Irán inauguró un Parlamento (Majlis) dominado por los conservadores el 27 de mayo, tras una elección con mínimos de participación históricos. Ante el trasfondo del descontento interno, las dificultades económicas, la pandemia del Covid-19 y la elevada tensión con Estados Unidos, lo que ocurra en la siguiente legislatura podría servir como barómetro de las elecciones presidenciales de 2021 y la dirección de la política interna y exterior de Irán.
Dando forma al undécimo Majlis
Tres elecciones consecutivas –los comicios presidenciales que llevaron a Hasán Rohaní al poder en 2013, las legislativas de 2016 y la reelección de Rohaní en 2017– produjeron victorias sucesivas para la alianza de sectores políticos que en el paisaje fluido de facciones iraníes se denomina el bloque reformista y pragmático. Ante los últimos comicios parlamentarios, el 21 de febrero de 2020, se aproximaba el fin de esa racha de victorias, con el bloque rival (conservador) posicionado para salir beneficiado. Primero el ministerio de Interior y después un órgano supervisor llamado Consejo de Guardianes cribaron a un total de 16.000 candidatos.
Cuando el Consejo anunció que quedaban descalificados casi dos tercios de los aspirantes, incluidos múltiples parlamentarios presentándose para ser reelectos, Rohaní criticó el estrecho abanico de candidatos aprobados: “Esto no es una elección. Esto es como tener una tienda con 2.000 unidades del mismo producto”. También presionó: “Permitid a todos los partidos y grupos presentarse. Este país no puede ser gobernado por una sola facción”. El Consejo Supremo de Políticas Reformistas, el órgano más importante del bloque reformista, aseveró que “más del 90% de los candidatos reformistas han quedado descalificados”, dejando la mayoría de escaños en elecciones no competitivas o en las que solo se presentaban candidatos conservadores.
«Los candidatos de facciones conservadoras han trabajado duramente para cerrar filas antes de las elecciones»
Las descalificaciones en masa forzaron a los reformistas a cambiar de táctica. No boicotearían las elecciones, dijeron. Pero en vez de publicar una lista coordinada de candidatos a los que apoyaban, como en ocasiones previas, anunciaron que no apoyarían a ningún candidato en 22 de las 31 provincias de Irán, incluyendo la capital, Teherán. En contraste, los candidatos de facciones más conservadoras (los llamados “principlistas”), que tuvieron mayor fortuna durante el proceso de vetado, cerraron filas ante las elecciones. El Consejo de Coalición –un amalgama de conservadores sociales tradicionales y el grupo “neo-principalista” liderado por Mohammad Baqer Qalibaf, un antiguo alcalde de Teherán– se juntaron con el Frente de Resistencia, de línea dura. Un principalista destacado lo explicaba así: “El campo conservador no estaba preocupado por los reformistas, pero se coaligó para evitar los amargos conflictos internos del pasado”. Estos esfuerzos resultaron en un frente conservador consolidado.
Era por tanto inevitable que el voto produjese una victoria clara para los principlistas, que obtuvieron más de 220 de los 290 escaños en el nuevo Majlis. Los reformistas colapsaron a una fracción de sus antiguos 120 escaños, con las estimaciones otorgándoles entre 12 y 20, dependiendo del conteo. Este vapuleo se basó no solo en la exclusión de numerosos reformistas, sino en la participación más baja en una elección parlamentaria iraní desde la revolución de 1979: tan solo un 42,57% de los votantes acudieron a las urnas, haciendo de las elecciones parlamentarias de 2020 las primeras en las que participó menos de la mitad del electorado. La participación bajó casi 20 puntos porcentuales respecto a 2016. En la capital, donde los principlistas obtuvieron los 30 escaños en liza, su candidato principal, Qalibaf, ganó con un total del voto que no alcanzó el de los cinco primeros candidatos en 2016. El siguiente más destacado obtuvo menos votos que el candidato que terminó en el puesto 30 aquel año.
Esta participación débil se dio pese a las exhortaciones del líder supremo, Alí Jamenei, según las cuales los iraníes verían votar “no solo como una responsabilidad revolucionaria y nacional… sino también como un deber religioso”. Tras los comicios, Jamenei denunció la “propaganda negativa” por parte de medios de comunicación extranjeros, añadiendo que “en los últimos dos días, el pretexto de la enfermedad y el virus fue empleado, y sus medios de comunicación (occidentales) no dejaron pasar la oportunidad de disuadir a la gente de votar”. El virus al que se refería Jamenei era, por supuesto, el Covid-19, cuyo primer caso en Irán se reportó el 19 de febrero. En los meses posteriores se ha convertido en un reto de salud pública agudo y todavía descontrolado, ampliando las ya considerables presiones internas y externas sobre el sistema político.
Presiones sistémicas
La nueva legislatura se inaugura en un momento en que la influencia del Parlamento ha menguado. Los legisladores del anterior Majlis expresaron reiteradamente su descontento al quedar excluidos de decisiones clave por órganos supervisores que ignoraban su legislación. Estos últimos detuvieron iniciativas legales respaldadas por la administración de Rohaní: por ejemplo, la que hubiese llevado a Irán a integrarse en las convenciones de Naciones Unidas de crimen transnacional y financiación del terrorismo, en línea con las reformas a las que se había comprometido el Grupo de Acción Financiera Internacional.
Cuando el gobierno, en noviembre de 2019, aumentó los precios del petróleo de manera abrupta, generando protestas masivas, legisladores tanto reformistas como principlistas criticaron a Rohaní por no haberles mantenido al corriente. “Ya hace tiempo que el Parlamento perdió su autoridad”, declaró un legislador tras aquellas subidas de precio. “Teníamos un pilar democrático semi-funcional y ahora se le está aplicando los ritos mortuorios”. Jamenei bloqueó movimientos parlamentarios para desautorizar al ministro de Interior –una de las prerrogativas de la legislatura– durante las protestas. Y aunque el Parlamento tiene entre sus tareas clave el aprobado de los presupuestos gubernamentales, el proceso quedó cortocircuitado este año, ostensiblemente debido a la crisis del Covid-19, cuando el comité presupuestario del Parlamento envió su borrador de ley directamente al Consejo de Guardianes, pasando por encima del debate legislativo.
«Las protestas de noviembre de 2019 subrayaron el descontento público –potente y combustible– con el estancamiento político y la estanflación económica»
La influencia del Parlamento menguó a medida que se acumulaba el estrés sobre el sistema político iraní en los meses y semanas previos a los comicios de febrero. Las protestas de noviembre, que el gobierno reprimió por la fuerza, subrayaron un descontento público combustible y potente frente al estancamiento político y la estanflación económica. La pandemia del Covid-19, que el 11 de junio contaba con 180.156 infecciones y 8.564 muertes en Irán, oscurece aún más las nubes que la corrupción, la mala gestión y el impacto de las sanciones estadounidenses han desplazado sobre las finanzas iraníes. Y la rivalidad de Irán con EEUU, crispada desde la decisión de Washington de abandonar el acuerdo nuclear en 2018, se acercó a un punto de no retorno en enero de 2020, cuando EEUU mató en Irak a Qasem Soleimani, director de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria iraní. Teherán respondió lanzando misiles a bases iraquíes con tropas estadounidenses. La espiral terminó con el trágico derribo de un avión de pasajeros ucraniano que la Guardia Revolucionaria confundió con un misil de crucero estadounidense.
Estas tensiones llevaron a los dirigentes nacionales a cerrar filas. Un legislador veterano, con experiencia en seguridad nacional, explicó a Crisis Group que las protestas de noviembre “intensificaron el enfoque securitario del gobierno. Hubo consternación respecto a la idea de que una atmósfera electoral competitiva se descontrolase… La amenaza militar de EEUU y la posibilidad de una confrontación también entró en esa consideración”. El liderazgo iraní, dijo, buscó “un sistema de gestión adecuado para estar en pie de guerra [militar y económica] y afrontar crisis”. Un legislador principalista se hizo eco de este punto de vista: “Este Parlamento entiende que, bajo las circunstancias actuales, no es necesariamente malo que la sociedad civil y las instituciones electas pierdan poder. Al contrario, en una situación delicada y ante amenazas externas, una consolidación de poder [que afecte al conjunto del sistema político] no solo ayuda, sino que es necesaria”.
Nada de esto, no obstante, sugiere que el sistema político de Irán vaya a encontrar una fórmula de gobierno mejor. En un discurso pronunciado durante la inauguración del nuevo Parlamento, Rohaní aseguró que “favorecer intereses nacionales sobre aquellos partidistas o de facciones será la base para la cooperación entre el gobierno y el 1Parlamento”. Pero es probable que los intereses de facciones o partidistas se incrementen tanto dentro del Majlis como entre las dos ramas del gobierno ante las elecciones del año que viene.
No todos los principlistas apoyaron las maniobras pre-electorales que llevaron a formar la coalición conservadora, y su faccionalismo podría resurgir pese a las llamadas a lo que se denomina “competición pía” –es decir, manteniendo los debates en clave interna en vez de permitiendo que lleguen al Parlamento–. Aunque Qalibaf (antiguo comandante de la Guardia Revolucionaria y tres veces candidato presidencial) quedó elevado rápidamente y con un margen abrumador de votos a la posición de presidente del Parlamento, el legislador veterano citado anteriormente explicó que “para el Frente de Resistencia, Qalibaf no es un principalista real ni original. Es un oportunista que busca poder y llegará a acuerdos con quien sea que le beneficie, incluso los reformistas”. Un legislador principalista reconoció la posibilidad de que emergiesen brechas enseguida, añadiendo que “el reto principal podría ser la sombra de Mahmud Ahmadineyad [presidente entre 2005 y 2013], porque su equipo” –es decir, docenas de veteranos de su administración actualmente en el Parlamento– “quiere usar el Majlis como plataforma para su candidatura en las elecciones de 2021”.
«Un reformista veterano admitió que las perspectivas de su bloque en las elecciones presidenciales son pobres»
Las facciones están pendientes de la carrera por suceder a Rohaní en 2021. Habiendo cumplido dos mandatos, el presidente no puede presentarse a un tercero. Para los reformistas, los comicios de febrero hicieron patentes varios retos que auguran lo peor para las elecciones presidenciales: divisiones internas, una asociación cercana con la administración de Rohaní y sus escasos logros internos, exclusión casi total del proceso electoral. Un reformista veterano admitió que las perspectivas de su bloque en las elecciones presidenciales son pobres, al tiempo que especulaba que la acumulación de retos podría promover una colaboración entre reformistas y principlistas moderados, incluso tras una victoria conservadora. “La siguiente administración no puede ser monolítica si pretende ser capaz de hacer frente a los grandes problemas del país”, recalcó. “Hasta entonces, es mejor que los reformistas se mantengan como espectadores en vez de actores. Considerando la escasez de recursos y capacidades [de Irán], no les será fácil [a los principlistas], y esperemos que el sistema llegue a la conclusión de que necesita abrir el ambiente político”. Un oficial de la administración de Rohaní también presentó una lectura optimista, mencionando que “los tiempos de crisis crean nuevas oportunidades para el activismo”. Aún así, reconoció que “las élites reformistas no se sienten optimistas respecto a su capacidad de participar, porque no les permitirá acceder al poder”.
Para los principlistas, por otra parte, asegurar la presidencia tras ocho años serviría para consolidar su control sobre las instituciones electorales y no electas más importantes del país. Desde el sistema judicial (dirigido por Ebrahim Raisí, a quien Rohaní derrotó en 2017) al legislativo (a cuyo nuevo presidente, Rohaní también derrotó, en 2013) a la Guardia Revolucionaria y varios órganos de supervisión, como el Consejo de Guardianes. Es un alineamiento que podría resultar clave más adelante, cuando se produzca el debate sobre la sucesión de Jamenei, que un analista principlista definió como “doblemente complicado y sensible” debido a los retos domésticos e internacionales sin precedentes a los que se enfrenta la República Islámica.
Mientras tanto, el Majlis tal vez se convierta en un campo de ensayos de cara a 2021, al menos en cuanto a ideas y debates sobre cuestiones de gobernanza, y tal vez también en términos de candidatos presidenciales. La administración de Rohaní probablemente entre en conflicto con la mayoría conservadora en asuntos de política doméstica, incluida una economía convaleciente –que Jamenei ha señalado como un problema clave– y las relaciones exteriores. Aunque la legislatura mantenga escasa influencia sobre el ejercicio de la política exterior, puede jugar un papel en el segundo plano. Como cuestión procedimental, su presidente, Qalibaf, ahora tiene un asiento en el Consejo Supremo de Seguridad Nacional, que coordina las principales decisiones de órganos civiles y militares. Y, en lo que se refiere a políticas públicas, el Majlis conservador puede hacer más para limitar el margen de maniobra de Rohaní que el Parlamento anterior por expandirlo: sea atacando en público a miembros de la administración o denunciando el desempeño del gobierno desde el legislativo.
Un diplomático iraní veterano aventuró que el nuevo Parlamento “probablemente adopte una línea mucho más dura y eso tal vez incluso lleve al líder supremo a endurecer sus posiciones. No tiende a subir el tono, pero se deja llevar por la corriente”. “Los principlistas creen que las cesiones de Rohaní [por ejemplo, el acuerdo nuclear] no dieron fruto y e incluso dejaron al país en una situación peor que la anterior”, señala el legislador experto en seguridad nacional. “Así que, para ellos, el país debería lucir su poder para salir del actual impasse. El nuevo Parlamento está alineado con quienes abogan por la retirada de Irán del Tratado de No-Proliferación Nuclear, exigen una respuesta más firme a las agresiones de EEUU, apenas confían en los europeos y buscan vínculos más estrechos con el Este”. Haciendo énfasis en este punto, Qalibaf, en respuesta al tuit de Donald Trump del 5 de junio –en el que pedía a Irán que llegase a un “gran acuerdo” con su administración–, citó un verso del Corán que reza: “No retrocedas y pidas la paz cuando tienes la posición dominante”.
El campo pragmático de Rohaní, para quien el acuerdo nuclear fue su principal logro, quiere salvaguardarlo durante este último año en el poder, así como obtener un respiro de las sanciones estadounidenses. Los resultados de las elecciones parlamentarias harán esto más difícil, pero no imposible: el legislativo tiene un papel modesto comparado con la presidencia, las fuerzas armadas y el líder supremo, a lo que se suma el proceso de consenso que caracteriza la toma de decisiones estratégicas en Irán.
Lo que los resultados señalan, no obstante, es la mayor probabilidad de que los conservadores capturen la presidencia el año que viene. Y, con ella, el último reducto de poder de los pragmáticos. En ese sentido, las elecciones de 2020 implican que, de existir una ventana de oportunidad diplomática entre Teherán y Washington en los meses venideros o cuando una nueva administración estadounidense llegue al poder en 2021, debería aprovecharse. De lo contrario, la voluntad del sistema político iraní se alineará contra el compromiso.
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