Cuentan que el emperador Carlos V (1500-1558), Carlos I de España, decía que hablaba español con Dios, italiano con las mujeres y alemán con el caballo. Además, estaba casado con Isabel de Portugal, con quien hablaba en alguna de estas lenguas o se comunicaba en latín.
La diversidad lingüística es sin duda una de las grandes riquezas de la humanidad, porque en cada lengua reposa una parte de nuestra historia. En la región iberoamericana, como en África y Asia, existen cientos de lenguas que deben preservarse. Si en el pasado un humanista hablaba varias lenguas, hoy regresamos a la necesidad de dominar diferentes idiomas, también con diferentes usos. El lugar de las lenguas va cambiando a lo largo de los tiempos y su proyección global depende cada vez más de un conjunto de factores como el número de hablantes, la geografía, el poder económico, el desarrollo tecnológico, la producción científica o la capacidad de influencia.
En el siglo XX, la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial –en particular, el papel de Estados Unidos– contribuyó a la afirmación del inglés como lengua internacional dominante, a la que se sumaron otros factores que Joseph Nye denominó, a finales de la década de los ochenta, “poder blando” (soft power), como el cine estadounidense, la música anglosajona o incluso marcas como CocaCola, que actuaron como grandes catalizadores de la lengua y promovieron su aprendizaje casi natural. El inglés se convirtió en la lengua de negocios, de ciencia y de tecnología, beneficiando enormemente a sus hablantes.
Sin embargo, el mundo multipolar que se ha ido configurando, las interconexiones entre regiones del planeta y variables como la localización de recursos naturales, las reservas de agua dulce e incluso las plataformas marítimas con sus múltiples beneficios, han demostrado el poder de otras geografías. Hace décadas que se estudia la relación entre lenguas y economía, mostrando las ventajas de la proximidad lingüística en el comercio, con un lugar destacado para el inglés y su estatus de lengua global.
«La constatación del poder de las lenguas como afirmación geopolítica y geoestratégica queda bien patente con el ejemplo del chino y su reciente proyección internacional»
La constatación del poder de las lenguas como afirmación geopolítica y geoestratégica queda bien patente con el ejemplo del chino y su reciente proyección internacional. En 2004 se creó el Instituto Confucio, con objetivos similares a los del Instituto Cervantes, la Alliance Française, el British Council o el Instituto Camões. En menos de 20 años, el Instituto Confucio ha logrado estar presente en 150 países y cuenta con más de 500 centros de enseñanza de la lengua y la cultura chinas, en su mayoría con sede en universidades. Solo en EEUU hay 80 centros, seguido de Reino Unido, con 30 centros, y Corea del Sur, con 23.
Dos factores combinados han contribuido a este crecimiento exponencial: antes que nada, la posición económica y geopolítica que la República Popular China ha ido asumiendo desde principios del siglo XXI. Al mismo tiempo, esta expansión no habría sido posible sin una política clara trazada por el gobierno chino con una fuerte inversión de medios. Desde los años ochenta, los planes quinquenales de desarrollo económico y social del Partido Comunista Chino (PCCh) han dado prioridad a la apertura al mundo occidental, así como a la inversión en educación, ciencia y tecnología. Además, se tomó conciencia de la necesidad de cambiar la imagen exterior de China, abriendo el conocimiento de la lengua y la cultura.
En el 17º Congreso del PCCh, en 2007, el entonces presidente Hu Jintao recordaba la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001 y abogaba por una participación cada vez mayor en los organismos internacionales. Tras muchos siglos en los que China se había cerrado al mundo, había llegado el momento de participar activamente en la política global. En este sentido, la creación del Instituto Confucio forma parte de la estrategia de “poder blando” que acompaña a los objetivos geopolíticos de China. Nada que no hayan hecho otras lenguas globales en su momento de afirmación.
Lengua y redes de poder
La conciencia de la importancia de las lenguas en la construcción de redes de poder tiene una larga tradición de la que son ejemplo, desde luego, el español y el portugués, como idiomas hablados en varios continentes. A pesar de todos los esfuerzos que se han hecho para valorizar otras lenguas, persiste una tendencia al monolingüismo, presentándose el inglés como la lengua natural de negocios, de ciencia y de diplomacia. Basta pensar en el esfuerzo adicional que tienen que hacer los hablantes no nativos de inglés para comprender de la importancia de desarrollar políticas lingüísticas integradoras que incluyan la investigación sobre el valor y el poder de las distintas lenguas.
Los primeros estudios sobre el valor económico del español se remontan a 2007, un ambicioso proyecto impulsado por la Fundación Telefónica, en colaboración con el Instituto Cervantes y el Real Instituto Elcano, dirigido por José Luís García Delgado, de la Universidad Complutense de Madrid. Hasta la fecha se han publicado más de 14 títulos sobre distintos aspectos de la materia, a los que hay que añadir el “Anuario del Instituto Cervantes”, que actualiza indicadores e introduce nuevas perspectivas.
«Cuanto más se investigue sobre el valor económico, científico y tecnológico de las lenguas, más visibilidad alcanzarán»
En el caso del portugués, los primeros estudios promovidos por el Instituto Camões se remontan a 2008. En 2011 se publicó por primera vez “El potencial económico de la lengua portuguesa”, a la que han seguido otras investigaciones que han ampliado el análisis a todo el ámbito de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP). Cuanto más se investigue sobre el valor económico, científico y tecnológico de las lenguas, más visibilidad alcanzarán. Y esa visibilidad también permitirá empoderar a sus hablantes y a sus intereses.
La relación entre lenguas y economía puede ser considerada a través de varios ángulos, desde el ya mencionado –la relevancia de la proximidad lingüística (y también cultural) como facilitadora de negocios– hasta el valor de las industrias y sectores que utilizan la lengua (cine, música, edición, juegos, teatro, comunicación, turismo, educación, tecnologías de la información) o incluso su importancia en los flujos financieros. El binomio lenguas-economía no está muy distante de la innovación, la producción científica y las tecnologías, donde, en este último caso, más que el número de usuarios, es decisiva la producción de contenidos y el desarrollo de nuevas herramientas basadas en la inteligencia artificial (IA).
El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de España, que forma parte del esfuerzo europeo para mejorar la economía tras la crisis derivada de la pandemia, destaca como uno de los proyectos estratégicos el desarrollo de una nueva economía de la lengua centrada en la IA, en la producción de conocimiento, en las industrias culturales y creativas y la enseñanza del español y las lenguas cooficiales. Se trata de una clara constatación de que no podemos quedarnos atrás en la transformación digital, que tiene un importante componente lingüístico. Asimismo, es importante potenciar nuevas áreas de producción de riqueza, como la cultura y el turismo, generando empleo cualificado y joven.
También del lado de la lengua portuguesa ha crecido el interés y la inversión en estas mismas áreas, con gran expresión en Brasil, donde el nuevo gobierno deberá impulsar proyectos tanto en el área de la IA como en la producción científica y la economía de la cultura, posicionándose en el contexto internacional y promoviendo el portugués.
«El español y el portugués forman una comunidad de más de 850 millones de hablantes con presencia en cuatro continentes y participación en diferentes bloques regionales»
Las dos lenguas –español y portugués– forman una comunidad de más de 850 millones de hablantes con presencia en cuatro continentes y participación en diferentes bloques regionales. Siendo lenguas distintas, con identidad propia en los diferentes países, tienen la gran fortaleza de permitir el entendimiento mutuo, lo que debemos impulsar en una estrategia conjunta.
Las lenguas son poder, pero es importante que nuestras lenguas sean lenguas de poder. Sabemos que queda mucho camino por recorrer y no basta citar la demografía, los recursos naturales o la posición geoestratégica. El español y el portugués deben ser lenguas de desarrollo, de crecimiento económico y de ambición de futuro que lleguen a los distintos continentes y tengan expresión internacional. Para ello, es preciso desarrollar estrategias de cooperación y clara definición de objetivos