Los partidos populistas que con tanto éxito crecen en esta Europa en estado de crisis múltiple tienen una ventaja frente al resto: aparentemente, no necesitan ganar en las urnas para imponer sus postulados. Amenazados por ser superados por estos combativos jugadores, los partidos del centro terminan por copiar sus mensajes y expresiones. Le está ocurriendo al precandidato Nicolas Sarkozy en Francia, decidido a ganar a Marine Le Pen –si antes se impone en las primarias del centroderecha a finales de noviembre– a base de competir en dureza en el espinoso territorio de la identidad nacional. Puede que no haga falta votar a Le Pen para que gane Le Pen.
Pero es en Reino Unido dónde este fenómeno goza estos días de particular intensidad. La primera ministra, Theresa May, que defendió la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea durante la campaña del referéndum –cautelosamente mantuvo, eso sí, un perfil bajo para guardarse un as en la manga por si las cosas se torcían– se muestra ahora decidida a entonar los discursos más duros de quienes tradicionalmente han repulsado todo lo que tiene que ver con Europa, empezando por los europeos no británicos que viven en su país. Debemos agradecer al xenófobo líder de UKIP, Nigel Farage, su franqueza en este sentido, pues reconoce abiertamente que las cosas que dice May las lleva diciendo él de forma repetida durante años.
May anuncia que activará la famosa cláusula del artículo 50 (que da comienzo a las negociaciones de salida de la UE) a finales de marzo de 2017, lo que sitúa la fecha de divorcio eurobritánico probablemente en abril de 2019. May apuesta por un “Brexit duro” que probablemente supondrá la salida del mercado único y ni siquiera asegura a los europeos que ya viven en Reino Unido que podrán mantener su estatus.
Esta estrategia se apoya en un viraje del Partido Conservador británico, cuyas dos almas –la rural y más nacionalista frente a la más liberal y cosmopolita– parecen revertirse ahora a favor de la primera. La ocupación de este espacio conservador se ve favorecida por las horas bajísimas del Partido Liberal y por la crisis que atraviesa el Partido Laborista bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn. Los xenófobos del UKIP no se encuentran mucho mejor, al haber dimitido recientemente su nueva líder, Diane James, tras solo 18 días en el cargo.
En su único discurso de campaña en el referéndum del pasado junio, May, entonces ministra del Interior y partidaria de quedarse en Europa, afirmó que el dilema del Brexit no se refería al “tipo de país que los británicos querían ser”. Pero su llegada al número 10 de Downing Street parece haberle hecho cambiar de idea. En la convención de su partido en Birmingham, celebrada hace poco más de una semana, May afirmó en un tono algo apocalíptico que Reino Unido se encuentra en una encrucijada, “una oportunidad única en esta generación para cambiar a mejor el devenir de nuestro país”.
Los planes de May han desatado las alarmas de quienes piensan que el populismo ya ha ganado. Como resume Philippe Legrain, investigador de la London School of Economics, May no solo prepara una ruptura total con la UE, sino que también adopta una “visión profundamente iliberal sobre el futuro británico, en una mezcla de intervencionismo económico, nacionalismo político y xenofobia cultural”. Veamos algunos ejemplos.
May quiere que las empresas en Reino Unido elaboren listas con los nombres de sus empleados extranjeros (el revuelo causado tras anunciarlo les ha hecho matizar después que su contenido sería confidencial). También quieren poner en marcha medidas para nacionalizar el personal médico del NHS, la sanidad pública británica, dónde actualmente la presencia extranjera es fundamental para su funcionamiento: el 11% de sus trabajadores es extranjero (nada menos que el 26% si contamos solo al personal médico). Igualmente, se pretende restringir el acceso de los estudiantes que vengan de fuera para estudiar en las universidades británicas. En definitiva, los planes de May apuntan a una deconstrucción por fases de todo lo que hizo grande a su país para quienes hemos admirado su cosmopolitismo y apertura.
Mientras el gobierno británico esboza sus planes para construir un nuevo país, la libra esterlina cae en picado, en mínimos en décadas respecto al dólar, y la comunidad empresarial se alarma ante una previsible crisis económica. Caos en el horizonte. La hemeroteca, en esta era digital, es particularmente letal para algunos políticos. Michael Ignatieff lo llama la era del eterno presente, puesto que todo lo dicho en el pasado es susceptible de reaparecer de golpe en cualquier pantalla móvil. El caso es que David Cameron dejó escrito un tweet en mayo de 2015, a las puertas de las elecciones, dónde advertía: “Reino Unido se enfrenta a una simple e inevitable elección: estabilidad y gobierno fuerte o caos con Ed Miliband”.