Al asumir la presidencia de Nigeria el 29 de mayo, Muhammadu Buhari toma las riendas de un país en emergencia. La inseguridad supone un problema gravísimo, la economía se encuentra en situación desesperada y la corrupción y la impunidad están extendidas. Buhari, que ganó las elecciones del 29 de marzo con la promesa del cambio, debe cumplir ahora su palabra, empezando por reunir a los nigerianos alrededor de lo que han perdido: una visión común para el futuro.
Los asesinatos de Boko Haram se han reducido tras la reciente ofensiva de las fuerzas armadas de Nigeria y sus vecinos, pero todavía no se ha puesto fin a la insurgencia. En los últimos cuatro años, el grupo islamista ha asesinado, al menos, a 16.000 personas, causando el desplazamiento de más de 1,5 millones de nigerianos y el empobrecimiento de muchas comunidades del noreste del país. Nigeria sufre también multitud de conflictos de baja intensidad y niveles de violencia inaceptables.
La economía se ha desplomado en 2014, afectada por la caída de más del 50% del precio del pretróleo, cuyas exportaciones suponen más del 70% de los ingresos del gobierno. El crecimiento del PIB fue del 4,6% en el primer trimestre de 2015, en comparación con el 6,2% del mismo periodo de 2014. En los últimos meses, el gobierno federal ha tenido que pedir préstamos para pagar a los funcionarios. Dieciocho de los 36 gobiernos estatales tiene pediente de pago en la actualidad los salarios a sus trabajadores, algunos desde hace más de nueve meses.
Las infraestructuras están deterioradas y los servicios públicos son poco fiables. La semana pasada, la generación de energía eléctrica cayó a un nivel mínimo sin precedentes: 1.327 megavatios para una población de 180 millones de habitantes, en comparación con los 44.175 megavatios que genera Suráfrica para sus 51 millones de habitantes. En la semana inaugural de la nueva presidencia, la escasez de gasolina y otros productos petroleros ha provocado colas de miles de vehículos en las gasolineras, la cancelación de numerosos vuelos y ha afectado a la actividad comercial del país.
El desempleo es generalizado: oficialmente hay 22 millones de parados, pero los expertos aseguran que la cifra es mucho más alta. Nigeria tiene todavía más de 10,5 millones de niños sin escolarizar –la tasa más alta del mundo–. Muchos de ellos serán futuros candidatos para las filas de los grupos insurgentes y el crimen organizado.
La corrupción y los delitos económicos han puesto al país al borde de la bancarrota. Hay robos de petróleo a escala industrial. Según el jefe de la armada de Nigeria, el vicealmirante Usman Jibrin, alrededor de 2.180 millones de dólares son malversados anualmente a través del robo de petróleo. Estos ingresos podrían ser el combustible para una nueva fase de violencia en la rica región petrolera del Delta del Níger.
Las declaraciones iniciales de Buhari y su equipo de transición sugieren una toma de conciencia profunda de la gravedad de las crisis del país y la urgencia de hacerlas frente. Sin embargo, la primera tarea de Buhari debe ser persuadir a los nigerianos de que él es el presidente de todo el país, y lograr el apoyo de los ciudadanos en una visión común para el futuro. Aunque las elecciones de marzo se llevaron a cabo sin que se produjeran las protestas violentas masivas que muchos predecían, la campaña antes de las elecciones puso de manifiesto un país profundamente fracturado a nivel regional así como entre grupos religiosos y étnicos. Las contradicciones latentes y el enorme descontento entre los mayores grupos de interés –y dentro de ellos– amenazan con frustrar incluso las mejores intenciones de progreso.
Buhari, que procede del Estado Katsina (en el norte), necesita constituir un gobierno competente pero inclusivo, con una representación creíble de todos los bloques regionales, étnicos y religiosos de Nigeria. Lo que es más importante, el nuevo gobierno debe dedicar grandes esfuerzos a políticas y programas que respondan a las principales demandas ciudadanas, reconciliar diferencias, construir cohesión social y proporcionar seguridad contra los seguidores de Boko Haram. Asimismo, es necesario un compromiso positivo con los Estados donde el Partido Democrático del Pueblo ganó las elecciones, especialmente en el Delta del Níger, donde se han agravado las antiguas demandas económicas y medioambientales debido a la salida de Goodluck Jonathan, el primer presidente procedente de la región, tras solo un mandato.
En la búsqueda de la reconciliación, la estabilidad, la seguridad y la revitalización del país, el nuevo gobierno necesitará todo el apoyo y la asistencia que pueda lograr de socios internacionales, incluyendo los países africanos. Esta asistencia debería incluir entrenamiento militar y equipamiento, intercambio de inteligencia, ayuda humanitaria en el noreste, créditos, asistencia técnica y cooperación bilateral en el seguimiento de los ingresos procedentes de la corrupción. La inversión en seguridad y estabilidad no solo sería un gran beneficio para Nigeria, sino para todo el continente. El apoyo para la profundización de la democracia en Nigeria tendría un positivo efecto secundario sobre la democracia a lo largo de África.
Si Buahri tiene éxito en responder a su promesa de cambio, habrá logrado un cambio de rumbo histórico en la pendiente de Nigeria hacia la degradación. Si falla, el país se deslizará aún más profundamente hacia la ruina. Las apuestas no pueden ser más altas.