Después de que ya lo hicieran Alemania y España, Francia también ha acabado doblegándose ante las presiones de Marruecos para que se alinee con sus tesis en el conflicto del Sáhara Occidental. A finales de julio, se dio a conocer una misiva enviada por el presidente francés, Emmanuel Macron, al rey de Marruecos, Mohamed VI, en la que afirma que el plan de autonomía de Rabat es “la única base” para una solución a la disputa del Sáhara Occidental. Con este gesto, París ponía fin a más de dos años de crisis diplomática con su aliado tradicional en el Magreb desde la descolonización de la región.
El cambio de postura de Francia certifica el éxito incontestable de la agresiva política exterior de Marruecos, que ha utilizado una estrategia basada en la apertura de crisis diplomáticas con países aliados, a menudo a partir de excusas, con el fin de forzar un cambio de posición en el dossier del Sáhara Occidental en su favor. Y lo ha hecho con países, en teoría, con un mayor peso en la escena mundial.
El punto de inflexión en la actitud marroquí se produjo a finales del 2020, cuando la administración Trump reconoció la soberanía marroquí del Sáhara Occidental en un pacto a tres bandas que incluía el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Rabat y Tel Aviv. Entonces, Rabat, con el respaldo de la superpotencia americana bajo el brazo, creyó hallarse en una oportunidad histórica para transformar a su favor el status quo de un conflicto congelado durante décadas y puso en su punto de mira la Unión Europea, un actor clave. El objetivo: que siguiera los pasos de EEUU.
Para que el bloque se moviera en la dirección adecuada, era necesario que lo hiciera primero el eje franco-alemán, motor de tantas decisiones a nivel europeo, así como también España, cuya voz es escuchada con especial atención por ser la antigua potencia colonial. No hay que olvidar que la ONU ha tratado la cuestión del Sáhara Occidental como un conflicto ligado al proceso de “descolonización”.
El éxito de la diplomacia marroquí es destacable pues, no solo ha conseguido que estos tres países europeos, Alemania. España y Francia, modificaran sus respectivas posiciones oficiales respecto al Sáhara Occidental bajo presión y ante el riesgo, luego confirmado, de perjudicar sus relaciones con Argel, sino que lo hicieran entrando en una especie de subasta para ver quién era más complaciente con Rabat. Así, Berlín, el primero en poner fin a su querella con Marruecos, ofreció como concesión en diciembre de 2021 una declaración en la que aseguraba que el plan de autonomía de Rabat, presentado en 2007, constituía “una buena base” para la resolución de la disputa con el Frente Polisario. La reconciliación entre ambos países se produjo poco después de la llegada al poder del actual Ejecutivo, liderado por el socialista Olaf Scholz, y que incluye a los Verdes. Precisamente, este partido habría sido decisivo en el viraje alemán al haber considerado a Marruecos como un país central en su estrategia de transición ecológica por su potencial en la producción de Hidrógeno Verde.
Unos meses después, en marzo de 2022, Madrid siguió los pasos de Berlín. En una carta al rey Mohamed VI, el presidente Pedro Sánchez fue más allá que el Gobierno tricolor alemán, y proclamó que el plan marroquí como la propuesta “más seria, realista y creíble”. Mientras que la razón del enojo del régimen marroquí con Alemania nunca fue claro -se especuló con el hecho de que un Parlamento regional hubiera izado la bandera de la República Árabe Saharaui Democrática-, en el caso de España respondió a la secreta acogida del líder del Frente del Polisario, Ibrahim Gali. para que recibir tratamiento médico.
La diplomacia francesa, que ya había apoyado en su momento el plan de autonomía marroquí, tuvo que buscar una fórmula todavía más favorable para Rabat, y la encontró en la descripción del plan de autonomía como “la única base” para la resolución del conflicto. En una contradicción quizás destinada infructuosamente a apaciguar a Argel, la carta de Macron también dice que la solución a la disputa debe hacerse “conforme a las resoluciones del Consejo de Seguridad”, que siempre se han basado en el reconocimiento del derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. En el caso de París, la crisis bilateral se había prolongado durante más de dos años, y entre sus componentes figuraba el hackeo con Pegasus del presidente Macron, presuntamente a instancias de Marruecos, la reducción de los visados de Francia a los países del Magreb, o una aproximación entre París y Argel.
En Marruecos, se señala al ministro de Asuntos Exteriores, Násser Burita, como principal arquitecto de una asertiva diplomacia marroquí que, como afirmó el rey Mohamed VI en un discurso, mira el mundo a través de los lentes del Sáhara Occidental. Su éxito no estaba garantizado, y en algunos momentos, pareció que se había extralimitado y la estrategia incluso podía ser contraproducente. Por ejemplo, así lo creyeron algunos observadores cuando Marruecos abrió la valla de Ceuta para permitir la entrada irregular de miles de personas en el enclave español en 2021. La Unión Europea, principal socio comercial de Marruecos, podría haber reaccionado de manera airada y ante la explotación de un tema tan sensible como la inmigración, pero no fue así.
En lugar de coordinarse para hacer frente a las presiones de Marruecos, los países europeos se enfrascaron en una especie de competición, una de las principales claves del éxito de Marruecos. Asimismo, cabe señalar también la débil respuesta a la estrategia de presión marroquí que ofreció Argelia, que no puso de la misma forma toda la carne en el asador, así como la capacidad de Rabat de convencer a sus aliados de que más les convenía aprovechar sus contrapartidas a mantener una posición de principios ante una causa como la saharaui de dudoso triunfo.