El conocimiento es poder. Y, en la economía del conocimiento, también es una fuente de ingresos considerable. En un momento de transición económica, los núcleos de innovación tecnológica –hubs o hotspots en la jerga del gremio– están adquiriendo una enorme importancia como proyectos de desarrollo a largo plazo.
El hub no se hace en un día. Como apunta Juan Luis Manfredi en el último número de Economía Exterior, el desarrollo de centros de innovación tecnológica como Silicon Valley requieren colaboración entre universidades punteras, empresas tecnológicas y capital riesgo. Hace falta, además, un sector público dispuesto a colaborar con el privado y proporcionar los medios para generar economías de escala. Internet, al fin y al cabo, nació en el Departamento de Defensa de Estados Unidos.
Un ejemplo paradigmático es el de Corea del Sur. El país, que hace sesenta años era más pobre que la actual Corea del Norte, ostenta la mejor conectividad del mundo; en 2020 contará con una red 5G. El modelo de desarrollo surcoreano, similar al de Japón, se basa en la colaboración entre un Estado con visión a largo plazo y un sector industrial con vocación exportadora. Creado en 2014, el ministerio de Ciencia, Tecnología, y Planificación del Futuro –más allá de lucir un nombre reminescente de Un mundo feliz–, señala el compromiso de Corea con el desarrollo de la economía del conocimiento. Samsung es el campeón de campeones entre los chaebols, conglomerados industriales que dominan la economía coreana. Su presidente, Lee Kun-He, ocupa el puesto 41 en la lista de las personas más poderosas que elabora la revista Forbes (Park Geun-hye, presidenta del país, se halla 11 posiciones por detrás). Pero el éxito del país también se basa en explotar su atractivo cultural. La Ola coreana o Hallyu ya ha llegado a España, cortesía de cantantes de K-pop como PSY y la popularidad de la gastronomía y los videojuegos coreanos.
Hubs como Israel y Singapur basan gran parte de su éxito en la educación. El Estado judío cuenta con 135 científicos e ingenieros por cada 10.000 habitantes, e invierte el 4.9% de su PIB en investigación y desarrollo (la media de la OCDE está en 2,3%). Singapur, por su parte, se mantiene a la cabeza de los informes PISA. Doing Business, e influyente informe anual del Banco Mundial, considera a la ciudad-Estado el primer lugar del mundo en facilidad para hacer negocios.
¿Y Europa? Los principales centros tecnológicos de la Unión Europea se encuentran en Múnich, Londres, y París. Pero Suecia es el país que ha realizado la mayor apuesta por la economía del conocimiento. Los hubs de Wireless Valley y Telecom City, además de empresas punteras como Spotify y Skype, hacen del país una potencia informática. A ello ayuda que la economía sueca, al contar con un mercado interno de menos de 10 millones de consumidores, está orientada al exterior.
España, por desgracia, puntúa por debajo de sus posibilidades. Ni Madrid ni Barcelona figuran entre los principales hubs del continente. Para poner al país en el mapa global de la economía del conocimiento, sería necesario incentivar la inversión en I+D. No se cuenta entre las prioridades del gobierno, que ha recortado las inversión pública tanto en ese sector como en el de la educación. El apoyo de los principales partidos políticos a proyectos como EuroVegas o Barcelona World ejemplifica hasta qué punto la clase política, empeñada en perpetuar un modelo de crecimiento insostenible, carece de visión a largo plazo. Tampoco la economía española prioriza el emprendimiento. En el Doing Business de 2013, España ocupa el puesto 52, entre Túnez y México.
Lo hubs, a pesar de todo, no son la panacea. La gentrificación en San Francisco, consecuencia del aumento de informáticos bien pagados en Silicon Valley, está generando un sinfín de problemas sociales. La adopción de una economía del conocimiento ha roto la relación de mutua dependencia entre israelís y palestinos, que formaban parte de la mano de obra agraria en el Israel de los kibutz. Singapur es un paraíso fiscal, y su eficiencia parece requerir un sistema de gobierno autoritario. Incluso Corea del Sur se enfrenta a problemas sociales enormes como consecuencia de su rápida modernización.
En segundo lugar, la economía del conocimiento genera problemas que no parece capaz de resolver. El potencial de la inteligencia artificial –ya sea en el campo de la robótica o a través del software– para destruir empleos, incluso muchos que actualmente están bien remunerados, es devastador. No lo dicen nostálgicos del ludismo, sino catedráticos del Massachussetts Institute of Technology, com Erik Brynjolfsson. Muchas nuevas tecnologías, a pesar de su potencial transformador, pueden convertirse en armas de doble filo. En un reciente artículo coescrito para el Huffington Post, el premio nóbel Frank Wilczek y Stephen Hawking, entre otros, advierten del peligro que conlleva asumir la última oleada de innovación con demasiada complacencia: “Aunque nos enfrentamos a lo que potencialmente es lo mejor o lo peor que le ha ocurrido a la humanidad, se dedica muy poca investigación seria a este problema”.
El potencial económico de los hubs como modelo de desarrollo sostenible es un reto considerable. El problema principal en España es de prioridades antes que de potencial. Otra cuestión es si la innovación, asumida sin un mínimo de criterio, terminará por convertirse en una caja de Pandora.