España ha vivido cuatro décadas de proyección exterior. Como actor internacional, incorporándose activamente a los organismos multilaterales, incluso liderando algunos como la OTAN, la UE o el FMI; como agente económico, con la internacionalización más que exitosa de las grandes empresas españolas; y como potencia cultural, a través de la expansión de la lengua y de los creadores españoles desde el cine a la gastronomía. En cualquiera de estos ámbitos se repetía un comentario: el rey es “el mejor embajador de España”.
Al margen de calificativos o frases hechas, lo cierto es que el rey ha desplegado al máximo una de las funciones asignadas en la Constitución como “la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica”. Las relaciones con América Latina y con los países árabes son los mejores exponentes del papel del monarca en la ejecución de la política exterior española de la democracia. Como afirma Francisco Javier Quel, la Corona está perfectamente engranada en la maquinaria diplomática.
Juan Carlos I ha utilizado con aprovechamiento, reserva y eficacia su condición de rey: es decir, jefe de Estado entre cuyas funciones ha destacado la capacidad de aconsejar o discrepar de determinadas propuestas exteriores. También y sobre todo, el rey ha sido en estos casi 40 años receptor de información de alta calidad. Con reserva, esa información ha sido puesta a la disposición de intereses españoles. Intereses estratégicos. Intereses políticos. Pero también, y destacadamente, necesidades tecnológicas y empresariales, fueran españolas o participadas por intereses españoles, como es el caso de Airbus Group.
La comunidad iberoamericana ha funcionado en gran medida gracias a su implicación; comprometiéndose en la organización de cada cumbre y convocando uno a uno a unos líderes latinoamericanos cada vez más escépticos con el proyecto. Como jefe de Estado más antiguo de esa comunidad –Fidel Castro vive, pero se ausentó definitivamente del grupo dirigente– Juan Carlos I ha mantenido hasta ayer esa relación personal con los presidentes latinoamericanos de uno u otro signo. Luiz Inácio Lula da Silva, expresidente de Brasil, es un buen ejemplo del papel del monarca en la interlocución con América Latina. Incluso Hugo Chávez, a quien el rey dirigió el famoso «¿por qué no te callas» en la Cumbre de Santiago de Chile en 2007.
La relación con el mundo árabe, mantenida con simultánea e impecable relación con Israel, es otro ejemplo. Como anfitrión y mediador durante la Conferencia de Paz de Madrid, en noviembre de 1991, el rey Juan Carlos logró reunir esos días a George Bush padre y Mijail Gorbachov, además del primer ministro israelí Isaac Shamir y los representantes palestinos, con Haidar Abdul Shafi en cabeza.
Para España, no obstante, la clave de la política exterior hacia el mundo árabe está en Marruecos. La relación entre Hasan II y el monarca español recuerda lo que para los dos vecinos han sido los últimos 20 años del siglo anterior.
Por otra parte, ha destacado la condición europea del rey. Varios viajes oficiales a Estados Unidos dieron al monarca español esa condición ante Washington. La relación personal de Juan Carlos I con Helmut Kolh o François Mitterrand tuvo una traducción mal conocida pero decisiva, por ejemplo, ante George Bush padre y también ante Bill Clinton.
En los últimos años, el príncipe de Asturias ha ido sustituyendo a su padre de forma creciente en actos oficiales y viajes diplomáticos. Felipe de Borbón ha demostrado una alta cualificación para esta representación exterior. Tiene, además de formación, verdadero interés por lo que sucede en el mundo. En América Latina y en Estados Unidos está reforzando los vínculos tradicionales de España al tiempo que forja un carácter internacional propio, más adecuado a la sociedad española actual y a los cambios globales.
No parece que España vaya a vivir a medio plazo un periodo de similar empuje internacional. La imagen del país ha sido devastada por la crisis. La prensa de todo el mundo no solo ha informado de la prima de riesgo de la deuda española o del creciente desempleo, sino también de la crisis política interna y del deterioro en la valoración de las instituciones, el más notable el de la monarquía. En 1997, el rey Juan Carlos fue portada en Time. Para el semanario estadounidense, el monarca representaba el salto de España de la dictadura a la democracia. ¿Cómo retrataría hoy Time al príncipe Felipe? Este retrato dependerá en gran parte de cómo se resuelvan los enormes problemas internos de España y, consecuencia lógica de lo anterior, de cómo se proyecte internacionalmente el país a partir de ahora.