El federalismo y el sistema electoral mayoritario privilegian en Estados Unidos a la representación de los Estados rurales, conservadores y poco poblados, de tal manera que desde 1994 el Congreso ha estado dividido prácticamente en dos mitades, pese a que el Partido Republicano representa, en realidad, a una minoría de la opinión nacional. De esta manera las elecciones son existencialmente reñidas: unos cuantos escaños determinan el control de la Cámara de Representantes, y tan solo uno el Senado.
La campaña de los demócratas en las recientes elecciones de medio término ha sido particularmente inefectiva: el electorado está principalmente preocupado por la inflación y el creciente coste de la vida, y los republicanos los atribuyen a los demócratas por su política económica y los generosos subsidios que han “regalado” a la población. Culpan a los demócratas por no haber resuelto el tremendo problema de la inmigración, que agita principalmente al sector social que los apoya, sin querer reconocer que ha sido su obstruccionismo el que ha impedido la reforma del sistema. La cuestión del aborto, inflamada por una sentencia del Tribunal Supremo, ha quedado en un segundo plano, y las denuncias de las artimañas de los republicanos por restringir o incluso suprimir el voto no han acabado de alertar a la opinión.
En este contexto ha sorprendido que los republicanos no hayan conseguido ahogar a los demócratas con una “ola roja”. Aunque el escrutinio del voto no ha terminado aún, parece que ganarán solo una tenue mayoría de la Cámara de Representantes; y en el Senado, la mayoría de tan solo un escaño ha quedado relegada a una segunda vuelta en Georgia. La inesperada fuerza de los demócratas se ha visto también en la elección de los gobernadores de Estados tan divididos como Michigan, Pensilvania y Wisconsin; quizá también, cuando termine el escrutinio, en Arizona, Oregón y Kansas.
Más aún ha sorprendido que las elecciones hayan transcurrido regularmente sin la violencia, la intimidación de los votantes y las amenazas a los funcionarios electorales que se esperaban de los trumpistas. Estos han intentado infructuosamente inflar unos pocos e irrelevantes incidentes e iniciar unas cuantas demandas judiciales que no irán a ninguna parte, como sucedió en 2020.
Parece como si estuviéramos volviendo a la regularidad de siempre. La mayoría de los candidatos republicanos que, apoyados ruidosamente por Trump, negaban la validez de las elecciones de 2020 han sido derrotados por candidatos demócratas o republicanos moderados.
Se está demostrando que la influencia de Donald Trump va disminuyendo patentemente. Gran parte de los candidatos que endosó tanto para el Congreso como para las gobernaciones han sido derrotados. Eran de tan mala catadura que iban más allá de lo que el mismo electorado trumpistas deseaba.
Han sido los independientes y los moderados de ambos partidos los que han ganado este auténtico referendo nacional. Han apartado tanto a los extremistas del trumpismo como a los extremistas de la izquierda ideológica de los demócratas. Las elecciones legislativas de mitad del mandato presidencial siempre han sido un referendo del presidente; en esta ocasión han sido también un referendo de Trump y los republicanos. Las revelaciones que pertinaz y cotidianamente surgían del comité de investigación del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 han tenido su natural efecto. La preocupación que predomina en la opinión pública sobre la inflación y el progresivo encarecimiento de la vida, que los republicanos han estado aprovechando en su campaña, se ha visto compensada por la legislación sobre el aborto que se han apresurado a adoptar los Estados republicanos tras la sentencia del Tribunal Supremo.
«Estas elecciones demuestran cómo la sociedad americana está reaccionando contra el autoritarismo e incipiente fascismo que ha despertado Trump»
El centro del electorado ha comprendido que pese a la inclinación trumpista que muchos sentían, y la desilusión de un gobierno demócrata que no ha sabido ni podido superar la parálisis legislativa, los republicanos no tienen un programa político. Más aún, al vacío del “reaganismo” que repiten monótonamente sin substancia alguna, se suma la realidad que muchos han percibido de favorecer fragrantemente a las clases más acomodadas y oponerse a las negociaciones sindicales que interesan a los trabajadores en estos tiempos tan acuciantes.
La sociedad en EEUU está compuesta de estamentos muy fuertes, no solo en sus ideas sino también en su articulación en numerosas e influyentes organizaciones y agrupaciones, como ya señalara Alexis de Tocqueville en su época. La judicatura forma parte de esta composición nacional. Pese al descrédito en que ha caído todo el sistema político, incluido el mismo Tribunal Supremo, estas elecciones demuestran cómo la sociedad americana está reaccionando contra el autoritarismo e incipiente fascismo que ha despertado Trump, auténtico súcubo de la democracia.
La mayoría en la Cámara de Representantes que los republicanos pueden muy bien ganar será una mayoría muy tenue, igual que la de cinco escaños que gozaba la mayoría demócrata. Continuará así la parálisis legislativa de los últimos años. El Congreso no podrá encarar la solución de los grandes problemas del país que no han sido mencionados para nada durante la campaña. Los trumpistas del Partido Republicano chantajearán a su mayoría exigiendo concesiones a su extremismo nihilista. Desprovistos de propósito, los republicanos se dedicarán a paralizar todo cuanto intente el presidente y a vengarse con multitud de “investigaciones”, quizá incluso la destitución del presidente y de sus principales correligionarios.
Desgraciadamente la imposibilidad del bipartidismo condenará a la política exterior de EEUU a la misma suerte.
Lamentablemente, como sucede con otros análisis, excelentes razonamientos, detalladas disecciones políticas , se acompañan con sesgos , preconceptos y prejuicios muchas veces. Gracias por la parte del análisis que ha sido muy valiosa para mi. El relato demócrata nos dice que su protagonismo es la normalidad, la democracia (como dijera Biden) , mientras «lo otro» es un pulso irracional, la excepción y obviamente la palabra comodín para toda desacreditación del adversario: fascismo. Las estrategias demócratas sobre la estructura de los organismos electorales ni se mencionan, mientras que las republicanas son ¨artimañas¨. La inclinación del voto latino por el prisma republicano ni se menciona. El aborto no paso a segundo plano y no se dice que los gobernadores que lo prohibieron después de la sentencia de la Corte Suprema han sido reelegidos todos. La inmigración efectivamente no ha sido resuelto por los demócratas y el obstruccionismo republicano mencionado aquí es en minoría un pálido reflejo del que ejercieron por cuatro años Pelosi y Cia. en la anterior administración. Podría seguir, pero prefiero aprovechar algunos valiosos conceptos que he leído y dejar los otros por ahí.