Por Áurea Moltó
Una nueva presidencia se abre en México en medio de las tantas veces escuchadas promesas de reformas. Con la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente el 1 de diciembre vuelve al gobierno de la nación un Partido Revolucionario Institucional (PRI) que no parece haber cambiado mucho. Durante los 12 años de gobierno del Partido de Acción Nacional (PAN), el PRI no solo ha mantenido el gobierno de una mayoría de los Estados, sino que internamente no ha llevado a cabo una renovación en la selección de sus cuadros o en su estilo de gobernar. El analista mexicano, Carlos Elizondo, sostiene que ni el PRI ni el PAN han sido capaces aún de administrar de forma eficiente los recursos políticos y económicos a su disposición en favor de los mexicanos. Peña Nieto es un ejemplar prototipo del PRI. Sin embargo, dentro y fuera del país se ha extendido el convencimiento de que México está ante una nueva etapa. ¿Por qué?
Por primera vez, la esperanza no está puesta tanto en la figura del presidente como en las potencialidades del país. Y es que pese a las noticias recurrentes sobre el número de muertos y el creciente nivel de violencia derivados de la guerra contra el narcotráfico, México ha sido capaz de resistir la embestida de la crisis financiera en Estados Unidos y hacer frente a la competencia de las manufacturas chinas. Además, hoy se sitúa en los primeros puestos mundiales en cuanto a perspectivas económicas y su sociedad se ha transformado en medio de las dificultales. A la victoria del PRI contribuyeron casi a partes iguales los méritos propios de Peña Nieto como la decepción generalizada con dos sexenios de un PAN que no fue capaz de llevar a cabo las transformaciones prometidas.
En un revelador y optimista artículo en Foreign Affairs, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín sostienen que estos años de frustración ciudadana hacia las fuerzas políticas tradicionales han dado lugar a la creación de un nuevo consenso nacional en torno a valores generalmente aceptados en las democracias modernas, pero nuevos para la sociedad mexicana. «Ahora la mayoría de los mexicanos están convencidos de que la única manera de que los políticos lleguen y se mantengan en el poder es a través de los votos y exigen rendición de cuentas. Creen que proteger los derechos humanos, defender el Estado de Derecho y poner fin a la cultura de la impunidad son objetivos innegociables. Así, demandan mayores derechos, seguridad, reducción de la pobreza y la desigualdad (…) al tiempo que reconocen las ventajas de la globalización, el libre comercio y la integración económica». En todo esto se encuentra la fortaleza de un país que ha demostrado ser competitivo y cuya potencia energética está apenas desarrollada.
Los datos hablan por sí solos: la produccción de petróleo en México ha caído en casi un 25 por cien desde su pico máximo alcanzado en 2004. Debido a la falta de inversiones, las reservas han dismunuido drásticamente, y seguirán haciéndolo. Un especial de Infolatam sobre los retos de Peña Nieto señala que Pemex –que aporta una tercera parte de los ingresos del gobierno– necesita urgentemente inversiones para buscar nuevos yacimientos e incrementar su producción a más de tres millones de barriles por día. Como afirmó el ya presidente, «de aferrarnos a paradigmas de carácter ideológico (…) estaremos posponiendo beneficios para todos los mexicanos». Pero para la reforma del sector energético –es decir, para la apertura de Pemex al capital extranjero– se necesitará algo más que la voluntad política ya declarada por el PRI y el PAN. No solo habrá que vencer el nacionalismo energético mexicano, sino que será necesario reformar la Constitución y crear un nuevo modelo para una industria energética que cuenta también con grandes reservas de shale gas. El modelo de la brasileña Petrobras podría ofrecer algunas lecciones útiles.
El cambio de México viene también inexorablemente impulsado desde fuera, por el empuje de los vecinos latinoamericanos y el dinamismo de la cuenca del Pacífico. En la última década, el país se ha incorporado a una completa red de acuerdos de libre comercio que han consolidado la apertura de su economía y han aumentado la productividad. En esta nueva situación se hace también urgente otra de las grandes reformas: la fiscal. Solo así el Estado podrá llevar a cabo las políticas sociales que ayuden a superar los cuellos de botella del desarrollo, principalmente desigualdad y educación.
Felipe Calderón se va con la reforma laboral aprobada. Sin embargo, de momento, el balance de su sexenio estará anclado a las decenas de miles de muertos (entre 60.000 y 70.000, es imposible saberlo) en los seis años de «guerra al narcotráfico». Los analistas Sabino Bastidas en Política Exterior y Leo Zukermann en Excelsior coinciden en que Calderón hizo un diagnóstico equivocado sobre el problema del narcotráfico, no se marcó objetivos con claridad y no asignó los recursos necesarios a este combate, por lo que era imposible saber si se iba ganando o perdiendo. Mientras el tiempo pone el legado de Calderón en su justo lugar, el expresidente ya ha anunciado que se incorporará como profesor a la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard.
En la forma de combatir el narcotráfico y la violencia, Peña Nieto ha sido claro: pondrá en marcha una estrategia radicalmente nueva. Poco se sabe aún de cómo lo hará, pero para empezar devolverá el ejército a los cuarteles y creará una nueva fuerza policial, similar a la gendarmería francesa, con el fin de lograr mayor capacidad operacional y una presencia extendida por todo el territorio. Cualquier política en este sentido tendrá que tener en cuenta los rápidos cambios «intelectuales» y regulatorios tanto en EE UU como en América Latina en cuanto a las drogas.
La toma de posesión de Peña Nieto ha venido precedida por el ya ritual viaje del presidente electo mexicano a Washington. Al parecer, Barack Obama y Peña Nieto no hablaron sobre la reciente legalización de la marihuana en Colorado y Washington. Los dos presidentes saben que esto es solo una realidad más que apunta en una dirección: la necesidad de acordar una nueva política antinarcóticos.
Obama ha mostrado su apoyo a la agenda reformista de Peña Nieto y ha manifestado su deseo de elaborar una política más moderna y segura en asuntos fronterizos. Para Peter Hakim, la reciente reunión entre los dos presidentes marca un antes y un después en esta tradicional visita: «El papel clave de los votantes latinos en las elecciones de EE UU ha situado la política de inmigración en lo más alto de la agenda política estadounidense». El 10 por cien de la población mexicana vive en EE UU, y el 71% de los hispanos de EE UU votó demócrata en la pasada elección.
Como señalaba The Economist, «México está cambiado de una manera que afectará profundamente a su vecino del norte, y al menos que EE UU revalúe la imagen desactualizada que tiene de la vida al otro lado de la frontera, ambos países se arriesgan a no aprovechar los beneficios que promete el ascenso de México». Los motores de este cambio son, en primer lugar, el crecimiento del PIB: en 2011 México creció más rápido que Brasil y se espera que también lo haga en 2012. En segundo lugar, la creciente competitividad de las exportaciones mexicanas frente a las chinas en el mercado estadounidense, debido al rápido incremento de los salarios en China y, sobre todo, al alto precio del petróleo, lo que encarece el transporte de las manufacturas made in China. De continuar las tendencias, las previsiones son que en 2018 EE UU importe más de México que de cualquier otro país. En tercer lugar, el patrón de la inmigración mexicana está cambiando: no solo es que prácticamente se ha detenido en los últimos tres años, sino que las tendencias demográficas en México, con una tasa de fertilidad que cae con rapidez, apuntan a flujos mucho más moderados en el futuro. Las tendencias del comercio y la inmigración, junto a la necesaria revisión de la política antidrogas, obligarán a desarrollar nuevas bases para una de las relaciones bilaterales más complejas y trascendentes.
Áurea Moltó es subdirectora de Política Exterior.