Estos días se ha publicado, como se viene haciendo cada dos años desde 2006, el informe bianual del Bertelsmann Transformation Index (BTI). El título del informe de 2020 es ya revelador: más desigualdad y represión.
A diferencia de los otros índices de democracia, el BTI, además de considerar aspectos democráticos clásicos (elecciones, partidos, participación…), también incluye en sus trabajos lo que se podría clasificar como los resultados de la democracia: economía y gobernanza (governance). Y no es solo que incluya unos cuantos indicadores relacionados, sino que son dos de los tres pilares con los que se construye el concepto de transformación.
El BTI se divide en tres dimensiones: transformación política, transformación económica y gobernanza. El primero se refiere a la democracia, e incluye criterios como participación política, Estado de Derecho, monopolio en el uso de la fuerza y desempeño de las instituciones democráticas, entre otros. El segundo, la transformación económica, se basa en el cumplimiento de una economía de mercado, y por tanto incluye aspectos como el crecimiento, regulación, derechos de propiedad, pero también aspectos de inclusión social e igualdad de oportunidades. Finalmente, la gobernanza se centra en cómo efectivamente los decisores públicos facilitan y dirigen los procesos de desarrollo y transformación del país, con un uso eficiente de los recursos, buscando consensos y cooperando internacionalmente, entre otros aspectos.
Con esta estructura y clasificación de los datos, es posible identificar los avances y retrocesos de cada país en cada dimensión. Al fin y al cabo, un país puede ser democrático con unos resultados económicos mediocres, o una autocracia hacer un uso eficiente de los recursos.
Que la democracia está en declive no es una novedad. El último informe de Varieties of Democracy ya ofreció datos al respecto, con especial atención al caso de Hungría. Lo que muestra el informe del BTI 2020 es, como ya indicaba el título, un retroceso global en los tres índices, con notables excepciones.
En términos de democracia, han mejorado en los dos últimos años de manera destacada Malasia, Ecuador y Armenia. La cara opuesta es Centroamérica, pues Guatemala y Honduras se unen a Nicaragua como autocracias, al no cumplir los mínimos estándares democráticos. Tanzania y Zambia están en el límite de seguir a Guatemala y Honduras en el paso de democracia a autocracia. Sobre la economía, la desigualdad y la pobreza avanzan en 76 de los 137 países estudiados. Y el desempeño económico global tampoco mejora (y eso que el BTI no ha tenido en cuenta, aún, los devastadores efectos económicos de la pandemia). El panorama tampoco es positivo para la gobernanza: desde 2010 ha mejorado en 22 países, y retrocedido en 42. La Tabla 1 resume los avances y retrocesos en los últimos dos años.
Lo revelador del BTI no es tanto el declive de la democracia o del desempeño socioeconómico de los países. Lo revelador es que también hay un declive en la gobernanza: coordinación y priorización de políticas públicas, conflictos estructurales que se polarizan, ausencia de consensos y falta de cooperación internacional. El aumento de países con tendencias autocráticas y el retroceso generalizado de los indicadores de democracia no van acompañados, globalmente, de una mejora en la gobernanza. Menoscabar los principios democráticos básicos no convierte a los Estados en más eficientes de manera automática.
Venezuela, Nicaragua y Turquía están en retroceso en las tres dimensiones. De hecho, estos tres países ya están clasificados como autocracias en el BTI desde anteriores informes. Entonces, no es que simplemente la democracia esté en serios aprietos en estos países (de hecho, según el BTI ya no hay democracia como tal), es que estos son cada vez menos capaces de implementar políticas públicas, coordinar actores públicos, interactuar con la sociedad civil y combatir la exclusión social y la pobreza.
Finalmente, cabe hacer mención a las críticas al BTI. Una de las principales críticas que pueden hacerse a esta base de datos no se refiere ni a la metodología, ni la formulación de las preguntas a los expertos, ni ningún otro aspecto técnico. La principal crítica es la selección de los casos. Porque se centra en países en vías de desarrollo o en transición, dejando fuera a un determinado grupo en sus análisis: los países miembros de la OCDE, así como países con menos de un millón de habitantes, con excepción de Bután, Yibuti, y Montenegro.
Parece evidente, y así coinciden muchos otros índices –como Varieties of Democracy en su último informe–, que en los últimos años, Estados Unidos o Europa Occidental están empezando a requerir más atención sobre el estado de salud de sus democracias. Y eso debería reflejarse en índices multidimensionales como el BTI, con los resultados socioeconómicos y la gobernanza como elementos ineludibles de la transformación de los países.