Seis semanas antes de la cumbre de la OTAN en Madrid, la atención de los aliados transatlánticos está, naturalmente, enfocada en Ucrania. El nuevo concepto estratégico de la Alianza que se adoptará en la cumbre volverá a concentrar la misión de la OTAN en su propósito fundador: defender Europa y reforzar la posición militar en el Este.
En un momento en que la OTAN se apresura a hacer frente a la amenaza rusa en Ucrania, sería arriesgado enfocarse únicamente en el frente oriental cuando los objetivos rusos son mucho más amplios. Las ambiciones de Moscú se extienden más allá de la vecindad inmediata de Rusia y el anhelo imperial de Vladímir Putin por los antiguos territorios de la Unión Soviética. Putin ve la confrontación con Occidente como una lucha ideológica y geopolítica en todos los escenarios: hacia el este y hacia el sur.
Mientras la Alianza refuerza su presencia en el Este para apoyar a Ucrania militarmente, Putin puede movilizar otros recursos para ejercer presión sobre los europeos. En concreto, puede crear nuevas amenazas y dolores de cabeza en una región propicia para causar estragos y, comparativamente, con poca presencia y atención de la OTAN: el flanco sur de la Alianza, Oriente Próximo y África.
«Las ambiciones de Moscú se extienden más allá de la vecindad inmediata de Rusia y el anhelo imperial de Vladímir Putin por los antiguos territorios de la Unión Soviética»
El papel creciente de Rusia en Malí ante la anunciada retirada de las tropas francesas de este país africano es tan solo la advertencia más reciente tras varios años de un aumento significativo de la presencia rusa en el Mediterráneo, África y otras regiones. En este sentido, si la OTAN no tiene cuidado, la presencia rusa en el sur puede significar que, de forma directa o vía proxy, la Alianza se vea rodeada.
Durante demasiado tiempo, los aliados Occidentales han contemplado los intereses y acciones de Rusia en los flancos este y sur de la OTAN como dos apartados separados de la política exterior rusa, diferentes en sus objetivos y herramientas. La idea es que, en el sur, Rusia persigue un enfoque de poder regional, construyendo relaciones clientelares basadas en seguridad mediante el respaldo militar a dictadores en apuros, como ha sido el caso en Siria. En cambio, en el Este, los intereses rusos pertenecerían a otra categoría: un enfoque (post-) imperial de máxima presión política y económica, con el objetivo de mantener a los antiguos Estados de la URSS dentro de la esfera de influencia rusa, usando también la acción militar pero de un nivel bajo-medio, excluyendo la opción de una guerra directa, brutal y a gran escala contra sus vecinos. Esa perspectiva desconectada de los objetivos e instrumentos rusos en el este y sur de la OTAN, respectivamente, explica en parte la falta de preparación de Occidente ante la estrategia de guerra rusa en Ucrania –que previamente ha sido ensayada en el flanco sur–.
En el este y en el sur
Desde luego, hay notables diferencias entre las aspiraciones que Rusia puede tener en el este y en el sur. Por ejemplo, el rechazo del derecho de Ucrania de existir como Estado soberano no tendría sentido en Libia o Siria. No obstante, los objetivos geoestratégicos rusos más amplios son los mismos en las dos regiones, que el Kremlin concibe como una sola arena geopolítica. Con la reducción de la influencia de Estados Unidos y de Occidente en Europa va de la mano la reducción de la influencia estadounidense y occidental alrededor de Europa, hacia el este y hacia el sur. Este planteamiento se recoge explícitamente en los borradores de tratados que Rusia hizo públicos el pasado 17 de diciembre tanto para la OTAN como para EEUU, y que están disponibles en la página web del Kremlin.
«La reducción de la influencia de Estados Unidos y de Occidente ‘en’ Europa va de la mano de la reducción de la influencia estadounidense y occidental ‘alrededor’ de Europa, hacia el este y hacia el sur»
Por otra parte, los instrumentos que Rusia emplea en el este y en el sur son cada vez más parecidos. Por ejemplo, Moscú se apoya de manera creciente en herramientas militares en lugar de usar la presión política o económica, como queda demostrado por las guerras en Siria y en Ucrania. En el este, Rusia no solo libra una guerra contra Ucrania, también está considerando establecer un puente de tierra a Moldavia, con el propósito de prevenir el acceso y la presencia occidental. Todo lo cual ha sido parte integral de la estrategia rusa tanto en el este como en el sur. En la actual confrontación entre Rusia y Occidente, el flanco sur va a ser utilizado por Moscú como un segundo frente de presión sobre Europa y la OTAN, así como una fuente de poder de negociación para conseguir sus objetivos estratégicos a largo plazo. Por tanto, la OTAN debe prestar atención y prepararse para este frente geopolítico paralelo.
El caso de Siria
Siria es solo el ejemplo más destacado del modo en que Rusia ha cosechado influencia y poder de negociación en el sur. Aislado internacionalmente tras la anexión de Crimea en 2014, Putin invadió Siria en septiembre de 2015, dando la vuelta a una guerra que Bachar el Assad estaba perdiendo y fortaleciendo la relación del gobierno sirio como cliente de Rusia. Como consecuencia, el azote de la guerra continuo, y produjo un éxodo masivo de refugiados hacia Europa, la ola de migración del 2015-16 que se convirtió en un grave desafío para la cohesión interna europea. A pesar de la indignación internacional, Moscú logró establecerse como guardián e intermediario. Así, la intervención de Siria ha sido una herramienta poderosa para que Rusia saliera de su relativo aislamiento tras el golpe de Crimea y volver a la escena internacional como un socio indispensable en la política global.
Como las acciones rusas en Siria trajeron unos dividendos tan obvios, en los años siguientes Moscú expandió sistemáticamente su presencia a lo largo del flanco Sur. Así, por ejemplo, si no hubiese sido por la intervención turca respaldando al gobierno de Trípoli, el hombre fuerte apoyado por Rusia, Khalifa Haftar, podría hoy gobernar Libia. Tanto Siria como Libia han servido a Moscú como laboratorio de experimentación para beneficiarse de los vacíos de seguridad. Asimismo, Rusia ha cerrado negocios de armamento y ha expandido su presencia militar en la región, incrementando su base naval en Tartus y usando bases aéreas en Siria, Libia y Argelia.
África Subsahariana
Más recientemente, Rusia ha expandido su alcance en el Sahel y África Subsahariana. En 2020, Moscú firmó un acuerdo con el gobierno de Sudán para establecer una base naval en Port Sudán, que le daría al Kremlin control sobre el mar Rojo y el canal de Suez, un paso clave del tráfico marítimo global. Por otra parte, aunque Moscú carece de un papel militar decisivo, se ha establecido como principal socio internacional de los gobiernos en República Centroafricana, Malí y Sudán. En Burkina Faso, el golpe militar del pasado mes de enero se celebró en las calles con proclamas a favor de que Rusia tuviera un papel importante como socio en el nuevo orden. Moscú está repitiendo los patrones de Siria y Libia: cautivar a las frágiles élites autoritarias de países estratégicos mediante la ayuda de mercenarios, la consecución de posiciones militares, la explotación de recursos naturales, el entrenamiento militar y el suministro de armamento.
La región a observar es el Sahel, que tras la anunciada retirada de tropas francesas y alemanas de Malí es susceptible de empeorar hacia un Estado aún más frágil, con el potencial de convertirse en un nuevo santuario de extremistas, presidido por juntas militares escudadas por mercenarios de Wagner. Es llamativo que pese a haber retirado mercenarios y combatientes extranjeros de otros países para su despliegue en Ucrania, Moscú mantenga una presencia militar notable en Malí con la retirada europea en el horizonte.
Por supuesto, los conflictos en el flanco sur tienen raíces más profundas y no pueden contemplarse únicamente a través de una lente de confrontación ruso-occidental, ni se resolverán solo conteniendo a Rusia. Pero al utilizar esos conflictos como instrumento y fuente de poder de negociación para confrontar a Occidente, Moscú está siendo coherente con su estrategia y comportamiento de los últimos años. La OTAN debe ser realista y actuar en consecuencia ante las intenciones de Moscú en el Sahel, pese a sus intentos de presentarse como mediador proporcionando estabilidad.
«Es llamativo que pese a haber retirado mercenarios y combatientes extranjeros de otros países para su despliegue en Ucrania, Moscú mantenga una presencia militar notable en Malí con la retirada europea en el horizonte»
La guerra en Ucrania no trata solo de Ucrania. Es en territorio ucraniano donde se está defendiendo en este momento el futuro de la seguridad europea. También es un aviso de la confrontación sistémica entre Rusia y Occidente, en la cual la vecindad directa de la OTAN es la primera línea de defensa y atención. Sin embargo, Putin ve a ambos escenarios –este y sur– como instrumentos para su objetivo principal, y utilizara todos los medios a su disposición para provocar situaciones conflictivas adicionales a los aliados Occidentales mientras que la guerra en Ucrania continúe.
Muchos de los Estados miembros de la OTAN del norte y este han demostrado hasta la fecha una apreciación limitada de la geopolítica del flanco sur, al que perciben desconectado del flanco este –un escenario diferente con el cual competir en términos de atención, capacidades, y presupuestos–. En un momento en que la OTAN recalibra su estrategia, ha llegado la hora de replantear lo que significa el flanco sur. Putin trabaja la vecindad de manera íntegra como arena geopolítica. Y así lo debemos hacer nosotros.