El 18 de octubre el papa Francisco I proclamó el final del sínodo extraordinario sobre la familia. Este había levantado expectativas entre los sectores más progresistas de la iglesia católica, pues en la agenda se incluían cuestiones controvertidas como la discriminación por razón de orientación sexual. Su posición sobre el matrimonio homosexual es uno de los asuntos por los que más ataques le han llovido a la iglesia en los últimos años. Muchos católicos critican la intromisión de quienes no pertenecen a la iglesia en los asuntos de esta. Pero la verdad es que para todos los miembros de sociedades de tradición católica, creyentes o no, la doctrina de la iglesia importa.
El peso ganado en la sociedad por las asociaciones LGTB daña la imagen del Vaticano. El papa ha tenido que calmar los ánimos en alguna ocasión, afirmando que la iglesia no tiene que insistir constantemente en cuestiones de este tipo (orientación sexual, anticonceptivos, etcétera), sino que debe recuperar lo esencial. Francisco I, de hecho, se ha ganado el cariño de católicos y no católicos, que lo consideran un hombre sencillo, cercano y progresista, permitiéndose afirmar que “la iglesia no debe tenerle miedo a los cambios”. Pero el sínodo ha demostrado que se los tiene.
En la votación final se votó el “respeto y delicadeza hacia los homosexuales”, pero algo tan básico ni siquiera obtuvo la mayoría de dos tercios necesaria para su aprobación. Además, se eliminó del texto la referencia a las cualidades que los homosexuales pueden ofrecer a la comunidad cristiana. Si este es el avance, veníamos de muy atrás. El asunto de otros modelos de familia, alternativos, se ha puesto sobre la mesa con propuestas paternalistas, ambiguas, pero es un tema abierto que volverá a discutirse dentro de un año.
Aunque ya no quedan dudas de que la comunidad LGTB es una parte importante de la iglesia, no se puede dejar a un lado la cuestión de la mujer, abandonada por los medios. Se trata del grupo mayoritario en España: un 76,5% de los religiosos españoles son mujeres, mientras que un 69% de las mujeres se considera católica en España, frente al 57% de los hombres. Sin embargo, siguen siendo discriminadas por la iglesia católica. No tienen funciones diferentes, no se ocupan de cosas distintas. Pero no pueden dar la comunión, ni ocupar cargos que implican toma de decisiones y, por supuesto, no pueden ser cabeza de la iglesia. En resumen, ocupan una posición inferior.
¿Plan de Dios para su iglesia?
Ya sentó cátedra Pablo VI al negar la posibilidad del sacerdocio femenino, argumentando que es el plan de Dios para su iglesia. Sin embargo, nueve de cada diez estudios teológicos concluyen que esto no puede deducirse del Nuevo Testamento. Además, el argumento defendido por Pablo VI de que Jesús solo escogió a hombres entre sus apóstoles, queda invalidado por argumentos igual de coherentes, como que también todos eran judíos. A pesar de esto, no todos lo sacerdotes son hoy judíos. En este sentido, tranquiliza saber que la iglesia no es xenófoba, solo machista.
Siguiendo esta doctrina, Juan Pablo II reconoció que el sacerdocio femenino anglicano “era un obstáculo insalvable para la reconciliación de ambas iglesias”. Ya en el presente, Francisco I también ha aclarado que esta puerta está cerrada. Aunque el papa ha dicho que quiere un papel más activo de la mujer, todavía no ha tomado ninguna medida para llevarlo a cabo. Parece que este será el papa de los pobres, o de la gente, pero no (una vez más) el de las mujeres. Como Franca Giansoldati comentó a Francisco en una entrevista, habla poco de la mujer, y cuando lo hace siempre es como madre y esposa.
Todavía hay tiempo para volver a traer la cuestión sobre la mesa, Jorge Mario Bergoglio aún puede seguir sorprendiéndonos, su papado acaba de comenzar. Todo dependerá de si su carismática imagen es, como opina Juan Manuel de Prada, resultado de “los medios de adoctrinamiento de masas, que de este modo confirman su empeño por ofrecer una imagen fragmentaria y distorsionada de una figura que desean aprovechar”, o tiene un genuino impulso de cambio. Si su elección es solo un lavado de cara de la iglesia o una ducha en toda regla.
Por Alejandra Hidalgo, internacionalista.