Por Pablo Colomer.
Los planes de rescate y estímulo puestos en juego por la nueva Administración demócrata a finales de 2008 y principios de 2009 para paliar los efectos de una crisis económica y financiera que puso a Estados Unidos al borde del colapso, incendiaron la mecha. Un periodista financiero de la CNBC, Rick Santelli, escandalizado por el plan de refinanciación de las hipotecas que preparaba la administración Obama, dio voz, en vivo y en directo, al nuevo movimiento de protesta. Casi dos siglos y medio después, los fervorosos seguidores del “partido del té” hacían suya la máxima de Clausewizt, se levantaban en armas contra el gasto excesivo del gobierno y decidían conducir la política por otros medios.
No es fácil definir el movimiento que se esconde bajo la etiqueta del Tea Party. Su principal característica es la impronta populista. “Se trata de una colección amorfa de individuos y grupos que van desde el centro derecha hasta la extrema derecha del espectro político americano –explica Walter Rusell Mead en un artículo para Foreign Affairs-. Adolece de una jerarquía central que pueda dirigir el movimiento o incluso declarar quién pertenece al mismo y quién no. Libertarios suburbanos, fundamentalistas rurales, tertulianos ambiciosos, racistas recalcitrantes y amas de casa conservadoras en el ámbito fiscal… todos pueden y de hecho claman apoyar al Tea Party”.
Su fuerza ha ido creciendo gracias a su gran capacidad de movilización (facilitada por el flujo de dinero proveniente de acaudalados simpatizantes republicanos) y al apoyo mediático recibido por parte de medios de comunicación conservadores como Fox News. El movimiento, alojado bajo el paraguas republicano, contribuyó al descalabro demócrata en las elecciones de medio mandato en noviembre de 2010, por regla general desfavorables al partido en el poder. Los republicanos recuperaron la mayoría en la Cámara de Representantes, aunque fallaron en el Senado.
A pesar de las ambigüedades que habitan en su seno y su errática trayectoria política, que hacen dudar de su viabilidad a largo plazo, el movimiento ha corto plazo se ha ganado un espacio político y desde noviembre se preparan para influir en los dos años que restan del mandato de Obama, tanto en asuntos de política doméstica (reforma sanitaria) como de política exterior (tratado de desarme nuclear con Rusia, finalmente ratificado).
¿Qué promulga el movimiento en cuestiones de política exterior? Según Rusell Mead, creen en el excepcionalismo americano y en la misión exportadora que esos valores demandan, pero son escépticos sobre las posibilidades de éxito de dicha misión. En la acción exterior adoptan así una línea dura, en la que prima la defensa a ultranza de los intereses nacionales. No son aislacionistas (a pesar de las veleidades neoaislacionistas del congresista Ron Paul), aunque recelan del multilateralismo y la proliferación de leyes y tratados internacionales que restringen la capacidad de EE UU de actuar en el escenario internacional.
¿Cómo se han posicionado respecto a la ola de cambio en el mundo árabe? Sus dos vertientes han salido de nuevo a la luz: Paul pide retirar toda ayuda a los países de la zona en revolución, mientras la exgobernadora Sarah Palin habla de intervenir en Libia y aplicar una zona de exclusión aérea.
Para más información:
Jaime Ojeda, «Carta de América: Desilusión demócrata». Política Exterior núm. 134, marzo-abril 2010.