Xi Jinping camina antes de su discurso durante la ceremonia de apertura del Foro de Cooperación China-Africa en el Gran Palacio del Pueblo en Pekín, el 3 de septiembre de 2018. GETTY

El ‘gran premio’ de África

Luis Esteban G. Manrique
 |  27 de septiembre de 2018

Durante décadas África fue el continente olvidado. El mundo solo se acordaba de él por las guerras (Biafra, Zaire…), la violencia interétnica (Sudán, Malí, Nigeria…), las hambrunas (Etiopía, Somalia…), sus excéntricos dictadores (Idi Amin, Bokassa, Mobutu…) o los desastres naturales. Hoy esa imagen es cosa del pasado. Según el Banco Mundial, de las 10 economías que más crecerán este año en el mundo, seis son africanas, incluida Etiopía, un país de 105 millones de habitantes.

La ONU estima que entre 2018 y 2036 las 10 ciudades que más crecerán en población serán todas africanas. En 2050 habrá 2.000 millones de africanos, el doble que hoy, y esa cifra se volverá a duplicar en 2100. De hecho, de los 2.200 millones de personas que sumará la población mundial de aquí a mediados de siglo, 1.300 nacerán en África. Emmanuel Macron suele citar The Rush to Europe, un libro en el que Stephen Smith, demógrafo de la Universidad de Duke, basándose en pasados patrones migratorios como el de los mexicanos hacia EEUU, calcula que el número de afroeuropeos podría aumentar de los actuales nueve millones a los 200 millones en 2050, la cuarta parte de la población del viejo continente.

Los Verdes alemanes sueñan, a su vez, con convertir el desierto del Sáhara en una fuente inagotable de energía solar. En solo 15 meses, Macron ha estado ya en 13 países africanos. Este verano siguieron sus pasos la canciller alemana, Angela Merkel, que estuvo en Ghana, Nigeria y Senegal, y la premier británica, Theresa May, que visitó Kenia, Suráfrica y Nigeria.

En Johannesburgo, May anunció una ayuda de 4.000 millones de libras para diversas economías africanas y prometió que uno de los primeros acuerdos comerciales que firmará Londres tras el Brexit será con los seis países que integran Unión Aduanera Surafricana.

 

Una carrera mundial

Pero hace ya mucho de la época en que las relaciones exteriores africanas estaban dominadas por las antiguas metrópolis coloniales. África es hoy un objetivo prioritario para países como China, India, Brasil, Malasia, Arabia Saudí y Rusia. Ghana es un claro ejemplo del fenómeno. Una empresa turca y otra filipina generan hoy la mayor parte de la electricidad que consume el país.

Pese al fin del boom de las materias primas, el interés extranjero no ha disminuido. Al contrario. Desde 2002 el presidente turco, Recep Tayip Erdogan, ha visitado 23 países africanos. Turkish Airlines vuela hoy a 40 destinos distintos en el continente. Entre 2007 y 2017, por su parte, los principales líderes chinos han realizado 79 visitas a 43 países de la región.

Rusia ha firmado acuerdos de cooperación militar con República Democrática del Congo, Etiopía y Mozambique. En 2017, Rusia suministró a Egipto equipos militares por valor de 1.000 millones de dólares. Durante su visita a El Cairo, Vladímir Putin acordó financiar la construcción de una planta nuclear en El Alamein con una inversión de 23.000 millones de dólares. El pasado julio, el primer ministro indio, Narendra Modi, se unió a ese cortejo diplomático visitando Ruanda, Suráfrica y Uganda. No es extraño. India es ya el mayor importador de crudo nigeriano. Y según la Organización Mundial del Comercio, el comercio bilateral entre India y el continente africano ha pasado de los 7.200 millones de dólares en 2001 a más de 78.000 millones en 2014, con lo que hoy India es el cuarto socio comercial de África.

Todas las cifras son asombrosas. Entre 2006 y 2016, según estima la Brookings Institution, las importaciones africanas de Rusia y Turquía aumentaron un 142% y un 192%, respectivamente. Entre 2003 y 2017, el comercio entre Turquía y África se multiplicó por seis, hasta los 17.000 millones de dólares.

En la actualidad, Addis Ababa, capital de Etiopía, es la tercera capital diplomática del mundo tras Washington y Bruselas, al ser sede de los principales organismos de la Unión Africana (UA). La Agenda 2063 de la UA incluye planes para desarrollar una red de trenes de alta velocidad que una a las principales capitales africanas y la creación de una zona de libre comercio continental.

La UA calcula que la región requerirá 90.000 millones de dólares en inversiones anuales en infraestructuras durante la próxima década. El Banco Mundial sostiene que si la región alcanza la media del nivel del resto del mundo en desarrollo en cuanto a la calidad de sus infraestructuras, su PIB per cápita podría aumentar un 1,7% al año.

 

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Las ambiciones del dragón

En esa carrera nadie ha ido más lejos que China, hoy el principal socio comercial del continente, su mayor generador extranjero de empleo y su mayor fuente de inversión directa. En 2017, el comercio bilateral sino-africano alcanzó los 170.000 millones de dólares anuales, 20 veces más que en 2000.

El de EEUU solo fue de 39.000 millones. Desde 2012, China es el mayor socio comercial de Egipto, al que provee el 13% de sus importaciones, más del doble que Alemania, el segundo en la lista. En 2014, Pekín y El Cairo firmaron un acuerdo de “asociación estratégica integral”.

El canal de Suez es crucial para la Nueva Ruta de la Seda. Para la construcción de la nueva capital administrativa del gobierno egipcio, bancos estatales chinos han comprometido 3.000 millones de dólares. La constructora China Fortune Land Development planea invertir otros 20.000 millones de dólares en la ciudad, que se anuncia futurista.

Este año el presidente chino, Xi Jinping, ha estado en Ruanda, las islas Mauricio, Senegal y Suráfrica. En Kenia, China está financiando con una inversión de 3.200 millones de dólares una vía férrea entre la capital, Nairobi, y  Mombasa, el principal puerto del país.

El Foro de Cooperación China-África FOAC, cuya primera conferencia ministerial se celebró en Pekín en 2000, se ha convertido en una de las citas ineludibles para los mandatarios regionales. En la séptima cumbre de este año en Pekín, a las que asistieron representantes de 54 países africanos, Xi anunció la concesión de 60.000 millones de dólares en créditos en los próximos tres años para distintos proyectos de desarrollo.

El gigante asiático tiene hoy 2.400 cascos azules en seis misiones de paz de la ONU en África, una clara señal de que Pekín reconoce que sus florecientes negocios en la región solo pueden desarrollarse en un entorno de estabilidad política y seguridad física para sus empresas.

A diferencia de las ayudas al desarrollo occidentales, las de China consisten mayormente en créditos blandos para proyectos de infraestructuras, muchas veces sin intereses, que se conceden rápidamente y con pocas condiciones. Según el China-Africa Research Institute de la Universidad Johns Hopkins, entre 2006 y 2016 China concedió a países africanos créditos por valor de 125.000 millones de dólares.

Muchos analistas temen que esa aparente generosidad esté conduciendo a los países africanos a una “trampa de endeudamiento”. El FMI calcula que China posee el 15% de la deuda externa total del África subsahariana, frente al 2% de 2005. A su vez, la consultora McKinsey estima que los préstamos chinos suponen el 30% de la nueva deuda adquirida por los gobiernos africanos.

Lamido Sanusi, exgobernador del banco central de Nigeria, cree que sin transferencias de tecnología, las ayudas chinas pueden convertirse en un “nuevo imperialismo” al basarse la relación en un modelo de exportación de bienes primarios africanos a cambio de importaciones manufacturadas chinas, lo que prolongará el círculo vicioso del subdesarrollo.

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