Íñigo Errejón se inició en la práctica de la política en Bolivia, en 2006. Tras varios años de movilizaciones anti-neoliberales, Evo Morales acababa de llegar al poder e iniciaba un profundo cambio del orden político. Aquella experiencia marcó de forma decisiva su pensamiento político. Conversamos con él analizando el proceso boliviano y su paralelismo con el proyecto político de Podemos.
La entrevista se desarrolla en su despacho, en la sede de Podemos. No se ven libros ni papeles, nada, todo está en su mente. Él es la mente. Alrededor, el enjambre de militantes vibra en este año electoral. Impresiona el contraste de su aparente fragilidad física, esa inocente mirada azul, y su sólida fortaleza interior, que se manifiesta en un discurso de ángulos perfectos. Tras sus gafas de combate, escucha mis preguntas concentrado, bajando los ojos, aferrado al lápiz que sostiene entre sus dedos, para después, como un águila, sin apenas esperar, desplegar su denso análisis repleto de puntos y aparte. Entonces sí, me mira fijamente, impasible.
Estar tocando Historia
“De repente, me encontré con un proceso de cambio político enormemente vivo, que me enfrentaba a muchas dificultades porque una buena parte de las categorías que traía en la maleta para entender lo que sucedía no me permitían explicarlo muy bien. Una tensión que es la que, en verdad, constituye la democracia, la tensión de los de abajo. La gente que tiene la peor parte empujando para impugnar, para cambiar ese orden”. Tenía veintitrés años. “Y eso para mí tuvo una parte de pasión personal, pasión que tiene que ver con el compromiso. La sensación embriagadora de estar tocando historia, una especie de ansiedad por registrarlo todo”. Al poco de llegar, recogía en un artículo una pintada descubierta en uno de los muros de la universidad de La Paz, Creían que nos mataban y nos estaban sembrando, que resumía aquellos años de lucha contra la política neo-liberal. “Pero en la parte intelectual me encontré con muchas dificultades. Los científicos sociales no tenemos laboratorios, menos mal, pero si uno puede estar inmerso en un proceso de cambio, de esos en los que meses cambian años, es inevitable no cuestionarse los conceptos con las que te aproximas a las cosas, y a mí en concreto el proceso político boliviano, y muchos de los procesos de cambio político de signo popular que hay en América Latina me sirvieron para una concepción diferente de la política”.
“La oposición conservadora montó en cólera por un artículo que yo siempre les decía: gente, esto está en la constitución española, la propiedad está subordinada en última instancia a su función social”.
El MAS, Movimiento al Socialismo, de Evo Morales acababa de llegar al poder por las urnas. “Cuando yo veía quién conformaba la nueva Asamblea: las mujeres campesinas amamantando, diputados que asistían a sesionar con el casco de minero… claramente te dabas cuenta de que habían entrado en los lugares del poder gentes que no lo habían tenido y que eso había despertado una reacción inmediata, furibunda, de quienes habían entendido que esos lugares del poder les pertenecían por derecho”. El MAS promovía un cambio radical en el país a través de una nueva constitución. “El Estado tenía que adaptarse a las diferentes formas de ser boliviano. El país real hablaba muchas lenguas y el país oficial hablaba una”. Pero no habían conseguido los dos tercios de la asamblea necesarios para aprobarla. El trabajo del joven Errejón consistía en asesorar a esa nueva mayoría a defender sus posiciones. “Me acuerdo que una buena parte de la oposición conservadora montó en cólera por un artículo que yo siempre les decía –me encantaba decirlo siempre en las discusiones– gente, esto está en la constitución española, la constitución pactada después del franquismo, que la propiedad está subordinada en última instancia a su función social. Y allí aquello supuso casi un choque de trenes que estuvo a punto de hacer descarrilar el proceso constituyente”.
“La tesitura que tenemos en España es si se reforma por abajo o si se reforma por arriba”
Análogamente al surgimiento de Podemos con la crisis económica, el MAS había surgido como un pequeño partido durante el lustro de movilizaciones contra los gobiernos conservadores. “Toda movilización es mucho más siempre que el conjunto de personas que sale a protestar a la calle. Si es profunda, si tiene impacto, hay siempre un elemento de transformación, de las gafas a través las cuales vemos la realidad, de qué sentido damos a las palabras. Hechos que hasta ayer nos parecían naturales, hoy de repente nos parecen intolerables. Sectores que hasta ayer pensaban y vivían con las palabras de los gobernantes, de repente le dan otro sentido. Cuando el orden político no es capaz de integrar o satisfacer las principales quejas que recibe y se le acumulan, es un orden que empieza a tener dificultades para conseguir estabilidad. Entonces, si del ‘qué hay de lo mío’, una reivindicación parcial, pasa a coaligarse fundando una voluntad general diferente, eso es a lo que llamamos un ‘pueblo’, y eso siempre está en el origen de todo orden político nuevo. Todos los que desafían el status quo tienen que tratar de coaligar la suma de voluntades de cambiarlo, articulándolas de manera que ofrezca un sentido de país alternativo. Cuando son capaces de hacer eso son momentos en los que se produce el cambio político”. Y así ocurrió en Bolivia bajo el liderazgo de Evo Morales, “el MAS tuvo la capacidad, la virtud, y esto es siempre un poco de olfato, un poco de audacia y un poco de suerte, de colocarse como el articulador posible de una acumulación popular de fuerzas que hasta ese momento había sido capaz de destituir gobiernos y de poner un veto a las medidas de desposesión neoliberal, pero incapaz de producir un poder político diferente”.
Y analiza el 15-M español y su trascendencia. “Ciertamente ha habido un ciclo de movilización con mucha capacidad de impacto sin alterar los equilibrios en el Estado, pero sí que ha producido unas percepciones nuevas haciendo que las élites, pese a que sigan gobernando, se muevan ya a la defensiva, y ha sido capaz de introducir temas en la agenda”. Como ejemplo, me relata el último desalojo de una familia en Madrid, “sigue siendo legal pero ya es claramente ilegitimo. En España, lo que hay es una erosión profunda del régimen político. Hay gente que se extraña porque eso es negarle su carácter democrático. No, se trata de decir que el conjunto del edificio, que durante treinta años ha dado cabida y ha integrado a una gran parte de las reivindicaciones de los españoles, hoy tiene muy serias dificultades para responder a sus demandas. Es decir, no es tanto acabar con el régimen como decir este régimen no da más de sí. Y la tesitura que tenemos ahora es si se reforma por abajo o si se reforma por arriba”. Y regresa al modelo boliviano, “hay similitudes en la medida en que tiene una parte de crisis orgánica, por la cual quienes mandan no son capaces de convencer y las instituciones que ayer contenían la vida política hoy parece que resultan claramente insuficientes. Pero el Estado boliviano era un Estado fallido, una maquinaria para el despojo en manos de las élites y eso en España no es así. En España, el Estado ha construido estabilidad, institucionalidad, ha construido ciudadanía y un tipo de vínculo con el individuo que no pasa porque si me falta algo en la escuela de mi hijo corto la calle sino que pongo una instancia. Eso hace que en nuestro país la gente sea más ciudadano que pueblo en un cierto sentido. Eso marca una diferencia fundamental”.
Al hilo, Errejón rechaza categóricamente la interpretación negativa del termino populismo para denominar estos movimientos, “vendría a decir que la gente corriente tiene bajos instintos que pueden ser exaltados. Y estimular esos bajos instintos sería una cosa que harían los demagogos para atentar contra las democracias. Esto se corresponde con una visión un tanto animalesca o infantil de la gente común. Hay que resaltar que en esta acepción las élites no tienen bajos instintos que puedan ser exaltados, y que pueda hacer que acaben con antorchas incendiando un museo. Sin embargo, el populismo no es algo bueno ni malo, le caben contenidos ideológicos de lo más opuesto, algunos incluso antagónicos entre sí. De repente, gente que no estaba presente, con sus rostros, con sus reivindicaciones, hace entrada en la política oficial y dicen hay una brecha entre el país real y el país oficial. Esa brecha en algunos momentos es saldada con una irrupción plebeya que para las élites siempre es caos, enfrentamiento, polarización, y para una buena parte de los sectores populares siempre es expresión democrática”. Dentro de esa concepción del populismo, le pido que valore Bolivia junto con los casos de Ecuador y Venezuela. “Es verdad que con esa forma de construcción política se han producido cambios muy diferentes entre sí, enfrentando muchas contradicciones y muchas dificultades, pero en general han protagonizado la década más larga y más productiva de América Latina en términos de desarrollo económico, integración regional e inclusión ciudadana, redistribución de la riqueza, lo cual les ha colocado en las puertas de la década siguiente, ante una cierta crisis de madurez”. Su veredicto es claro.
El mito de la revolución
La tarea de aprobar una nueva carta magna para Bolivia se volvió un imposible, extendiéndose de 2006 a 2009. De los enfrentamientos verbales se pasó a la violencia en las calles y al asedio del edificio donde se celebraban las sesiones constituyentes. Momentos que Íñigo Errejón vivió como uno más. La tensión no se rompió hasta que el MAS finalmente aceptó ceder en un punto clave para la oligarquía económica, no habría reforma agraria en las grandes propiedades ya establecidas. Ese fue el alto precio de la paz social. ¿Lo viviste con frustración? “Creo que pone, y eso pasa en otros procesos latinoamericanos, dos contrapuntos al mito de la revolución, como el día D en que asaltas la Bastilla y todo cambia, y que a partir de ahí todo será diferente. Por muy abruptos que sean los cambios, los cambios se quedan mucho del pasado y hacen siempre una negociación con una parte de lo que viene, y es normal. Aceptarlo es una garantía de libertad de que el juego político está siempre abierto. Y ese es el segundo contrapunto, la conciliación de proyectos de transformación política radicalmente democráticos con el respeto al pluralismo”. E insiste en este último aspecto para evitar confusiones con los cambios totalitarios, “las posiciones no están dadas, el que ayer es minoría puede ser capaz con otro proyecto de país o con otro liderazgo de construir una mayoría nueva”.
“Por muy abruptos que sean los cambios, estos se quedan mucho del pasado y hacen siempre una negociación con una parte de lo que viene, y es normal. Aceptarlo es una garantía de libertad”.
Superado el reto constitucional, el gobierno de Morales tuvo que enfrentarse al capitalismo internacional, la renegociación de los contratos de extracción de recursos naturales con las multinacionales extranjeras. “Pasar de que cada diez dólares dos para el Estado y ocho para las multinacionales a exactamente todo lo contrario, ocho para el Estado y dos para las multinacionales, de tal manera que con esa multiplicación por cuatro del excedente que le llega al Estado se pudieran pagar bonos, carreteras, escuelas, o proyectos de inversión. Hubo entonces todo un abanico de expertos y creadores de opinión que dijeron que las empresas se irían, si vosotros les hacéis eso se van a ir. Pero las empresas lo cierto es que se quedaron”. Todo ello le lleva a una reflexión muy extrapolable al proyecto de Podemos. “Cuando uno accede al poder político accede a una parte, alcanzable por el voto, el resto le pertenece a sectores cuyo poder no emana de las elecciones, viene de otros lugares, la herencia recibida, su conexión con actores internacionales poderosos, del dinero que mueven o de su control oligopólico de medios que producen opinión, que van a jugar fundamentalmente a que las cosas cambien lo menos posible. Si hablamos de países modestos, con una posición claramente subalterna en la economía mundial, eso obliga también a que su nivel de valentía y de heroicidad que hace falta sea muy elevado”.
La nueva constitución de Bolivia le embarcó en una nueva aventura, diseminarla. “Eran unos talleres que recorrían el país buscando llegar a todos los sectores de población y a las regiones, y a las localidades que tuvieran menos acceso a esa información, lo cual hacía los viajes más interesantes en un país como Bolivia en el que con una pequeña avioneta, o con un pequeño autobús puedes pasar de la Amazonía al desierto. Se trataba de contar el nuevo contrato social firmado, explicarlo, de dónde venía y a qué respondía y cómo iba a operar el nuevo pacto del que los bolivianos se habían dotado. Fue apasionante”. Recuerdan a los viajes de juventud del Che Guevara por la América profunda, experiencia vital, aprendizaje. En el altiplano, descubrió otras formas de organización ancestrales que sin duda rompieron algunas concepciones utópicas, “espacios sociales regulados por las propias comunidades porque no llega ni el Estado ni el mercado. En algunas comunidades es el sindicato campesino el que casa. Y no me encontré con una suerte de auto organización popular siempre pura y vibrante, también con sus burocracias, porque también hay burocracias en el mundo de la participación directa, del asamblearismo. Joder que si las hay. Con sus tiempos diferentes, en el caso de Bolivia muy dilatados, que pueden durar días. Con el ritmo de la vida aquí, eso solo podrían practicarlo los jubilados, gente que tenga mucho tiempo o que esté en el paro. Un ritmo así de participación directa permanente, a muy buena parte de la población la dejaría afuera”.
El compromiso político del intelectual
“Pero hay otra lectura que adquirí allí, el intelectual orgánico como decía Gramsci, no es un tipo rancio que solo lee cosas incomprensibles, es eminentemente un traductor. Alguien que tiene la obligación y la capacidad de coger conceptos abstractos y traducirlos, hacerlos operativos para otro que se mueve en otro terreno y que tiene otras preocupaciones. Pero es una actividad que no suele ser muy grata, porque implica siempre abandonar una parte de la sofisticación teórica que se tiene cuando solo se rinde cuentas al papel”. En Bolivia también conoció a García Linera, un maestro, un alter ego del propio Errejón. “Sabía de él, que era un matemático, un exguerrillero que se hizo profesor de sociología mientras estaba en prisión y que cuando salió, acabó convirtiéndose primero en un creador de opinión en tertulias de televisión, y después en vicepresidente de Evo Morales. Hay que reconocer la honestidad y la valentía de un intelectual que de repente da el paso al compromiso político. Ha tenido la capacidad de reivindicar los pensadores clásicos no como salmos, sino con una cierta irreverencia”. Su admiración por él es total, “también yo me acerco a los clásicos como a una caja de herramientas, los pruebo y los valido en la realidad. Y eso es una experiencia que además es muy útil para contradecir este mantra conservador tan extendido según el cual compromiso y ciencia no pueden ir de la mano. Estamos ante una figura que hace mejor análisis porque lo hace desde el compromiso y que hacer mejor compromiso porque tiene todo un trabajo intelectual detrás”.
Los clásicos para Errejón obviamente son los marxistas, especialmente Gramsci, y los neomarxistas, como Wallerstein y Laclau, pero también Carl Schmitt y su implacable teoría del enemigo político. “Me influyeron mucho, pero luego tuve una evolución intelectual. Me resultan muy poco satisfactorios para explicar los fenómenos políticos, que según ellos siempre aparecerían en última instancia derivados de alguna fuerza de la historia o de la economía, siempre parece que eran “lo que tenía que suceder.” Errejón cree en la infinita capacidad de la política de generar cualquier cambio. Podemos sería la prueba de ello.
“Bolivia sigue siendo un país extraordinariamente humilde, pero se nota que ha pasado algo gordo en esta década. ¿Es esto una revolución social? Pues no”.
¿Y el socialismo?
Cuando el cambio político se estabilizó en el país andino, regresó a España no sin antes advertir el mayor peligro que podía acechar al MAS, el clientelismo. “El acceso al poder y al manejo de recursos producen siempre la posibilidad que las lealtades se entremezclen, y eso es tanto más peligroso cuanto más pobre sea la población en la situación de partida”. Sin embargo, niega que se haya convertido en un problema grave, su defensa del proyecto del MAS no admite fisuras, “los sindicatos han sido extraordinariamente cuidadosos, y el propio gobierno de hecho”. Evo ha seguido siendo imbatible electoralmente a pesar de los recientes retrocesos en las elecciones locales. “El MAS necesita una oposición, porque tener una oposición es algo sano, es algo que obliga a ser un poco mejor, oxigena el debate, obliga a avanzar. Pero la extraordinaria dificultad intelectual y política de la oposición para construirse como alternativa de poder en Bolivia me parece que no le es imputable”.
¿Y el socialismo? ¿Qué peso tiene hoy? Su discurso sorprende, “la palabra en sí, me parece que ha perdido la capacidad de agregación, de servir como un referente mítico que aglutine una suerte de luchas y de avances de gobiernos progresistas. Me parece que tiene debilidades porque es complicado definir cuáles serían las fronteras, las diferencias drásticas que los separan de las experiencias socialistas fracasadas del siglo XX. El pluralismo no es una etapa sino que es siempre un componente permanente del proceso transformador”. Una vez más rechaza cualquier connotación totalitaria en su discurso. Tampoco cree en la llamada izquierda global, “me genera muchos problemas el término, porque eso supondría que hay una especie de fuerza organizada o comunidad de intereses en todo el mundo con el mismo proyecto, y que además se denominase de izquierdas. No ayuda mucho a explicar lo que está pasando. La gran mayoría de los actores que están siendo capaces de producir mayor inclusión ciudadana, más redistribución de la riqueza, más democratización, no están cómodos con esa etiqueta”. Por tanto, Evo no habría traído el socialismo a Bolivia ni tampoco lo habría pretendido. Y tampoco Podemos lo pretendería.
Íñigo Errejón no regresó a Bolivia hasta después del primer éxito electoral de Podemos, en agosto pasado. Constató los cambios, “se nota físicamente, en los edificios, en la mucha menor cantidad de gente que ves pidiendo por la calle, en los teleféricos que conectan el Alto con La Paz. Sigue siendo Bolivia, un país extraordinariamente humilde, pero se nota que ha pasado algo gordo en esta década. ¿Es esto una revolución social? Pues no”. Y no lo dice con pena, lo dice desde el realismo y la transversalidad, principios que ahora parece querer abanderar Podemos en este año electoral para poder llegar al poder. ¿Una lección aprendida del caso boliviano? La puerta se abre. Vienen a buscarlo, la clase ha terminado.
Fotografías de Verónica Domínguez.