La reunión de los líderes mundiales en la cumbre del G20 en Indonesia, el 15 de noviembre de 2022. GETTY

El Sur Global es una realidad geopolítica

Atrapada en una visión occidental y eurocéntrica del mundo, la Unión Europea aún no se ha dado cuenta de que necesita cambiar fundamentalmente su enfoque hacia los países en desarrollo.
Shada Islam
 |  21 de agosto de 2023

Centrados en la competencia entre grandes potencias, los responsables políticos europeos descartaron en su día a los países asiáticos, africanos y latinoamericanos, considerándolos marginales, fácilmente maleables y en gran medida insignificantes. Eran simplemente mercados atractivos, destinos de inversión y proveedores de materias primas, mientras que las voces, prioridades y preocupaciones de los países en desarrollo eran en su mayoría desoídas en un orden internacional elaborado y dirigido por Occidente.

Los tiempos están cambiando. Como se puso de manifiesto recientemente en la cumbre del Grupo de los Siete (G7) celebrada en Hiroshima, el Sur Global está escalando posiciones en la agenda internacional, y los líderes occidentales intentan cortejar y engatusar a los países en desarrollo para que rehúyan las relaciones con Rusia y China en favor de unos lazos más estrechos con un Occidente unido y “resucitado”.

Sin embargo, la geopolítica ya no es tan sencilla. Aunque ciertamente estaban interesados en algunas de las ofertas del G7, y halagados por la atención internacional, así como por las invitaciones a presentarse en reuniones antaño exclusivas, el pequeño grupo de líderes selectos invitados a la cumbre de Hiroshima no se plegó obedientemente a las exigencias occidentales.

Al igual que hicieron en 2022 cuando se les pidió que votaran públicamente en contra y condenaran la agresión de Rusia contra Ucrania -e impusieran sanciones a Moscú-, la mayoría de los países del Sur Global se mantienen al margen, decididos a no desvincularse de Rusia ni unirse a la contienda geopolítica y geoeconómica de Occidente con China.

En su lugar, para muchos la atención se centra en garantizar el desarrollo económico nacional en medio de las incertidumbres geopolíticas. También está en el impacto de los crecientes niveles de deuda en su capacidad para proporcionar alimentos y asistencia sanitaria a sus ciudadanos, y en garantizar la justicia climática mientras hacen frente a una crisis energética provocada por el aumento de los precios del petróleo y el gas.

 

Una visión eurocéntrica del mundo

Estas y otras preocupaciones reciben cierta atención internacional, a veces. Sin embargo, la mayoría de las veces, tanto los responsables políticos occidentales como los grupos de reflexión, los académicos y los periodistas siguen anclados en una visión del mundo occidental y eurocéntrica. Se presta poca atención al presidente senegalés Macky Sall cuando advierte que la “carga de historia” de África significa que el continente no quiere convertirse en el caldo de cultivo de una nueva guerra fría, o cuando el ministro indio de Asuntos Exteriores Subrahmanyam Jaishankar insta a Europa a “salir de la mentalidad de que sus problemas son los problemas del mundo, pero los problemas del mundo no son los problemas de Europa”.

La resistencia a las sutiles y a menudo no tan sutiles transformaciones mundiales es más fuerte en Washington, donde los responsables políticos estadounidenses están obsesionados con consolidar el dominio estadounidense como “nación indispensable”, preservando, entre otras cosas, la supremacía internacional del dólar estadounidense. Por su parte, el ascenso de China se considera una amenaza existencial que hay que contener.

A pesar de la retórica a favor del desarrollo y de un enfoque menos confrontacional hacia China, las instituciones de la UE en Bruselas y los gobiernos nacionales parecen estar igualmente confusos en su lucha por comprender el alcance del reordenamiento global en curso, y las muchas formas en que Europa debe ajustar y adaptar sus políticas exterior, comercial y de desarrollo -así como su alcance de diplomacia pública- a la vida en un mundo multipolar o postunipolar transformado y cada vez más complicado.

 

La necesidad de cambio

Para la Unión Europea, hay mucho sobre lo que reflexionar y mucho que cambiar. Con sus múltiples acuerdos de cooperación económica y los millones de euros gastados en proyectos de desarrollo en las naciones más pobres, la UE se ha considerado durante mucho tiempo una campeona del multilateralismo, una fuerza para el bien mundial y un actor internacional benigno. Sin embargo, en todas las capitales de la UE, los países en desarrollo siguen viéndose en gran medida a través de una lente egocéntrica y sobre todo transaccional y transatlántica. No es de extrañar, pues, que muchos en el Sur Global vean a la UE como “hipócrita, interesada y poscolonial”.

Muchos responsables políticos europeos reconocen en privado la necesidad de cambiar. Pero los viejos hábitos son difíciles de erradicar. Por mucho que se hable de construir “asociaciones igualitarias” con los países en desarrollo, especialmente en África, el acceso a los beneficios comerciales y de ayuda de la UE va de la mano de narrativas simplistas del tipo “nosotros y ellos”, incrustadas en enfoques orientalistas y poscoloniales. Las conversaciones de la UE con las naciones en desarrollo tienden a centrarse en detener la inmigración ilegal y luchar contra la corrupción; además, suele haber sermones severos sobre los derechos humanos. Se dedica poco tiempo a escuchar y responder a las demandas del Sur Global para que se reformen las agencias multilaterales, se apliquen más rápidamente los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU o se eliminen las desigualdades globales, incluso en el acceso a las vacunas COVID-19.

Traicionando precisamente ese sesgo, en un discurso pronunciado en octubre de 2022 ante jóvenes diplomáticos europeos, el jefe de la política exterior y de seguridad de la UE, Josep Borrell, comparó a Europa con un jardín que es “la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha sido capaz de construir”. En contraste, subrayó: “La mayor parte del mundo es una jungla y la jungla podría invadir el jardín”.

Borrell se ha retractado de esta afirmación, admitiendo en una entrada de blog más reciente que gran parte de la “inacción” ante la guerra de Rusia contra Ucrania por parte del Sur Global es el resultado de “la percepción de un doble rasero y de la frustración por el hecho de que otras cuestiones no reciban el mismo sentido de urgencia y los mismos recursos masivos que se han movilizado para Ucrania”.

El canciller alemán Olaf Scholz también reconoció recientemente que los países en desarrollo están descontentos con la “aplicación desigual” de las normas internacionales, quieren una representación en igualdad de condiciones y subrayan la necesidad de acabar con el doble rasero occidental porque “si los países tienen la impresión de que solo nos acercamos a ellos porque nos interesan las materias primas o porque queremos su apoyo en una resolución de la ONU no debería sorprendernos que su disposición a cooperar sea, en el mejor de los casos, limitada”.

 

Afrontar los hechos

Esta autocrítica y el reconocimiento de los errores del pasado son importantes. Pero los europeos tendrán que hacer mucho más para mejorar su enturbiada relación con un Sur Global cada vez más seguro de sí mismo, ruidoso e influyente. A continuación, basadas en años de experiencia cubriendo la política exterior de la UE, se presentan algunas sugerencias parciales, pero esperemos que útiles.

En primer lugar, es importante afrontar la realidad y dejar de encontrar consuelo en narrativas autocalmantes. Nos guste o no, el Sur Global es ahora una realidad geopolítica, no una invención rusa ni una conspiración dirigida por China contra Occidente. Los líderes de los países en desarrollo que no quieren aislar ni a Rusia ni a China no son unos ingenuos insensatos o unos desinformados crónicos. Al igual que Occidente, persiguen sus intereses internos y externos.

La realpolitik ha desempeñado sin duda su papel a la hora de determinar las posiciones de algunos países sobre la guerra de Rusia contra Ucrania. La India ha dependido tradicionalmente de Moscú para sus suministros militares. Los países del sudeste asiático necesitan cereales y fertilizantes rusos y ucranianos, al igual que muchos países africanos que también mantienen desde hace tiempo vínculos militares con Moscú. La “amistad sin límites” de China con Rusia puede tener más que ver con su competencia con EEUU que con cualquier sentimiento real de calidez hacia Moscú, pero hace imposible que el presidente Xi Jinping critique abiertamente al presidente Vladimir Putin.

Hay otras razones importantes en juego. Muchos países en desarrollo consideran que la guerra de Rusia en Ucrania y la rivalidad de Occidente con China distraen la atención de cuestiones urgentes como la deuda, el cambio climático y los efectos actuales de la pandemia. Cuando se les pide que condenen la agresión rusa, señalan las guerras lideradas por Estados Unidos en Afganistán e Irak como prueba de la hipocresía y el doble rasero de Occidente. También choca la desconexión entre las muestras de compasión de Occidente por las víctimas de la guerra en Ucrania y su indiferencia ante el sufrimiento de los que están en otros lugares.

Las organizaciones benéficas internacionales señalan que el llamamiento de la ONU en favor de la ayuda humanitaria para Ucrania se ha financiado entre un 80% y un 90%, en contraste con intervenciones similares de la ONU para las personas atrapadas en crisis en Etiopía, Siria y Yemen. Los países africanos y asiáticos también han llamado la atención sobre la cálida acogida de Europa a los refugiados ucranianos y la muy estricta aplicación de las políticas de la “Fortaleza Europa” hacia los que huyen de otras guerras.

 

Un mundo multipolar

En segundo lugar, nos guste o no, lo aceptemos o no, se trata de un mundo multipolar. El canciller alemán Scholz, el francés Emmanuel Macron y el de la UE, Borrell, han hecho cautas referencias a la necesidad de adaptarse a los cambios globales, y Scholz incluso ha destacado el “carácter multipolar del mundo”. Pero siguen siendo la excepción. Para otros, aceptar la multipolaridad es difícil debido a la falsa suposición de que implica aceptar las narrativas rusa y china y, por tanto, es inherentemente antiestadounidense.

La verdad es más compleja. Ciertamente, China y Rusia están aprovechando el momento para intensificar su propia proyección en Asia, África y América Latina, pero también lo están haciendo Estados Unidos, Reino Unido y la UE. Puede que Pekín intente presentarse como el paladín de los intereses del Sur Global, pero se enfrenta a la resistencia no solo de India, sino de otros países como Brasil, Sudáfrica e Indonesia. No existe un “líder” del Sur Global en la actualidad y es poco probable que lo haya en el futuro.

La multipolaridad, sin embargo, está aquí para quedarse. Estados Unidos sigue teniendo una capacidad única para proyectar poder militar en todo el mundo, y también tiene el mando de la mayoría de los organismos multilaterales. El poder blando estadounidense es incomparable y potente. Sin embargo, en lugar de mirar solo a EEUU o a la UE, muchos países del Sur Global están escogiendo entre un abanico de socios, incluida China. A muchos no les gusta hablar de alianzas permanentes, prefiriendo en su lugar centrarse en la cooperación basada en temas concretos.

 

Asociaciones ‘Mix and Match’

Abundan los ejemplos de este tipo de asociaciones “mix and match”. India puede estar del lado de Occidente cuando se trata de golpear a China, pero desde luego no está abrazando las exigencias de EEUU y la UE de dejar de comprar petróleo a Rusia o sancionar a Moscú. Japón está tratando de mantener sus relaciones con China sobre una base estable, a pesar de desarrollar vínculos más estrechos con EEUU, Europa y la OTAN. Los archienemigos Arabia Saudí e Irán han firmado un acuerdo diplomático con mediación china, aunque Riad no renuncie a sus antiguos vínculos con EEUU, Israel está cerca de EEUU, pero también cada vez más cerca de China. El dólar estadounidense reina en el mundo, pero muchos Estados se están alejando del billete verde como moneda de reserva internacional.

La situación se va a complicar aún más. Como las naciones en desarrollo siguen luchando con las secuelas económicas de la guerra de Rusia contra Ucrania, es probable que se vuelvan aún más persistentes a la hora de hacer llegar sus preocupaciones tanto a través del G20, que actualmente lidera India, como a través de conversaciones bilaterales con los líderes del G7. También se esperan fuegos artificiales en la reunión del grupo BRICS, formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que se reunirá en Johannesburgo en agosto, con la ampliación para incluir a un potencial de 19 aspirantes y la viabilidad de introducir una moneda común en el orden del día.

 

Adaptarse y ajustarse

En tercer lugar, a pesar de los retos y las complejidades, la UE está bien posicionada para adaptarse y ajustarse a las transformaciones globales. Al ser la UE un conjunto de Estados dispares, diversos y a menudo pendencieros, los responsables políticos europeos tienen experiencia en lidiar con la complejidad y saben un par de cosas sobre el arte del compromiso y la negociación. Si juegan bien sus cartas, Europa puede prosperar realmente en un mundo multipolar.

Pero queda trabajo por hacer. Salir adelante en un entorno así exigirá que la UE supere el marco transatlántico centrado en Occidente y se comprometa de verdad con los países en desarrollo. Significa compartir los conocimientos, la experiencia y la sabiduría de Europa con los socios, pero no sermonearlos ni reprenderlos. Significa escuchar y aprender, no moralizar y señalar con el dedo.

Los gobiernos que violen la Carta de la ONU deben ser reprendidos. Pero la presión para salvaguardar un “orden internacional basado en normas” carece de sentido a menos que todos se atengan a las mismas normas. Ciertamente, la UE debe seguir comentando la mala gobernanza y las violaciones de los derechos humanos en el Sur Global. Pero debe tener cuidado de no incurrir en una indignación selectiva ni de convertir los derechos humanos en armas en nombre de la competencia geopolítica.

También está la incómoda cuestión del doble rasero. Gran parte de la legítima preocupación de Europa por la erosión de los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho en todo el mundo se ve socavada por su incapacidad para poner orden en su propia casa. El aumento del racismo, la creciente popularidad de los partidos de extrema derecha europeos y la presencia de populistas en el poder están ridiculizando las pretensiones de Europa de ser una unión de valores e igualdad. Los líderes de la UE difícilmente pueden denunciar la discriminación de las minorías en el extranjero si están dispuestos a dar cabida al racismo, la islamofobia y el antisemitismo en casa.

Las esperanzas de Europa de mejorar sus relaciones comerciales, empresariales y diplomáticas con el Sur Global no dependerán de la promoción de valores mediante la referencia a argumentos de “democracia frente a autocracia”, sino de respetar las diferencias entre las naciones y dar prioridad a los intereses económicos. Esto requiere que los responsables políticos de la UE dejen de hablar de mejorar el juego de la UE en la “batalla de narrativas y ofertas” global y empiecen a trabajar en reformas políticas reales. Las esperanzas de Bruselas de estrechar las relaciones con los líderes africanos, por ejemplo, seguirán viéndose obstaculizadas por unas políticas de inmigración que se perciben como incrustadas en el racismo estructural. Para que el Global Gateway de la UE resulte más atractivo para el Sur Global será necesario escuchar sus preocupaciones, no imponer las normas de la UE.

Mientras tratan de globalizar el Pacto Verde de la UE, los diplomáticos europeos tendrán que tomar nota de comentarios como los del presidente indonesio Joko Widodo, que ha advertido a la UE sobre la desconexión entre su objetivo declarado de establecer lazos de igualdad con las naciones y sus políticas medioambientales y comerciales restrictivas.

Puede que muchos en Occidente sigan prefiriendo la vida en una configuración unipolar, pero en realidad no hay otra opción: el mundo avanza y si la UE quiere seriamente conservar su influencia como actor global, y no meramente regional, debe abrazar el futuro, aprender a convivir con el Sur Global y adquirir las habilidades necesarias para navegar por un mundo multipolar impredecible y a menudo díscolo. Citando mal a Borrell, abandonar la comodidad de un jardín europeo ordenado y bien gestionado no será fácil. Pero la UE tiene mucho que ganar y poco que perder aventurándose en una jungla vibrante y apasionante.

Artículo traducido del inglés de la web de Internationale Politik Quarterly (IPQ). 

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