Desde hace unos años es noticia cómo aumenta el euroescepticismo entre los ciudadanos de la Unión Europea. Hemos asistido en las dos últimas elecciones europeas al auge del los partidos euroescépticos y de extrema derecha e incluso partidos de todos los colores políticos han enarbolado la bandera proteccionista. En paralelo, los nacionalismos regresan a Europa, en este caso dentro de los Estados-nación, como es el caso de Cataluña en España y Escocia en Reino Unido. Y todo ello en un momento en el que el proyecto europeo sigue a la vanguardia como experimento político postnacional, exportando su modelo de integración a otras regiones del mundo. ¿Cómo entender esta mezcolanza de fuerzas centrífugas y centrípetas?
En Francia, el Frente Nacional obtuvo 23 escaños en el Parlamento Europeo, 20 más que en 2009. Aurora Dorada en Grecia consiguió 21 escaños, pasando del 0,2% al 7%. En Alemania, el partido Alternativa para Alemania irrumpió abogando por la salida del euro, llegando a ser cuarta fuerza en Sajonia. Otros ejemplos: el Movimiento 5 Estrellas en Italia y el UKIP en Reino Unido, que obtuvo el 29,2% de los votos en todo el país, 12,3% más que en 2009. Y en España, la confianza en la Unión ha caído un 41% desde 2001. En estos momentos, un tercio de los escaños del Parlamento Europeo están ocupados por representantes contrarios a la UE. ¿Estamos ante un nuevo auge de los nacionalismos en Europa?
En paralelo, otra tendencia nacionalista se abre paso en Europa, como muestran los casos de Cataluña y Escocia. Ambos movimientos han cobrado fuerza y ya no resulta sencillo para ninguno de los dos países acallarlo. Como señala The Economist, cuando en 1970 se les pidió a los escoceses que eligieran una sola nacionalidad, el 39% eligió la británica; en 2013, solo lo hizo un 23%. La participación escocesa en el referéndum de independencia de 2014 ha sido, con más de un 85% de participación, la mayor desde 1951.
Resulta paradójico que en un momento de la historia en el que ya estaba proclamada la muerte de nacionalismo, resurja este movimiento en la UE. La Unión es el sistema más avanzado de integración económica del mundo. Para algunos, arquetipo de una tendencia regionalizadora global, modelo para los Mercosur, Asean, Liga Árabe, Unión Africana… Y ejemplo para quienes señalan la decadencia del Estado moderno y su creciente disfuncionalidad, cada día más numerosos en los círculos académicos. En una sociedad internacional cada vez más globalizada e interdependiente, el auge del nacionalismo en la UE ¿representa la resistencia ciudadana a este proceso? Tal vez más que paradójico es lógicamente reaccionario, parte ineludible de todo proceso de cambio. Como afirmó Lord Acton, “la nacionalidad no aspira ni a la libertad ni a la prosperidad, sino que, si le es necesario, no duda en sacrificar ambas a las necesidades imperativas de la construcción nacional”. Estaríamos ante un sentimiento identitario arraigado en la conciencia humana que busca oponerse a la pérdida de esa identidad en la marea de la globalización.
Este auge del nacionalismo, podría, sin embargo, no ser tal, tan solo canal del descontento social de una Europa en crisis. En palabras de Jacob Funk Kierkegaard, del Peterson Institute, los movimientos independentistas son “pequeñas versiones de la ruptura en la solidaridad dentro de la UE”. Una manera de saltar del barco que se hunde. Por otro lado, la salida de la Unión tampoco es una alternativa segura para la mayor parte de los europeos. Incluso en Reino Unido, los sondeos muestran que la ciudadanía apoyaría continuar en la UE por un margen de dos a uno. Mats Person, en su artículo para #PolExt161 “La tercera vía que Reino Unido busca en la UE”, explica que los ciudadanos europeos se resisten a una mayor integración, pero tampoco se deciden a abandonar lo que tienen. El déficit democrático, los distintos niveles de integración entre los países que pertenecen al euro y la falta de eficiencia pueden ser las piedras que encuentra Europa en su camino. Superados estos obstáculos, podrá Europa ser más Europa, a falta de una identidad europea.
Por Alejandra Hidalgo, internacionalista.
«Una manera de saltar del barco que se hunde». Efectivamente al final todo acaba siendo una cuestión de insolidaridad disfrazado de diferencia cultural y orgullo de grupo