El tropezón de Santos en primera

 |  27 de mayo de 2014

Si hubiera que escoger una palabra para definir la democracia colombiana diría que abstención es la más indicada. Es un mal endémico. Colombia tiene, junto a Chile, una de las tasas de abstención más altas del continente. En los comicios de 1994 (Ernesto Samper y Andrés Pastrana) llegó al 75%. En esta ocasión no ha sido tan alta, pero aun así es del 60%. De los 33 millones de personas con derecho a voto, lo hicieron menos de 13 millones. Estas cifras, sin embargo, no parecen incomodar a nadie.

Las elecciones del 25 de mayo habrían podido pasar a la historia como una de las más sosas y grises. El presidente Juan Manuel Santos lideraba los sondeos de opinión con oscilaciones entre un 23% y un 30%, con una ventaja de 15 puntos sobre su más inmediato rival, Oscar Iván Zuluaga. Solo los “trinos” del expresidente Álvaro Uribe (como llaman en Bogotá los mensajes de Twitter) ponían picante a esa campaña soporífera.

Santos parecía destinado a ganar por ausencia casi de oponente. Pero tras las elecciones legislativas del 9 de marzo las cosas comenzaron a cambiar. Ese mismo día se llevó a cabo una consulta del partido Alianza Verde, y Enrique Peñalosa, exalcalde de Bogotá y antiguo socio de Antanas Mockus en la “Ola Verde” que en 2010 puso en jaque a Santos, sorprendió con una votación inesperada de más de dos millones de votos. Tras saberse electoralmente renacido, Peñalosa declaró que si era elegido presidente continuaría con el proceso de paz de Santos y confirmaría el equipo negociador. Así se convirtió en un peligro para ambos. Para Zuluaga, porque podría desalojarlo del segundo puesto, y para Santos, porque amenazaba con arrebatarle de las manos la bandera de la paz. A partir de ese momento, los dos encontraron una convergencia de intereses y se dedicaron a polarizar la contienda entre ellos para evitar que Peñalosa pasara a segunda vuelta. Y acaban de conseguirlo. En dos meses y medio, Peñalosa ha perdido un millón de votos. Toda una derrota electoral.

En política es muy importante escoger los amigos, pero lo es más quizá escoger los enemigos. Al fin y al cabo, siguiendo el marco analítico de Carl Schmitt, son las categorías amigo/enemigo lo que define la política. Quizá por ello Santos y Zuluaga se escogieron mutuamente como tal. A comienzos de mayo trascendió a los medios de comunicación que en 2011 un grupo de narcotraficantes había buscado –infructuosamente– con la administración Santos un acuerdo de sometimiento a la justicia a través de dos personas cercanas al presidente. Dos días después fue arrestado Andrés Sepúlveda, un hacker asesor de la campaña de Zuluaga, acusado de interceptaciones ilegales de comunicación con el propósito de sabotear el proceso de paz de La Habana. Luego, el expresidente Uribe, quizá para desviar la atención sobre este suceso, aseguró que dichos narcos habían pagado por esas aproximaciones 12 millones de dólares, y que dos millones habían ido ha ido a cubrir gastos de la elección de Santos en 2010. Uribe asegura tener pruebas pero se niega a entregarlas al fiscal general, Eduardo Montealegre, a quien acusa de estar a favor de Santos. Afirma que las entregará, después de las elecciones, al procurador, Alejandro Ordoñez, a quien la extrema derecha venera. De esta manera la atmosfera política quedó intoxicada y los asuntos trascendentes, como el proceso de paz, pasaron a un segundo plano.

De no ser por las temerarias acusaciones de Uribe y el episodio del hacker, la controversia habría girado, casi exclusivamente, en torno a las negociaciones en La Habana. El acuerdo sobre tráfico de drogas, firmado 10 días antes de elecciones, casi no tuvo efecto electoral.

Con este resultado, favorable a Zuluaga (29,25%) el proceso de paz podría quedar en nada. Este ha dicho que cambiaría las reglas de la negociación y no parece que las FARC estuviesen dispuestas a aceptarlo. Significaría volver a empezar. Territorialmente hablando, el país ha emitido dos mandatos políticos. Uno en el centro y otro en la periferia. De los 18 departamentos fronterizos que tiene Colombia, Santos ganó en 14. Mientras que en todos los 14 del interior ganó Zuluaga.

La sorpresa electoral la han dado dos mujeres. Clara López, del Polo Democrático Alternativo (PDA), organización de izquierda que respalda el proceso de paz pero que es opositora a Santos; y Martha Lucía Ramírez, candidata del Partido Conservador. Cada una ha sacado dos millones de votos. Ramírez fue escogida en contra de los barones electorales de su partido que apoyan a Santos. Su mentor, el expresidente Pastrana, está cerca de Uribe y se opone a Santos. El entendimiento entre Zuluaga y Ramírez es más fácil y coherente que entre Santos y López. Es más factible que Peñalosa (a pesar de la derrota) acompañe la reelección del presidente que el PDA. Nadie imagina a la izquierda colombiana imitando a los socialistas franceses en 2002, votando por Jacques Chirac para frenar a Jean-Marie Le Pen. Realmente, no lo tiene fácil el presidente Santos.

La batalla final se librará en Bogotá. A pesar de la abstención, allí habría al menos millón y medio de votos susceptibles de ser atraídos por Santos, pues la capital es un bastión del centro-izquierda y, eventualmente, podrían respaldarlo a efectos de darle continuidad al proceso de paz.

Por su parte, las FARC, si de verdad desean influir políticamente en el futuro, van a tener que arriesgar más, ser más audaces y, sobre todo, no ser prisioneros de sus ideas. Un alto el fuego unilateral indefinido habría creado un clima más propicio a la negociación que el cicatero guiño de una semana.

Santos acaba de perder una batalla, pero ello no significa que tenga perdida la guerra. Aún puede recuperarse. El dilema de Zuluaga está en si persiste en sus críticas al proceso de paz, o las modula un poco para desactivar los miedos y desesperanzas que genera seguir en una guerra perpetua.

Guillermo Pérez Flórez es analista político y director de Grupo Civis, consultora en riesgos sociopolíticos.

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