La visita entre el 18 y el 21 de octubre del secretario de Estado, Antony Blinken, a Quito y Bogotá ha sido clara señal de la preocupación de Estados Unidos ante la creciente influencia de China en América Latina y el Caribe, una de las regiones del mundo donde la rivalidad entre las dos superpotencias es más evidente. Pekín intenta ocupar los vacíos de poder que Washington ha ido dejando –por incapacidad, desinterés o indiferencia– en lo que llamaba su “patio trasero” desde 1823, cuando James Monroe formuló su célebre doctrina para impedir que las potencias de la Santa Alianza intentaran intervenir o recolonizar territorios en las Américas. De hecho, en octubre de 1861, Napoleón III invadió México para convertirlo en un “imperio católico” cliente de París pocos meses después de que estallara en EEUU la guerra de Secesión. La derrota confederada ante las fuerzas de la Unión selló la suerte de la aventura mexicana del segundo imperio francés.
Ahora el imperio rival es de distinta naturaleza. El voraz apetito del dragón chino devora cantidades ingentes de cobre, hierro, soja, carne y decenas de otras materias primas que América Latina produce a precios muy competitivos. Brasil hoy dirige casi el 30% de sus exportaciones a China y solo el 10% a EEUU, su segundo mercado. Mientras, compañías chinas construyen puentes, autopistas y redes eléctricas en el país carioca. En Perú, las mayores minas de cobre del país están en manos de Chinalco y MMG. Y en Chile, después de pagar 3.000 millones de dólares por CGE a la española Naturgy, la china State Grid controla el 52% de la comercialización eléctrica chilena.
El caso de Colombia es ilustrativo. En 2000, China era el destino 37 de sus exportaciones. Hoy es su segundo socio comercial. Entre 2011 y 2020, Colombia exportó 3.400 millones de dólares de media anuales, casi siete veces más que en la década anterior. Y las importaciones de China rondan los 9.900 millones de dólares (25%). Las inversiones previstas, de 6.000 millones de dólares, incluyen la construcción de la primera línea del metro de Bogotá.
«Desde 2005, bancos públicos chinos han dirigido 137.000 millones de dólares en créditos e inversiones hacia América Latina, más que el Banco Mundial, el BID y la CAF juntos»
Según Inter-American Dialogue, desde 2005 bancos públicos chinos han dirigido 137.000 millones de dólares en créditos e inversiones a la región, más que el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la CAF juntos. China es hoy el primer socio comercial de Brasil, Chile, Uruguay y Perú y está a punto de serlo de Argentina. Y a diferencia de sus primeras inversiones, que se concentraron en industrias extractivas, las más recientes se centran en infraestructuras 5G, energías renovables y transmisión eléctrica. En 2019, China Yangtze Power pagó 3.600 millones de dólares por Luz del Sur, la mayor eléctrica peruana.
Desde 2012, el presidente chino, Xi Jinping, ha visitado 11 países de la región, casi tantos como los 12 que visitó Barack Obama en ocho años. Donald Trump solo viajó a Argentina. Durante los peores momentos de la pandemia, China vendió 165 millones de dosis de vacunas Sinovac. Washington ha sido más generoso al donar 38 millones de dosis a sus vecinos del sur, pero las vacunas chinas llegaron antes, cuando más importaba. Y no son las únicas huellas del dragón.
El collar de perlas
Los litorales atlánticos y pacíficos forman parte del “collar de perlas”: la red de puertos construidos y operados por compañías chinas que se extiende desde el de Salónica en Grecia al de Balboa en Panamá, y que tiene ya un centenar de cuentas en más de 60 países. Según la UNCTAD, los puertos con inversión china tienen tasas de aumento de conectividad muy superior a la media.
Según escribe Evan Ellis, experto en asuntos latinoamericanos en West Point, en Foreign Policy, esa estrategia asegura a Pekín no solo acceso a mercados y materias primas: “La influencia económica te da influencia política que luego se traduce en ventajas económicas. Es un ciclo virtuoso”.
En Yibuti, a la entrada del Mar Rojo, un puerto originalmente civil se convirtió en 2017 en la primera base naval china en el exterior. Ese mismo año, a cambio de la reducción de su deuda, Sri Lanka arrendó por 99 años el puerto de Hambantota –construido por China Harbour Engineering Company– a China Merchants Ports Holdings, que en septiembre compró el 90% del Terminal de Contêineres de Paranaguá en Brasil.
CK Hutchison, Cosco y China Merchants controlan más de 10 megapuertos en siete países de la región, entre ellos los de Manzanillo y Veracruz (México), Freeport (Bahamas), Kingston (Jamaica) y Balboa y Colón (Panamá). En el puerto peruano de Chancay, Cosco va a invertir 3.000 millones de dólares hasta 2024.
Tomar partido o no
Durante la guerra fría, los países latinoamericanos y caribeños, potencias medias en el mejor de los casos, fueron más peones que reyes en su propio tablero geopolítico, lo que explica su actual reticencia a tener que elegir bando y preferir, más bien, una cierta equidistancia. Hay mucho en juego.
Washington amenaza con dejar de compartir información de inteligencia con países que incluyan equipos chinos en sus redes de telecomunicaciones. En 2019, la US International Development Finance Corporation (DFC) ayudó a Ecuador a pagar su deuda con China a cambio de que excluyera a Huawei de sus redes. Pero hasta ahora, solo Brasil se ha sumado a la “red limpia” que ha creado EEUU contra Huawei y que hoy integra a medio centenar de países.
Ni siquiera Colombia ha excluido a Huawei de sus redes de 5G. Los equipos del gigante chino son ubicuos en Chile, Perú y México. Y no solo por la imbatible relación calidad-precio de sus productos y servicios. En una entrevista a un medio brasileño, su fundador, Ren Zhengfei, exoficial del ejército y miembro desde 1978 del Partido Comunista Chino (PCCh), dijo que EEUU trataba a la región como “su patio trasero”, por lo que Huawei debía ayudarla a defender su soberanía y liberarse de esa “trampa”.
En 2019, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, advirtió en un informe a la Asamblea General de los riesgos de “una gran fractura” que divida al mundo en dos esferas de influencia, cada una con su propia moneda, reglas comerciales y financieras, capacidades cibernéticas y estrategias geopolíticas y militares dominantes. Si cada país latinoamericano opta por esferas distintas, sus tecnologías podrían hacerse incompatibles. Huawei ha registrado más patentes de 5G que cualquier otra compañía de telecomunicaciones.
«Guterres advierte de los riesgos de ‘una gran fractura’ que divida al mundo en dos esferas de influencia, cada una con su propia moneda, reglas comerciales y financieras, capacidades cibernéticas y estrategias geopolíticas y militares dominantes»
Para contrarrestar el avance chino, Washington podría usar al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y a la US International Development Finance Corporation (DFC) para financiar la relocalización de multinacionales que quieran situar sus plantas más cerca de EEUU, lo que rompería el círculo vicioso del intercambio de materias primas por productos manufacturados que amenaza con desindustrializar la región. En México, las importaciones chinas han devastado sus industrias textil, de calzado y juguetes.
Entre 1995 y 2015, la participación de América Latina en las cadenas de suministro globales apenas creció un 0,1%, mientras que en el resto del mundo lo hizo un 19%. El valor de mercado de su sector tecnológico representa el 3,4% del PIB, frente al 30% en China y el 14% en India.
México demuestra, sin embargo, que es posible pasar de exportar textiles a autopartes y semiconductores. Desde que en 2014 lanzó su primera tarjeta de crédito, la fintech paulista Nubank ha sumado más de 40 millones de clientes en Brasil, México y Colombia, más que cualquier otro banco digital en el mundo. Los analistas prevén que en su próxima salida a bolsa, los inversores podrían valorar a Nubank en 50.000 millones de dólares, frente a los 79.000 millones de Mercado Libre, la Amazon latinoamericana.
En 2020, unos 4.100 millones de dólares en inversiones de capital riesgo fluyeron a la región, más que al Sureste Asiático (3.300 millones) y que a África, Oriente Próximo y Europa Central y del Este juntas, según datos de Global Private Capital Association. En el primer semestre fueron 6.500 millones de dólares, situando a la región solo por detrás de India (8.300 millones).
‘Friend-shoring’
En Quito, donde pronunció un discurso en la Universidad de San Francisco, que alberga la sede ecuatoriana del Instituto Confucio, Blinken habló de democracia, corrupción, medio ambiente y migraciones. Pero ni en Quito ni en Bogotá adelantó nada concreto sobre el proyecto Build Back Better for the World (B3W), respaldado por el G7 y que en 2022 anunciará varios proyectos, entre ellos plantas de tratamiento de aguas residuales y de fabricación de vacunas.
El BID estima que la región podría ganar 70.000 millones adicionales al año si pudiese reemplazar el 10% de las exportaciones de China a EEUU, algo que podría conseguir con autopartes y productos electrónicos que ya produce. En julio de este año, Volkswagen anunció que desde 2022 fabricará autos eléctricos en Uruguay, desde donde los exportará al resto de la región.
En The Miami Herald, Andrés Oppenheimer aconseja a Joe Biden aprovechar la Cumbre de las Américas de 2022 en su país para lanzar un plan de friend-shoring que incentive a multinacionales a trasladar fábricas a la región como una forma más eficaz de abordar las causas estructurales de las migraciones de indocumentados a EEUU.
Y dale con llamar imperio a Estados Unidos. Qué manía le tienen en esta revista a Estados Unidos. Estados Unidos no es ningún imperio: hay que ser preciso con el lenguaje.
Y ningún puerto del continente americano forma parte del collar de perlas de la estrategia china «OBOR» (One Belt One Road).