché, los edictos papales abrieron heridas del pasado. En pueblos de tradición oral, los siglos transcurridos desde 1492, solo son un breve espacio de tiempo, lo que explica el beneplácito con el que han recibido los pueblos originarios, desde Terra Nova a la Araucanía, el anuncio de la Santa Sede. La senadora canadiense Michele Audette, de etnia inuit, dijo que la doctrina había hecho “invisibles” a los pueblos nativos, condenándolos al silencio y al olvido.

El cardenal portugués José Tolentino, prefecto de uno de los dicasterios de la Curia que redactó la declaración, dijo el 30 de marzo, cuando la presentó, que ella formaba parte de la “arquitectura de la reconciliación” y de la “cultura del encuentro” entre culturas, sociedades y confesiones.

Entre otras cosas, su texto reconoce que la doctrina ayudó a dar una base jurídica al despojo de tierras y territorios. La bula de 1493 decía que cualquier terra nullius podía ser “descubierta” por soberanos católicos, que a cambio debían inculcar la verdadera fe a las “naciones bárbaras”. La de 1455 concedió al rey de Portugal, Afonso V, la potestad de capturar y subyugar a “sarracenos y paganos”.

 

La sombra de las bulas

Los ecos de esas palabras se prolongaron durante siglos. En 1792, Thomas Jefferson declaró que Estados Unidos aplicaría la doctrina pese a sus raíces religiosas. En 1823, una sentencia del Tribunal Supremo apeló a las bulas papales para sostener que los pueblos nativos solo tenían un derecho de “ocupación” no de propiedad sobre sus tierras, por lo que podía ser abolido.

En 2005, la juez del Supremo Ruth Bader Ginsburg la citó en un dictamen sobre un pleito de tierras que implicaba al pueblo oneida en el estado de Nueva York. El cardenal Michael Czerny, coautor de la declaración, aclaró que las bulas originales fueron abrogadas por la Sublimus deus (1537) de Paulo III, que defendió la libertad y posesiones de los nativos de las Indias, aunque no fuesen cristianos. Su contenido, dijo, nunca fue magisterial, solo de “naturaleza política ad hoc”.

La intención de la Iglesia, era ayudar a superar la mentalidad colonialista. No solo esta en juego la memoria histórica. Cali Tzay recordó que el legado de la doctrina sigue causando estragos: altas tasas de pobreza, suicidios, alcoholismo y criminalidad entre sus comunidades. El ejemplo de la Santa Sede, dice, debería servir para que otros países revisen también su jurisprudencia.

 

‘Mea culpa’

En su viaje a Canadá en 2022 para pedir perdón por los abusos infligidos en orfanatos católicos durante décadas a más de 150.000 niños de pueblos originarios, el papa argentino no pudo evitar ver los carteles que le pedían que rescindiera la doctrina. En 2005, en Bolivia ya pidió perdón por los “graves pecados” cometidos por el clero católico en nombre de Dios.

“Medio milenio fue suficiente”, dijo Phil Fontaine, exjefe de la Assembly of First Nations de Canadá: “Ya era hora de acabar con una doctrina racista”. En América Latina el racismo suele ser encubierto pero no por ello menos real. En Perú, el estallido social que se produjo entre diciembre y enero mostró una inédita demanda pública de reconocimiento de la identidad étnica de las poblaciones quechuas y aimaras del sur andino.

Hasta los años setenta, los yanomami, que habitan una zona del tamaño de Portugal en el estado brasileño de Roraima, vivían casi asilados en un entorno natural virgen. Hoy sus bosques lucen arrasados por el avance de los garimpeiros (mineros ilegales) que los han invadido, contaminando sus ríos con el mercurio que usan para extraer oro. Según Survival International, las enfermedades y la violencia han matado a un 20% de los yanomamis en los últimos siete años.

Tras visitar Roraima hace poco, Lula dijo que lo que había visto era más que una crisis humanitaria: “un genocidio premeditado”. Cuando era diputado por Río de Janeiro, el expresidente Jair Bolsonaro se lamentó de que la “caballería brasileña” no hubiese tenido el éxito de la de EEUU en el exterminio de los indios.

En 1961, el presidente Jânio Quadros reconocía el primer territorio indígena en el país: la reserva Xingú, que encargó al jefe kayapó Raoni Metuktire, que aun la dirige con 93 años. Decenas de lenguas, desde el quechua al potawatomi, están en peligro. Según escribe Viorica Marian en The Washington Post, el lenguaje influye en “cómo percibimos y recordamos la realidad, en las decisiones que tomamos y las emociones que sentimos”.

 

Memorias históricas

Los virreinatos americanos heredaron el catolicismo de cruzada de los conquistadores y el del Concilio de Trento (1545-1563), el más largo de la historia. La orden fundada por Ignacio de Loyola, a diferencia de las mendicantes, dominaba con genio renacentista la música, el arte, la retórica, la filosofía y la teología.

El patronato regio –los privilegios que los papas concedieron a los reyes de varias monarquías europeas y que les permitían elegir a los obispos– configuró un catolicismo estatal. Según escribe Peter Wilson en Europe’s tragedy (2009), durante el pontificado de Alejandro VI (1431-1503), el papado y la monarquía hispánica tuvieron una relación simbiótica. A finales del siglo XVI, los españoles sumaban la tercera parte de la población romana.

 

Crisálida romana

En los virreinatos, la Iglesia configuró decisivamente el imaginario social. Los indios, según los testimonios de misioneros y cronistas sintetizaron la idea de un dios supremo con la de su propio dios creador, que según escribió el inca Garcilaso de la Vega en sus Comentarios reales (1609) “hacía con el Universo lo que el alma con el cuerpo”.

Los indígenas, al convertirse masivamente al catolicismo, desde la base de la pirámide social a las castas nobiliarias, convirtieron a ángeles, santos y vírgenes en dioses prehispánicos. Dividida por castas y fronteras étnicas –las repúblicas de indios y españoles–, la sociedad colonial imaginaba el cielo como una apacible e inamovible jerarquía. Pero la historia es todo menos estática.

En 1767, en el momento de su expulsión de España, la Compañía de los jesuitas administraba 120 grandes colegios en la América hispánica, nueve en la lusa y grandes plantaciones con esclavos. En la Nueva España, los jesuitas promovieron el culto de la virgen de Guadalupe, estandarte de los criollos, indios y mestizos que combatieron en 1810 contra las tropas realistas y volvió a ser la bandera del ejército de Zapata un siglo después. El primer Congreso mexicano nombró a Bartolomé de las Casas como “el apóstol de América”.

 

Entre Madrid y Roma

Tras la independencia, el clero nativo cambió a Madrid por Roma. Todas las primeras constituciones consagraron a la católica como única religión oficial. Familias nobles indígenas a las que las autoridades virreinales habían respetado sus privilegios, apoyaron a las nuevas repúblicas y participaron en política, un periodo que duró poco.

En sus memorias, Un curioso incorregible (2017), Xavier Albó (1934-2023), antropólogo, lingüista y jesuita catalán que hizo de Bolivia su patria adoptiva, escribió que “no ver” a los indígenas significaba no verlos como iguales.

 

Los herederos de Lutero

Algunos vaticanistas creen que la denuncia vaticana de la doctrina del descubrimiento es una maniobra defensiva para frenar el proselitismo de las iglesias evangélicas. Guatemala, donde los protestantes superarán a los católicos en 2030, ha tenido ya tres presidentes evangélicos.

En 1890, los protestantes eran unos pocos miles. En 1978, ya eran 11,9 millones; en 1980, 21; en 1990, 46 y 60 en 2000. En 1995 un 80% de los latinoamericanos se decían católicos. Hoy solo el 56%.  Un 2022 un 20% se identificó como evangélico, frente al 10% en 2002. Desde los años sesenta, ha dejado de existir una América del norte casi homogéneamente protestante y otra latina homogéneamente católica. En el sur, la Iglesia romana ha dejado de monopolizar la salvación religiosa: Extra ecclesia nulla salus.

El Vaticano conoce a sus rivales desde los tiempos de Lutero y Calvino. Desde 1914, las inversiones y el comercio con EEUU propiciaron la llegada de menonitas, adventistas, metodistas y congregaciones protestantes, una marea que nunca dejó de crecer. En sus viajes a la región, Juan Pablo II solía exhortar a los católicos a resistir la influencia de las “sectas,” a las que comparaba con “lobos rapaces”.

Una de las razones de su éxito es su emotivo neopentecostalismo y prédica del llamado “evangelio de la prosperidad”. En Colombia, las macroiglesias imparten cursos de cultura financiera y dan a sus feligreses, con el dinero de sus diezmos, servicios bancarios. Uno de sus predicadores, el brasileño Deive Leonardo, tiene 13 millones de seguidores en Instagram, frente a los nueve del papa.

 

Cambio de piel

Según escribe Tish Harrison Warren en The New York Times, el cristianismo está adquiriendo una tez de color cada vez más oscura. En 1910 el 80% de los cristianos vivían en el mundo occidental. En 2000, solo el 37%. Los cristianos africanos han pasado del 9% al 45% del total. Hoy son más de 685 millones.

Las nuevas iglesias del Sur Global no tienen casi vínculos históricos con las tradiciones religiosas occidentales. De hecho, su crecimiento se produjo después de la desaparición de los imperios coloniales europeos. En 1970 había unos 90 millones de evangélicos en todo el mundo. Hoy son 342. La surcoreana Yoido Full Gospel Church de Seúl, por ejemplo, tiene 480.000 fieles.

Según algunas proyecciones, en 2030 China tendrá más cristianos, la mayoría protestantes, que ningún otro país. En las islas británicas, las iglesias chinas doblan o triplican su tamaño cada pocos años. Las tres iglesias protestantes más grandes de París son evangélicas afrocaribeñas.

El líder de la mayor de Londres, la Kinsgway International Christian Center, es un pastor nigeriano, Matthew Ashimolowo. En Estados Unidos, la National Hispanic Christian Leadership Conference reúne a más de 40.000 congregaciones. En 2030, tendrá 25.000 más.

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