El símbolo del euro y la Eurotower, Frankfurt, Alemania. GETTY.

El sueño frustrado de una unión fiscal europea

Durante los 25 años del euro, la moneda única ha traído división en lugar de unidad a la UE. El error constante del debate político europeo ha sido creer que se puede conseguir una 'UE geopolítica' sin la unión fiscal.
Wolfgang Münchau
 |  22 de febrero de 2024

Los tres Estados que más problemas internos han dado a la UE en la última década han sido Reino Unido, Polonia y Hungría. Lo que todos comparten es que ninguno de ellos entró nunca en el euro, que este año ha celebrado su 25 aniversario.

No creo que se trate de una coincidencia. Imagínense lo que habría sido el Brexit si el Reino Unido no solo hubiera tenido que abandonar la UE, sino también cambiar su moneda y su banco central al mismo tiempo. La razón por la que Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, puede aferrarse a la noción de una Europa de Estados nación plenamente soberanos, es precisamente porque su país no ha ha terminado de formar parte del mayor proyecto de integración política de la historia de la UE.

En una conversación que mantuve hace mucho tiempo con el exministro de Economía italiano Tommaso Padoa-Schioppa, que había formado parte del consejo del Banco Central Europeo justo después de su fundación. Padoa-Schioppa, fallecido en 2010, era un economista que veía en el euro, sobre todo, un vehículo geopolítico. Para él, la moneda única era una cuestión de poder.

Pero el gran experimento ha fracasado. Solo ha tenido éxito en un sentido: el euro no se ha roto y técnicamente está bien gestionado. La tragedia de la moneda de la UE ha sido que los líderes de la Unión perdieron interés en completar el proyecto de integración económica y monetaria tras la introducción de la moneda en 1999.

En aquel momento, respeté la decisión del Reino Unido de no unirse al euro. En Gran Bretaña había una mayor conciencia de las consecuencias políticas de una unión monetaria. Los alemanes, en particular, negaban este punto, reduciendo las razones de ser de la integración monetaria únicamente a la economía.

John Major, el Primer Ministro británico, luchó denodadamente por su cláusula de no participación en el euro durante las negociaciones del Tratado de Maastricht en 1991. Dinamarca también consiguió la exclusión tras un segundo referéndum sobre el Tratado.

Pero Polonia y Hungría no, ni tampoco Suecia y la República Checa. Estos cuatro países optaron por no participar. Uno de los mayores errores que cometió la UE en su precipitada carrera hacia la ampliación a principios de la década de 2000 fue no insistir en que los Estados miembros se preparasen para ingresar en el euro más adelante. Polonia fue admitida en la UE a pesar de que su propia Constitución le prohíbe adoptar una moneda extranjera.

Ahora se repite el mismo error. La cumbre de la UE de diciembre dio luz verde a las negociaciones de adhesión con Ucrania. La adhesión al euro ni siquiera se ha tenido en cuenta en esas conversaciones, como no se hizo hace 20 años. Con Ucrania como miembro, la UE se encontraría con otra Hungría y otra Polonia. Después de la experiencia que la UE ha tenido con esos dos países, lo último que querría es otro miembro que vea la unión meramente como un club de Estados soberanos.

El euro ha dado lugar a otra categoría de división: dentro de la propia eurozona. En 2015, Grecia jugó con el Grexit durante un tiempo, pero se retiró del borde del abismo, a pesar de que Alexis Tsipras, el líder griego en ese momento, había logrado la mayoría de los votos en contra de las medidas de austeridad de la UE en un referéndum. Tres años después, un Gobierno italiano populista recién elegido se planteaba una moneda paralela, e incluso hizo preparativos.

En la actualidad, los Países Bajos podrían convertirse en una fuente de perturbaciones más grave. Geert Wilders, líder del ultraderechista Partido por la Libertad, ganó las elecciones de noviembre por goleada, pero aún no ha formado coalición. Aun así, es muy probable que se convierta en el próximo Primer Ministro holandés. En el pasado, Wilders también abogó por la salida de Holanda de la UE y el euro.

En los años 90, el gran politólogo británico-alemán Ralf Dahrendorf predijo que el euro se convertiría en una fuente de división política en Europa. El euro ha resultado ser una causa de divergencia económica entre un norte próspero y un sur pobre.

El sistema bancario de la eurozona está hoy más fragmentado que hace 25 años. Francia e Italia han registrado déficits presupuestarios persistentemente superiores a los de Alemania durante largos periodos. Una de las muchas consecuencias políticas de la divergencia económica y fiscal es la creciente reticencia de los alemanes, en particular, a aceptar instrumentos de deuda conjuntos, o incluso programas conjuntos financiados con deuda, como el fondo de recuperación durante la pandemia del Covid.

A medida que se retroalimenta la divergencia de los miembros de la UE, la ventana para una unión fiscal se está cerrando. Un sistema bancario único, un mercado de capitales único y una deuda pública única habrían sido requisitos previos para el sueño de una UE geopolítica. No insistir en ello fue una decisión política. Es justo, pero quienes apoyaron esa opción no tienen derecho a quejarse de que la UE carezca de poder geopolítico.

Sin embargo, hoy en la UE se habla mucho de geopolítica como requisito para convertirse en un actor global competitito, sobre todo por parte de quienes nunca han sido partidarios de la unión fiscal. Para tener un ejército europeo único se necesita una política europea única de contratación pública de defensa y la financiación correspondiente. La UE tendría que poder desplegar su moneda como instrumento de política exterior, igual que hace Estados Unidos con el dólar. También habría que abandonar la idea de que los países de la UE, varios de los cuales tienen menos población que algunos condados británicos, deban gozar de pleno derecho de veto en política exterior.

Durante los primeros 25 años del euro, apoyé la unión fiscal europea. Ahora he aceptado que esto no sucederá en el corto ni medio plazo. Tampoco la UE hará realidad sus ambiciones geopolíticas. El error constante del debate político europeo ha sido creer que se puede conseguir una cosa sin la otra.

Artículo traducido del inglés de la web de The New Statesman.

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