Déspota y opresor para unos, heroico modernizador para otros, la figura de Porfirio Díaz no parece dejar a nadie indiferente en México, su país natal. Cuando se cumplen 100 años de su muerte, se reavivan los debates sobre su figura, su legado y su posible repatriación a su provincia natal, Oaxaca.
Nacido en el tempestuoso crisol del siglo XIX mexicano, Porfirio Díaz destacó desde su juventud como militar, a pesar de haber cursado estudios de Derecho (que nunca llegó a ejercer). A mediados del siglo la situación en el país era muy convulsa, y existía una elevada conflictividad social, motivo por el cual se sucedieron varias guerras e intentos de golpes de Estado (como la Revolución de Ayutla, o la Guerra de Reforma). En estos conflictos Díaz logra un gran prestigio dentro de la facción liberal, lo que da alas a su ambición política.
Aupado al poder a través de una revolución militar, Porfirio Díaz llega al gobierno en 1876, iniciando el conocido Porfiriato, de más de 30 años, sólo interrumpido brevemente por la presidencia de Manuel González, y que es la principal fuente de contención para sus admiradores y detractores.
La postura más extendida, mantenida por los gobiernos mexicanos desde que Díaz fuera derrocado por la Revolución Mexicana en 1911, ha sido situarlo siempre en el espectro político de lo deleznable, como un autócrata que no quiso permitir la libertad de los sectores más modernizadores y que oprimió al campesinado. No se puede negar que esta postura tiene buenos argumentos a su favor. Como argumenta Patricia Galeana, directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), el componente dictatorial del Porfiriato es evidente, puesto que llevó a cabo una importante represión como “la de los indios yaquis, o incendios de poblaciones como la de Tomóchic, encarcelamientos de periodistas como Filomeno Mata, persecución a la prensa de oposición, a sus opositores”.
Para otros, como el historiador y editor Enrique Krauze, Porfirio Díaz destaca como alguien que llevó el orden a un México asolado por las guerras y el caos: “El país que él recibió era muy distinto al país que dejó. México estaba desgarrado en guerras internas e internacionales, increíblemente pobre, incomunicado, sin industrias ni comercio.
Díaz puso a México en el mapa del mundo como un país respetado, respetable. En su régimen se tendieron 18.000 kilómetros de ferrocarriles, hubo industrias, puertos, nuevas ciudades, edificios que todavía podemos contemplar y utilizar. La infraestructura económica, material, de México le debe mucho a ese periodo”.
En el punto intermedio se encuentra Paul Garner, profesor de la Universidad de Liverpool: “Él creó instituciones, logró el desarrollo material, un mercado regional integrado, el sistema bancario que no existía, los ferrocarriles. Dio mucho, pero en los últimos años regresó a la mano dura que caracterizó el inicio de su mandato”. Para Garner su principal característica fue la de saber mediar entre las distintas facciones. Mientras fue capaz de mantener el equilibrio entre los intereses contrapuestos, se mantuvo como árbitro supremo, pero cuando dejó de ser capaz de realizar la función mediadora, fue rápidamente desafiado y derrotado por otros actores.
Hoy, a 100 años de su muerte, su figura aún sigue despertando encendidas controversias. Con motivo de su onomástica, se ha generado un debate acerca de si llevar a cabo una repatriación de su cuerpo a Oaxaca, tal y como constaba en su última voluntad. Sus descendientes defienden la repatriación, pero los gobiernos mexicanos nunca han encontrado el momento político adecuado para llevarla a cabo.
El historiador Carlos Tello Díaz, y uno de los descendientes de Porfirio Díaz, considera que la repatriación se debería llevar a cabo con «los honores correspondientes a su alta investidura como exgeneral de división y como expresidente de México», esto es, un funeral de Estado.
Por el momento, el Gobierno de Enrique Peña Nieto no ha tomado ninguna decisión. Parece que, al menos por algún tiempo, Porfirio Díaz (héroe o villano, dictador o modernizador) seguirá descansando en el cementerio de Montparnasse.