El Japón de Abe: nacionalismo en una región incierta

 |  28 de marzo de 2014

El 25 de marzo, durante la Cumbre de Seguridad Nuclear de La Haya, tuvo lugar un encuentro trilateral entre el presidente estadounidense, Barack Obama, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y la presidenta surcoreana, Park Geun-hye. Se trataba de la esperada primera reunión entre los dos mandatarios asiáticos desde que ambos ocupasen sus respectivos cargos –Abe, en diciembre de 2012; Park, en febrero de 2013–. El Wall Street Journal informa de que, cuando Abe se giró hacia Park para decirle en coreano que era “un placer verla”, la líder surcoreana se limitó a mirar al frente y se abstuvo de responder. Existen motivos para interpretar esto como un desplante, lo que expresa el enrarecimiento de las relaciones entre Seúl y Tokio desde la llegada de Abe al poder. Con ello, el panorama en la región se vuelve cada vez más complicado, algo que Corea del Norte se encargó de subrayar ese mismo día: poco después de la reunión, el régimen de Pyongyang efectuó un lanzamiento de prueba de dos misiles de medio alcance, el primero en cinco años.

La razón del gélido gesto de la presidenta surcoreana y de su malestar con el Japón de Abe yace en el pasado, o más bien en cómo, desde una óptica revisionista, Abe entiende ese pasado. Tras algo más de un año en el puesto, el primer ministro ha alcanzado cierta notoriedad no sólo por el relativo éxito de su programa de reformas económicas, conocido popularmente como Abenomics, sino por su capacidad para hacer de la historia una cuestión del presente, atrayendo con ello titulares y críticas.

Entre otros episodios, el revisionismo del primer ministro japonés quedó reflejado cuando a finales de diciembre de 2013, tras el recrudecimiento de las disputas sino-japonesas sobre lasislas Senkaku (Diayou para China), Abe visitó el santuario Yasukuni, en Tokio. Construido en 1869, este templo honra la memoria de las víctimas de conflictos bélicos, incluyendo criminales de guerra de la Segunda Guerra mundial. Con esta visita, Abe, quien considera que visitar el santuario de Yasukuni no es distinto a visitar el cementerio de Arlington, provocó la ira de Pekín y Seúl y la consternación de Washington. Si a esto se le añade que figuras del entorno del primer ministro a menudo han cuestionado, sin rechazo gubernamental, la masacre en 1937 de civiles chinos en Nanjing, es fácil comprender que Abe todavía no se haya reunido con Xi Jinping, el presidente chino.

En la misma línea, el gobierno de Abe se ganó la reprobación internacional, especialmente de Seúl, cuando a finales de febrero anunció que revisaría la disculpa oficial de Japón sobre su uso de esclavas sexuales en poblaciones sometidas durante la Segunda Guerra mundial, en particular la coreana. Si el primer ministro no hubiese anunciado el 14 de marzo que finalmente no habría tal revisión, es posible que el encuentro entre Abe y Park en La Haya no se hubiese producido.

El giro nacionalista que Abe intenta imprimir en la vida política de Japón es manifiesto. El primer ministro ha recibido críticas por su supuesta presión sobre la televisión pública japonesa, la NHK. El 25 de enero, el nuevo director general de la cadena, Katsuto Momii, cuyo nombramiento fue respaldado por Abe, declaró que esta seguiría la línea marcada por el gobierno. Momii explicó que la NHK no debería decir “izquierda cuando el gobierno dice derecha”. Esto incluye respaldar el proyecto nacionalista de Abe.

 

Normalización de la política de defensa

El nacionalismo de Abe y el revisionismo histórico que lo acompaña surgen en parte de la personalidad del primer ministro, pero al mismo tiempo es un recurso adicional para legitimar la reforma de la seguridad y defensa de Japón, algo que lleva mucho tiempo en la agenda política del país. Escribiendo para Política ExteriorFernando Delage lo explica así: “No deben confundirse las convicciones personales de Abe con el proceso de normalización de la política de defensa japonesa, […] que responde a una clara lógica realista”.

Desde que llegó a la oficina, Abe ha hecho los deberes con diligencia. Su gobierno ha creado un Consejo de Seguridad Nacional y aprobado la primera Estrategia de Seguridad del país. La visión de Abe es la de un Japón que supere el pacifismo “pasivo” para adoptar una actitud “proactiva” en la seguridad, ya sea regional, donde las disputas territoriales con China o la cuestión coreana son protagonistas, o global. En su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas en 2013, Abe no tuvo reparos en tratar cuestiones como la guerra civil en Siria, la piratería en el Índico, las misiones de paz de la ONU o el desarrollo y su vinculación con la emancipación de la mujer.

Esta expansión de la agenda y reafirmación de los intereses de seguridad del país nipón viene acompañada de un presupuesto para 2014 que prevé el primer aumento en defensa en más de una década, con una modernización de las capacidades aéreas y navales. Más allá de esto, Abe apuesta por una interpretación y, a ser posible, reforma de la Constitución que elimine las restricciones legales a la proyección militar japonesa impuestas por Estados Unidos en la postguerra.

El recientemente fallecido Kenneth Waltz, uno de los académicos en el campo de las relaciones internacionales más influyentes, a menudo cuestionaba que un país como Japón, con su relativa fortaleza económica, pudiese mantener en el largo plazo su renuncia a un perfil militar de mayor alcance. Japón, inmerso en un contexto geopolítico complejo en el que la protección de EE UU frente a una China cada vez más fuerte y ambiciosa no puede darse por descontada, finalmente se vería obligado a reforzarse militarmente. Waltz llevaba su tesis más allá, y sugería que Japón podría incluso dotarse de capacidades nucleares a pesar de ser signatario del Tratado de No Proliferación. Esta posibilidad todavía no se discute de manera abierta en Japón, pero en Corea del Sur, cuyo problema con Piongyang es compartido por Tokio, sí forma parte del debate público. Siendo estas las tendencias, puede esperarse que el nacionalismo y la redefinición de la seguridad japonesa sean un factor de tensión añadido a una ya de por sí tormentosa región como Asia-Pacífico.

 

por Alberto Pérez Vadillo, especialista en relaciones internacionales

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