El pasado año el mundo observó el surgimiento de un alto nivel de voluntad política para abordar el cambio climático como el mayor reto de nuestro tiempo. Un poderoso viento está soplando desde la sociedad, la ciencia y el mundo de los negocios para afrontar el reto climático. Los gobiernos deben ahora zarpar para aprovechar esos vientos de cambio.
En la Cumbre de Cancún los gobiernos pueden impulsar todavía más ese rumbo. Pueden retomar sus promesas y empezar a cumplirlas, reconociendo que lo que se acordó quizá no esté al nivel de lo que la ciencia demanda, pero es el siguiente paso en la dirección correcta. Los gobiernos tienen tanto la oportunidad como la responsabilidad de avanzar en cinco áreas clave.
En primer lugar, necesitan resolver qué hacen con sus promesas públicas de reducción de emisiones. Todos los países industrializados prometieron recortar sus emisiones para 2020, y todos los grandes países en desarrollo han presentado planes para limitar el crecimiento de sus emisiones. De qué manera se incluyen esas promesas de forma vinculante en un acuerdo internacional es ahora la cuestión fundamental. Pero incluso con el cumplimiento de todas las promesas actuales a tiempo, la respuesta seguiría siendo inadecuada a largo plazo para mantener dentro de un nivel seguro el aumento de la temperatura global. Por ello, no es posible posponer por más tiempo acciones más rigurosas, y las naciones industrializadas deben liderar este esfuerzo contra el cambio climático.
«Incluso con el cumplimiento de todas las promesas actuales a tiempo, la respuesta seguiría siendo inadecuada a largo plazo»
Los acuerdos internacionales que incorporan mecanismos efectivos para acelerar y amplificar las acciones entre las economías pueden ayudar a países individuales a aumentar sus esfuerzos de recorte de emisiones. Para progresar, los gobiernos también necesitan mantener una conversación seria acerca del Protocolo de Kioto, el único acuerdo internacional existente con un estatuto legal para verificar las reducciones de emisiones, y aclarar el futuro mercado del carbono.
En segundo lugar, los gobiernos parecen estar en vías de acordar un conjunto de medios que permitirán a los países en desarrollo llevar a cabo acciones medioambientales concretas. Esto incluye adaptación al cambio climático, limitaciones al aumento de las emisiones, financiación adecuada, impulso al uso de las tecnologías, promoción de una silvicultura sostenible y la creación de las capacidades que harán posible todo esto. Los países en desarrollo necesitan ayuda para ello, pero los más pobres y vulnerables entre ellos necesitan apoyo con más urgencia.
En tercer lugar, las naciones industrializadas pueden convertir sus promesas de financiación en realidades. El año pasado, estos países prometieron una financiación prioritaria de 30.000 millones de dólares hasta 2012 en materia de adaptación y mitigación. Los países en desarrollo ven en la transparencia y la asignación real de estos recursos señales claras de que los industrializados están comprometidos en progresar en negociaciones más amplias. Además, los países desarrollados prometieron buscar la manera de alcanzar 100.000 millones de dólares al año para 2020.
En cuarto lugar, los países quieren comprobar que lo alcanzado entre ellos es medido, reportado y verificado de una manera transparente y responsable. El concepto de MRV –como se denomina en las negociaciones sobre el clima– no es complejo. Los países simplemente quieren saber que lo que ven es lo que hay. Los avances en este ámbito serán un indicador de que los países se mueven hacia intereses comunes.
Por último, los gobiernos están de acuerdo en que las promesas deben cumplirse de manera vinculante, pero todavía tienen que resolver cómo hacerlo. Los acuerdos vinculantes entre gobiernos pueden ser de nivel interno, nacional o elaborarse conforme a normas y regulaciones. Pueden ser incluso una mezcla de los tres, y en la actualidad se están considerando los tres niveles.
Un futuro sostenible
Es importante señalar que la combinación de los dos últimos elementos –acción responsable y vinculante– es fundamental para que la sociedad, la ciencia y el mundo de los negocios tengan confianza en que se están buscando estrategias limpias y verdes, y que serán beneficiosas global y localmente. El reto para los gobiernos no es pequeño. Pero lo que está en juego es el largo plazo, el futuro sostenible de la humanidad.
Conocemos el hito que la ciencia ha marcado –cuándo y cuánto deben caer las emisiones para poder evitar lo peor–. Alcanzarlo requiere nada menos que una revolución energética tanto en la producción como en el consumo.
Los gobiernos han estado construyendo un terreno común desde que la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC) se reunió en Río de Janeiro en 1992, y en posteriores encuentros en Berlín, Kioto, Marraquech, Bali, Copenhague y ahora Cancún. La idea de que un único acuerdo global y mágico podría solucionar todos los problemas del clima no es justa con los importantes pasos que ya se han dado y, aún peor, ignora peligrosamente la necesidad de continuar avanzando. En Cancún, los gobiernos pueden aprovechar lo políticamente posible para lograr un avance inconfundible y concreto.
Para más información:
Lara Lázaro, «Después del mal arranque de Copenhague». Política Exterior núm. 138, noviembre-diciembre 2010.