Cuando China era la mayor potencia del mundo –y lo fue sistemáticamente hasta el Siglo XIX, al menos en términos de PIB–, su emperador no necesitaba salir a conquistar el mundo. El “reino del medio” invitaba a sus vecinos para que acudiese a la corte imperial y se postrasen ante el Hijo del Cielo: a cambio de declararse Estados tributarios, se les concedía el privilegio de comerciar con China. Se perciben los ecos de este pasado imperial en la reciente avalancha de solicitudes para formar parte del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII), la entidad financiera multilateral impulsada por Pekín a finales de 2014. Con más de 46 miembros fundadores, el BAII es ya un símbolo del inmenso peso económico –y el incipiente peso político– de China.
El episodio sorprende por varios motivos. En primer lugar, el BAII es la punta del iceberg en una estrategia de expansión económica y política impulsada por Xi Jinping, presidente desde 2013. El principal proyecto comercial de China continúa siendo la Ruta de la Seda, un ambicioso corredor económico (terrestre y marítimo) que integrará los mercados de Asia y Europa. La línea ferroviaria más larga del mundo, inaugurada a finales de 2014, une la costa de China con Madrid.
En segundo lugar, el BAII plantea un reto a las estructuras de gobernanza económica creadas después de la Segunda Guerra Mundial –en concreto al Banco Mundial y al Banco Asiático de Desarrollo (BAsD), con sede en Manila. China, que según el Fondo Monetario Internacional es ya la mayor economía del mundo, considera que no está representada adecuadamente en estas instituciones, lideradas respectivamente por Estados Unidos y Japón. Aunque el BAII será relativamente pequeño (50.000 millones de dólares de capital, frente a los 160.000 del BAsD y los 223.000 del Banco Mundial), el papel destacado de China le permitiría ejercer el derecho al veto en sus proyectos.
Por último, EE UU ha cosechado una derrota política sin precedentes en su intento de boicotear la iniciativa. Barack Obama se opuso a la creación del BAII so pretexto de que sus criterios laborales y medioambientales no eran adecuados. En las últimas semanas, la diplomacia americana ha contemplado desde la impotencia cómo sus principales aliados regionales (Taiwán, Australia, Corea del Sur, tal vez incluso Japón) se sumaban a la propuesta china. Peor aún, la avalancha de solicitudes, que ha sorprendido incluso a los diplomáticos chinos, fue provocada por Reino Unido, en teoría el aliado más firme de EE UU. David Cameron y su ministro de Finanzas, George Osborne, solicitaron acceso al banco ignorando las reticencias del ministerio de Exteriores británico.
Washington considera la decisión oportunista; para Cameron, ingresar en el BAII es una decisión pragmática. La consultora McKinsey calcula que Asia necesita invertir ocho billones de dólares en infraestructura entre 2010 y 2020, un billón de ellos en colaboraciones público-privadas. Londres, como el resto de las capitales europeas que se han sumado a la iniciativa china –Berlín, París, Roma, y también Madrid–, no quiere dejar pasar una oportunidad tan lucrativa.
En su intento de boicotear las aspiraciones chinas, EE UU ha quedado aislado. La tendencia de los aliados americanos a buscar oportunidades económicas en Pekín al tiempo que mantienen lazos militares con Washington no hará más que aumentar en el futuro. Especialmente en el vecindario de China. Como observa David Seaton, la decisión británica podría entenderse como un punto de inflexión en la historia de la decadencia y caída del Imperio americano.
Encajar el ascenso de China conllevará aceptar su creciente peso político y económico en vez de contenerlo. Pero esto requerirá una participación activa en la región y no actuar a remolque de las iniciativas chinas. En este sentido, Europa también sale perdiendo tras la creación del BAII. La Unión Europea es una superpotencia económica y reguladora. Si sus miembros hubiesen solicitado acceso en bloque, se hubiesen encontrado en una posición de fuerza a la hora de negociar las condiciones de su participación en el banco. Haciéndolo por separado recuerdan a los Estados tributarios, postrados ante el emperador Jinping.