El 27 de enero, día internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, un terrorista palestino asesinaba a siete personas que asistían a una ceremonia religiosa. Dos días más tarde, en el complejo arqueológico conocido como la Ciudad del Rey David (Ciudad Vieja de Jerusalén), un palestino de 13 años disparaba contra dos judíos, hiriéndolos de gravedad. Si bien muchos medios de comunicación han presentado estos dos atentados como una respuesta a la formación del nuevo gobierno israelí –el más nacionalista de su historia–, esta clave interpretativa es errónea: se trata, en realidad, de los últimos episodios de una ola de violencia que comenzó en marzo de 2022, cuando el gobierno de Israel era otro por completo diferente. Entonces, el gobierno israelí estaba compuesto por un amplio espectro político que iba desde los nacionalistas de Yamina hasta los islamistas de Mansour Abbas, lo que no libró al país de la lacra del terrorismo.
Ola de atentados de 2022
Si bien es cierto que durante los meses de enero y febrero del año pasado se produjeron intentos fallidos de atentados en Israel, no fue hasta marzo cuando estos se consumaron, dando comienzo a la oleada terrorista que hoy se extiende por todo Israel. A largo de 2022, murieron en Israel un total de 31 civiles en diferentes atentados terroristas que tuvieron por escenario ciudades como Bnei Brak, Tel Aviv o Beer Sheva.
El primero de estos grandes atentados tuvo lugar el 22 de marzo en la ciudad de Beer Sheva, en el corazón del desierto del Negev. Allí, un beduino, Mohammed Abu al-Kiyan, asesinó a cuatro personas. Comenzó apuñalando a una empleada de gasolinera en la carretera a Hebrón, luego atropelló a un rabino de Chabad en su camino a Beer Sheeva y, finalmente, entró en un centro comercial donde asesinó a otras dos personas. El ataque cogió por sorpresa a la sociedad israelí, no solo por el ser el atropello más letal desde 2017, sino porque su autor se identificó como un soldado del Estado Islámico. Hasta la fecha, Dáesh no había tenido a Israel entre sus objetivos.
Poco después, el 31 de marzo, hubo otro atentado en el barrio religioso de Bnei Brak, un lugar que parecía ajeno a este tipo de actos violentos. Allí, un palestino de 26 años, Diaa Hamarsheh, asesinó a cinco personas, entre ellas a un rabino, que protegió con su cuerpo a un bebé de dos años con el que paseaba. El atentado, que fue reivindicado por las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, causó una gran conmoción en Israel, no solo porque cerraba un periodo de relativa paz en esa zona del país, sino por el lugar elegido para llevarse a cabo, un barrio donde viven muchos judíos religiosos y ultraortodoxos.
El tercero de los atentados que conmocionó al país ocurrió una semana después. El 7 de abril, un palestino, Raad Hazem, irrumpió en Dizengoff –corazón de la cosmopolita Tel Aviv– asesinando a tres personas que disfrutaban de la vida nocturna de la ciudad en la “Colina de la Primavera”. El terrorista huyó a la parte árabe de la ciudad (Yaffo), refugiándose en una mezquita, donde las fuerzas de seguridad israelíes lo abatieron al día siguiente. La zona elegida para esconderse, la ciudad de Yaffo, donde reside buena parte de la comunidad árabe-israelí, generó un elemento extra de tensión a la convivencia entre árabes e israelíes. Además, si bien es cierto que Tel Aviv ha sido objeto de numerosos atentados terroristas, desde el ataque al mercado de Sarona en 2016 la ciudad parecía disfrutar de una cierta tregua.
Además de estos atentados, otros hechos que elevaron la tensión en la zona, desde la muerte de la periodista de Al Jazzera Shireen Abu Akleh hasta varias revueltas en el Monte del Templo/Explanadas de las Mezquitas, pasando por la Operación Amanecer lanzada por el ejército israelí sobre Gaza en agosto.
Giro a la extrema derecha
Como anticipó el entonces primer ministro Yahir Lapid, el clima de violencia generalizado que se vivía antes de la celebración de las elecciones fue –y no al revés– el abono necesario para los resultados que se dieron el 1 noviembre. La Knéset que se conformó entonces es, con diferencia, la más nacionalista y extremista de toda su historia. El Likud se convirtió en la opción más votada, con 32 escaños, y la coalición del Sionismo Religioso se alzó hasta el tercer puesto, con un total de 14 escaños. Si bien es cierto que los gobiernos de Netanyahu han estado apoyados por grupos religiosos y ultraortodoxos, este predominio kahanista es algo diferente. Personalidades como Itamar Ben Gvir, Bezalet Smotrich o Avi Maoz no permiten albergar esperanzas en lo que respecta a una posible desescalada o diálogo.
El historial de los socios de Netanyahu parece corroborar el pesimismo reinante. El ministro de Seguridad Nacional (Gvir) perteneció al grupo radical Kach y entre sus logros está el haber robado, semanas antes de su asesinato, el emblema del coche (un Cadillac) del entonces primer ministro Isaac Rabin. Gvir declaró entonces: “Llegamos a su coche, llegaremos también a él”. Por su parte, el actual ministro de finanzas, Bezalel Smotrich, se declara “homófobo y fascista orgulloso”, considera que los árabes no deberían ser diputados en la Knéset y fue arrestado por provocar disturbios durante la desconexión de Gaza en 2005. En tercer lugar, debemos destacar al líder del partido Noam, Avi Maoz, quien se opone al judaísmo reformista, a la marcha LGTBI y a que las mujeres sirvan en las fuerzas armadas.
El nombramiento de Smotrich, Maoz y Gvir como ministros ha generado preocupación en Estados Unidos, que ve en el nuevo ejecutivo una coalición radical y alejada de la liderada por Bennet y Lapid. Así, Washington percibe que la idea de un nuevo proceso de paz está cada vez más lejana.
Estos tres miembros del gobierno no son los únicos que han generado polémica. Aryeh Deri, por ejemplo, ha sido inhabilitado por la justicia para ocupar las carteras de Interior y Sanidad que le había asignado Netanyahu. Tampoco podemos olvidar como detonador de conflictos la controvertida reforma de la justicia que quiere llevar a cabo Netanyahu, un proyecto que para muchos israelíes provocaría un cambio de régimen en el país. Todos estos asuntos han propiciado que la tensión en Israel se dispare, tanto entre la propia sociedad israelí como en la siempre complicada relación con los palestinos.
Lucha interna entre los palestinos
El último de los factores que debemos atender es el de las divisiones entre los palestinos. La nueva suspensión de las elecciones en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) no es más que una nueva muestra de la debilidad de Mahmud Abbas, un presidente incapaz de frenar la popularidad que tiene el movimiento Hamás entre los habitantes de Cisjordania. Abbas se encuentra atrapado entre las presiones de la comunidad internacional para que acerque posturas con Israel y la radicalización que promueve Hamás, que parece haber impuesto la narrativa de que “negociar con Israel es de traidores”. Si bien es cierto que la tensión es insostenible, se hace necesario encontrar una alternativa creíble al presidente de la ANP, ya que cada minuto que pasa sin convocar elecciones es gasolina usada por Hamás para incendiar Cisjordania.
Entre tanto, Israel sigue sirviendo como chivo expiatorio contra el que lanzar acusaciones, evitando así que las críticas recaigan sobre la ANP. Un ejemplo de este hecho fue la reacción de Abbas a los dos atentados ocurridos en Jerusalén en enero, hechos que para el presidente la ANP son responsabilidad exclusiva de Israel.