Es una paradoja reveladora que en la era de Donald Trump, tan rotunda y carente de subtexto, los escándalos de su administración se analicen de manera anecdótica. Así ha ocurrido con la muerte de cuatro soldados estadounidenses en Níger el 4 de octubre. El debate se ha centrado en la actitud vulgar del presidente con la viuda de uno de ellos y, si acaso, en las similitudes entre este incidente y el de Bengasi (Libia, 2012), quebradero de cabeza recurrente para Hillary Clinton y Barack Obama. Las cuestiones determinantes (¿Contra quién combatían soldados estadounidenses en Níger? ¿Qué operaciones realiza Estados Unidos en la región?) han quedado en segundo plano.
Plantear estas preguntas conllevaría examinar la presencia del Pentágono en África. Un despliegue discreto cuando no encubierto, pero que acumula años creciendo. Según el portal de periodismo investigativo The Intercept, EE UU cuenta con 6.000 efectivos en 20 países africanos. La mayor parte de estas misiones son de apoyo y entrenamiento a las fuerzas de seguridad locales, pero hasta 1.700 efectivos estadounidenses forman parte del departamento de operaciones especiales en el Mando Africano del Pentágono (AFRICOM). Donald Bolduc, su comandante hasta hace poco, admitía en 2015 operar “en la Zona Gris, entre la guerra y la paz tradicionales”. La misión, tanto de las fuerzas especiales como de los cuerpos nacionales a los que entrenan los estadounidenses, es combatir a los más de 50 grupos terroristas que EEUU identifica en el continente. Con los estatutos aprobados tras los atentados del 11 de septiembre, el ejecutivo puede desarrollar estas intervenciones sin la autorización del Congreso ni un debate público al respecto. En total, EEUU está realizando operaciones militares en más de 12 países africanos.
Los defensores de esta lucha en la Zona Gris la presentan como una serie de pequeñas batallas libradas para evitar conflictos mayores. “La guerra se está metamorfoseando”, anunció recientemente el senador neoconservador Lindsey Graham. “Vais a ver más operaciones en África, no menos; vais a ver más agresión de EEUU a sus enemigos, no menos; vais a ver decisiones tomadas no en la Casa Blanca, sino en el campo de batalla”. Con Trump relegando su política exterior a un triunvirato de generales (James Mattis en Defensa, John Kelly en la Casa Blanca y H.R. MacMaster en el Consejo de Seguridad), las advertencias de Graham son más bien una constatación de la realidad.
El despliegue estadounidense en el Sahel precede a la administración actual. En 2002, el departamento de Estado de George W. Bush inauguró su Iniciativa Pan-Sahel con el fin de reforzar capacidades de contraterrorismo en la región. El salto cualitativo llegó con Obama, partidario de recurrir a operaciones especiales e intervenciones encubiertas antes que a guerras aparatosas (una filosofía que también puso en práctica en teatros de operaciones más extensos, como el de Afganistán).
Esta dinámica se aceleró con la intervención de la OTAN en Libia. Tras la derrota de Gadafi, grupos radicales cruzaron las fronteras del sur del país, abiertas y poco vigiladas (“porosas”, en la jerga de seguridad). La intervención francesa en Malí, a finales de 2012, vino motivadas por esta situación. En 2013, EEUU puso en marcha la operación Juniper Shield, destinada a frenar el avance de grupos radicales en la región –como Boko Haram en Nigeria, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y Al Murabitún en Malí, Níger, Libia y Argelia– mediante operaciones especiales.
Con Libia al norte, Malí al este y Nigeria al sur, Níger es un centro logístico clave. El Pentágono está ampliando su presencia con una base aérea en Agadez, en el centro del país. Actualmente en construcción, la base se convertirá en uno de los principales centros de drones, junto con las de Chabelley y Camp Lemonier, en Yibuti en el este del continente, que también se emplean para operaciones en la península arábiga y el Cuerno de África (concretamente, contra las milicias de Al-Shabbaab en Somalia).
La niebla de la guerra
Los soldados fueron emboscados cerca de la frontera con Malí, donde aparentemente intentaban capturar u obtener información sobre líderes de Al Murabitún. Los refuerzos –cazas franceses y soldados nigerinos– llegaron tarde. Los estadounidenses podrían haber recibido inteligencia manipulada, pero los detalles de la operación son confusos. Una de las características de las operaciones en la Zona Gris es que ni siquiera sus responsables parecen estar al tanto de lo que en ellas sucede. Joseph Dunford, presidente del Estado Mayor Conjunto, admitió el pasado mes que ignoraba cómo se desarrolló el ataque.
EEUU no opera solo en África. La principal potencia militar en el continente continúa siendo Francia, que mantiene 7.000 efectivos. Desde 2014, París lleva a cabo la Operación Barkhane para destruir a grupos radicales en el llamado G5 Sahel: Chad, Burkina Faso, Malí, Niger, Malí y Mauritania. Soldados del propio G5, apoyados por franceses y estadounidenses, iniciaron a principios de noviembre una misión conjunta. Se espera que esta fuerza pan-africana alcance 5.000 efectivos, pero la falta de financiación presenta un problema para su viabilidad
España también ha adquirido un papel destacado como hub logístico tras la ampliación de las bases estadounidenses en el país. Con la sede del Mando Africano en Stuttgart (Alemania), Rota y Morón se han convertido en centros operativos más convenientes. Rota se consolidó, en 2011, como el puntal del sistema naval antimisiles en el flanco sur de la OTAN. Tras los eventos de Bengasi, Morón ha experimentado una ampliación de los equipos de reacción rápida en la base aérea, que actualmente cuenta con una fuerza fija de 850 marines.
De momento, las intervenciones militares occidentales no se han traducido en mayor estabilidad para el Sahel. Al contrario, la mayor parte de los países en la región han sufrido golpes de Estado en años recientes, en parte motivados por la creciente militarización de sus sociedades. Libia continúa siendo un Estado fallido. En Malí, la intervención francesa ha dado paso a la Minusma, actualmente la misión de pacificación más letal de las Naciones Unidas. El país continúa desestabilizado por la falta de oportunidades, las diferencias regionales y una creciente radicalización. Se trata de problemas comunes al resto de la región, que ni ejércitos ni fuerzas especiales pueden cortar en seco.