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El presidente electo de Irán, Ebrahim Raisí, pronuncia su primera conferencia de prensa en la capital, Teherán, el 21 de junio de 2021. ATTA KENARE/GETTY

El compromiso con Irán sigue siendo vital tras las presidenciales

La elección de Raisí y los preparativos para una probable sucesión del líder supremo son una oportunidad para Occidente.
Entrevista con Ali Vaez y Naysan Rafati
 |  22 de junio de 2021

El nuevo presidente de Irán, Ebrahim Raisí, representa a los partidarios de la línea dura dentro de la República Islámica. En esta entrevista, los expertos de Crisis Group Ali Vaez y Naysan Rafati explican por qué Estados Unidos debería, a pesar de ello, persistir en su empeño por restablecer las promesas del acuerdo nuclear de 2015.

 

¿Qué distingue a estas elecciones en Irán?

Ningunas elecciones iraníes desde 1979, cuando se fundó la República Islámica, ha sido libre y justa según las normas internacionales. Sin embargo, hay dos diferencias fundamentales entre las elecciones presidenciales de 2021 y las celebradas desde 1997, cuando Irán empezó a organizar unas elecciones más competitivas y Mohamed Jatamí, un reformista, obtuvo una sorprendente victoria.

En primer lugar, el proceso ha sido más restringido de lo habitual. De los 592 candidatos que lanzaron sus sombreros, turbantes y pañuelos al ruedo, solo siete hombres obtuvieron la aprobación del Consejo de Guardianes, el órgano de 12 miembros de juristas y clérigos encargado de investigar a los candidatos y estrechamente alineado con el líder supremo, Alí Jamenei. Esta cifra es ligeramente superior a la de los comicios presidenciales de 2017, cuando el Consejo de Guardianes solo aprobó a seis de los 1.636 aspirantes. Pero lo que sorprendió a los iraníes, tanto a la élite como al público en general, fue el carácter de las descalificaciones arbitrarias en esta ocasión. El Consejo de los Guardianes suele eliminar a los críticos del sistema e incluso a los opositores leales, pero rara vez a los miembros de la oposición. Esta vez ejerció su ilimitada autoridad de exclusión para rechazar la candidatura de, entre otros, el expresidente del Parlamento, asesor del líder supremo y principal negociador de la asociación estratégica de Irán con China, Alí Lariyani, así como del vicepresidente Eshaq Yahanguirí, que ha estado a un paso de la presidencia durante los últimos ocho años. El resultado fue un campo de juego desigual en el que Raisí, el presidente del Tribunal Supremo en funciones y principal perdedor en la carrera presidencial de 2017, tenía un claro camino hacia la victoria. Raisí llevaba una gran ventaja en todas las encuestas antes de las elecciones del 18 de junio, y finalmente ganó con 17.926.345 votos, o casi el 62% del recuento.

Entre sus rivales en la carrera –a los que el Consejo de Guardianes permitió presentarse– se encontraban Saeed Jalili, un exasesor de seguridad nacional de línea dura y principal negociador nuclear, que finalmente abandonó en favor de Raisí; y Alireza Zakani, un parlamentario incendiario, que también se retiró. Otros dos partidarios de la línea dura se mantuvieron en la contienda: Mohsen Rezai, antiguo comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria, fracasó en su cuarta candidatura presidencial y fue objeto de numerosas burlas como “General Botox” por la transformación de su rostro en comparación con las apariencias de la precampaña. Recibió 3,4 millones de votos, incluso menos que en su último intento en 2017. Amir Hossein Ghazizadeh, diputado ultraconservador, no tenía ninguna posibilidad real. Quedó último con menos de un millón de votos. Abdolnaser Hemmati, tecnócrata y antiguo director del banco central de Irán, era el único moderado en la carrera, pero al haber presidido una importante recesión económica en los últimos años, causada por las sanciones de EEUU y la mala gestión de la administración saliente de Hasan Rohaní, se enfrentaba a una ardua batalla para conseguir el apoyo popular. Recibió 2,4 millones de votos. El único candidato reformista, Mohsen Mehralizadeh, antiguo gobernador de Isfahan, abandonó la carrera y apoyó a Hemmati días antes de la contienda. Así, mientras que las anteriores elecciones presidenciales iraníes conservaron un elemento de contestación significativo, al menos dentro de los límites de lo que la República Islámica considera una divergencia política aceptable, la contienda de este año parecía desde el principio que solo produciría un resultado.

 

«Con un presidente y un Parlamento dóciles, el poder real puede consolidarse y, en palabras de un destacado miembro de la línea dura, ‘purificar’ la revolución»

 

En segundo lugar, lo que estaba en juego en estas elecciones era mayor. Con la sucesión del ayatolá Jamenei, de 82 años, y el país enfrentándose a una miríada de retos externos e internos, Irán se acerca a una coyuntura crítica. Es posible que Jamenei considere que no puede permitirse un gobierno dividido, en el que las instituciones tutelares no elegidas se enfrenten a los órganos elegidos, como el Parlamento y la presidencia, aunque eso signifique debilitar los instrumentos de participación a través de los cuales el orden político iraní reclama un mandato popular. En 2020, el Consejo de Guardianes orquestó unas elecciones parlamentarias igualmente no competitivas, que dieron una victoria aplastante a los partidarios de la línea dura. Ahora, con un presidente y un Parlamento dóciles, el poder real –es decir, la oficina del líder supremo y el estamento militar y de seguridad– puede consolidarse y, en palabras de un destacado miembro de la línea dura, “purificar” la revolución.

 

¿Cómo fue la participación y qué importancia tiene?

La agresiva investigación del Consejo de Guardianes, la virulenta pandemia de Covid-19 y un sentimiento generalizado de apatía política tras años de obstruccionismo de la línea dura, que ha impedido cualquier reforma sociopolítica y económica significativa, auguraban una baja participación. Las encuestas habían previsto una tasa de participación inferior al 45%. Sin embargo, en los últimos días antes de las elecciones, los reformistas y los moderados intentaron movilizar a los votantes a favor de Hemmati. Sus dos lemas –#Turn-the-table, en referencia a los designios del Consejo de Guardianes, y #Save-the-Republic– fueron tendencia en las redes sociales. Pero Hemmati necesitaba un milagro para desbancar a Raisí, y al final recibió menos votos que Rezai e incluso menos que el número de papeletas estropeadas por los votantes (12%). Aún así, los esfuerzos de última hora pueden haber contribuido a la participación del 48,8%, que superó las previsiones más pesimistas y mejoró la participación del 42,57% en las elecciones parlamentarias de 2020. Pero sigue siendo la tasa de participación más baja en la historia de los comicios presidenciales celebrados bajo la República Islámica. Solo el 26% de los votantes con derecho a voto en la capital, Teherán, acudieron a las urnas.

La escasa participación es aún más llamativa si se tiene en cuenta que las elecciones presidenciales se celebraron en paralelo a otras tres elecciones –consejos locales, elecciones parlamentarias de mitad de mandato y para cubrir los puestos vacantes en la Asamblea de Expertos, el órgano nominalmente encargado de elegir al próximo líder supremo–, que sin duda impulsaron la participación. Otro fenómeno interesante fue el aumento de los votos nulos, que se triplicaron de alrededor de 1,2 millones en 2013 y 2017 a 3,7 millones en 2021, lo que probablemente indica un voto de protesta.

 

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En estas elecciones, sin embargo, la clase política parecía más preocupada por el resultado que por la participación. Un antiguo alto funcionario iraní dijo a Crisis Group que “el líder supremo se ha dado cuenta de que todo el mundo se olvida de la participación en cuatro semanas, pero el sistema tiene que vivir con el resultado de las elecciones durante al menos cuatro años”, como ocurrió con los anteriores presidentes, incluido el actual ejecutivo, presidido por Rohaní, que está terminando sus dos mandatos consecutivos. El propio Jamenei se hizo eco recientemente de esta opinión en público.

El fenómeno no es nuevo en la República Islámica. De hecho, todas las elecciones celebradas desde mediados de la década de los ochenta hasta mediados de la década de los noventa se caracterizaron por una contención similar y una baja participación. Por ejemplo, antes de que se convirtiera en líder supremo, Jamenei fue reelegido como presidente en 1985 en una contienda con dos rivales que no le plantearon ningún reto serio, obteniendo el 85% de los votos con una participación de solo el 54%. Su sucesor, Alí Akbar Hashemi Rafsanjani, se convirtió en presidente en 1989 en una carrera de dos hombres donde su victoria fue casi segura (ganó con el 94% de los votos) con una tasa de participación también del 54%. Estos aburridos asuntos contrastan fuertemente con las sorprendentes victorias del presidente Jatamí en 1997 y del Rohaní en 2013, que registraron una participación del 80% y del 73%, respectivamente.

 

¿Qué debe saber todo el mundo sobre Raisí?

Raisí, de 60 años, es un clérigo de rango medio, protegido de Jamenei y producto de la judicatura iraní, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera. Su papel como fiscal en la ejecución masiva de disidentes políticos en 1988 le dio notoriedad y, junto con su espantoso historial de represión de manifestantes en los últimos años, lo incluyó en la lista de sanciones de EEUU. En 2016, el líder supremo lo elevó al puesto de custodio de la obra de caridad religiosa más rica de Irán, el santuario del imán Reza en Mashhad. Luego, en 2019, Jamenei lo designó para dirigir el poder judicial. También es miembro de la Asamblea de Expertos. Se caracteriza por ser un campeón de la lucha contra la corrupción y ha procesado algunos casos de alto perfil en esta línea. Pero, dado que la corrupción sigue siendo endémica en Irán, es difícil calificar su trayectoria como un éxito. Tiene poca o ninguna experiencia en política exterior.

Raisí nació en Mashhad y está casado con la hija del destacado ayatolá puritano Ahmad Alamalhoda, representante del líder supremo en la ciudad santuario. El hecho de haber sido alumno de Jamenei en uno de los seminarios de Teherán, al que debe toda su carrera y su meteórico ascenso –incluso tiene un parecido físico con su maestro–, ha dado lugar a especulaciones de que el líder supremo está preparando a Raisí para sucederle.

 

¿Qué presagia la victoria de Raisí para la política interna de Irán?

La presidencia podría ser un trampolín para Raisí en su camino hacia el liderazgo cuando Jamenei abandone la escena. Sin embargo, antes de eso, podría ser que el líder supremo haya recurrido a un espíritu afín para impulsar una agenda de cambio institucional, como la transformación del sistema presidencialista de Irán en uno parlamentario, que tendría como objetivo reducir el fraccionamiento que ha caracterizado la bifurcada estructura política del país. O puede que simplemente quiera un presidente que no desafíe su autoridad tanto como los cuatro que han servido bajo su mando hasta ahora. Si Jamenei busca una transformación para dar estabilidad al sistema y asegurar su propia visión de futuro, no podría haber deseado una configuración mejor: las elecciones no competitivas de 2020 produjeron un parlamento “revolucionario” que el líder no puede dejar de elogiar, y las elecciones presidenciales pusieron la guinda al pastel.

 

«Estas elecciones presagian una fase de consolidación para la República Islámica antes de entrar en la era post-Jamenei»

 

Pero con independencia de los motivos del líder supremo, estas elecciones presagian una fase de consolidación para la República Islámica antes de entrar en la era post-Jamenei. Estas transiciones son momentos delicados en la vida de cualquier país, y tienen un precedente en la propia experiencia de Irán. Tras la reelección de Jamenei como presidente en 1985, los dirigentes iraníes acordaron un alto el fuego que puso fin a la guerra entre Irán e Irak y puso en marcha reformas constitucionales que, entre otras cosas, abolieron el cargo de primer ministro y crearon un mecanismo de consenso para las decisiones importantes en forma de Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Aquel gobierno también supervisó la transición para que Jamenei asumiera el papel de líder supremo. Pero también actuó para purgar a los opositores internos y reprimió la disidencia; Raisí formó parte de esta represión, ordenando la ejecución de cientos o quizá miles de disidentes. Por lo tanto, es una apuesta segura que su administración cerrará el espacio para la crítica, hasta llegar a la represión directa.

La economía ocupará un lugar destacado en la lista de tareas de Raisí. Si Irán y EEUU consiguen restablecer el acuerdo nuclear de 2015, el nuevo presidente llegará al cargo con viento en popa. Será dueño no solo de los beneficios económicos del alivio de las sanciones, sino también de la recuperación de la pandemia del Covid-19, dado que el país tendrá un mejor acceso a las vacunas para cuando tome las riendas el 3 de agosto. Si lo decide, también tendrá más autoridad para llevar a cabo las reformas económicas que tanto tiempo llevan pendientes. Pero los detalles de su programa siguen siendo desconocidos, y los partidarios de la línea dura son propensos a dar prioridad a sus objetivos ideológicos, como la autosuficiencia nacional, que nunca se ha traducido en un crecimiento sostenible y ha costado cara al medio ambiente del país.

 

¿Qué significan estos resultados para la política exterior de Irán, incluidas las negociaciones del acuerdo nuclear que se llevan a cabo en Viena?

Raisí tomará posesión de su cargo en poco más de un mes. Es posible que se establezca una dinámica antes de que asuma formalmente la presidencia, y otra después, pero en cualquier caso, será importante que EEUU y Occidente sigan comprometiéndose con Irán para tratar de rebajar las tensiones en Oriente Próximo.

La dirección estratégica de Irán la establece un pequeño grupo de altos funcionarios del Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Están relativamente aislados de los cambios en las estructuras formales, incluso a través de las elecciones y, sin embargo, los reflejan. Sometidos al líder supremo, en quien recaen en última instancia las decisiones clave, y cautivos de una política fuertemente polarizada, los presidentes gozan de escasa autonomía, sobre todo en política exterior. Aunque los nuevos presidentes suelen introducir cambios importantes en el estilo y las tácticas de negociación, la gran estrategia de Irán permanece inalterada.

Superado por EEUU y sus adversarios regionales, Irán trata de compensar su sensación de cerco y su relativa debilidad militar convencional alcanzando la autosuficiencia en capacidades militares asimétricas y aumentando lo que sus dirigentes consideran profundidad estratégica. Ha invertido mucho en su programa de misiles balísticos y ha creado una red de representantes con el objetivo, desde la perspectiva de Teherán, de disuadir las amenazas externas. Teherán denomina a esta política “defensa avanzada”: un esfuerzo por explotar Estados débiles, como Líbano e Irak después de 2003, donde se enfrenta a sus enemigos a través de apoderados sin perjudicar directamente a Irán y a su pueblo. Con independencia de quién sea el presidente de Irán, esta estrategia no cambiará a menos que la percepción de la amenaza de Irán o el equilibrio de poder en la región sufra una revisión.

La elección de Raisí, sin embargo, puede no ser del todo mala en el frente de la política exterior. Una estructura de poder más monolítica se verá menos empantanada por las luchas internas, que a menudo obstaculizaban la agenda de Rohaní y la de sus enviados. Los negociadores iraníes y estadounidenses acaban de concluir la sexta ronda de conversaciones en Viena con el objetivo de trazar un camino de vuelta al cumplimiento mutuo del acuerdo nuclear. Si los negociadores iraníes son capaces de restablecer el acuerdo antes de que Rohaní abandone su cargo a principios de agosto, esto permitiría a Raisí llegar con una pizarra limpia y culpar a Rohaní de las deficiencias del acuerdo, al mismo tiempo que se beneficia de los dividendos económicos del alivio de las sanciones.

 

«Si se restablece el acuerdo antes de que el actual presidente abandone el cargo a principios de agosto, Raisi podría culpar a Rohaní de las deficiencias del acuerdo, al mismo tiempo que se beneficia de los dividendos económicos del alivio de las sanciones»

 

Pero el restablecimiento del acuerdo, aunque es crucial para frenar el programa nuclear iraní y eliminar una importante fuente de tensión en la región, es en sí mismo insuficiente. El acuerdo ha demostrado ser inestable dada la oposición política a él tanto en Teherán como en Washington y la enemistad entre EEUU e Irán, que a menudo ha colocado a ambos países en lados opuestos de los conflictos regionales. El gobierno de Joe Biden está tratando de negociar un acuerdo nuclear de seguimiento antes de que algunas de las restricciones del acuerdo original terminen en 2023. Por el momento, no hay indicios de que Raisí esté dispuesto a participar en esas conversaciones. Pero si Irán decide buscar un acuerdo mejor para ambas partes, en el que pueda obtener un mayor alivio de las sanciones a cambio de restricciones más duraderas y una supervisión más rigurosa de sus actividades nucleares –lo que sobre el papel debería redundar en beneficio de Teherán–, podría decirse que el gobierno de Raisí estaría en una posición más fuerte que su predecesor para hacerlo, ya que se enfrentará a menos resistencia interna.

Dicho esto, aunque los partidarios de la línea dura iraní pueden estar mejor situados para seguir adelante, no son necesariamente expertos en negociar con las potencias occidentales. La elección de Raisí de su ministro de Asuntos Exteriores (que el presidente iraní realiza tradicionalmente en consulta con el líder supremo) será, por tanto, fundamental. Es poco probable que el propio Raisí sea la cara que Irán quiere proyectar al exterior. La mayoría de sus asesores de política exterior durante la campaña procedían del bando de los halcones. Pero es posible que los dirigentes quieran que mantenga a algunos de los actuales negociadores de Irán, al menos temporalmente, para garantizar una transición fluida en las carteras clave, incluidas las cuestiones nucleares. Algunos diplomáticos occidentales aún recuerdan el trauma que supuso la relación con el negociador jefe del presidente Mahmud Ahmadineyad, Jalili, cuando cada reunión comenzaba con horas de diatriba y, según el entonces subsecretario de Estado estadounidense William Burns, “filosofando sin rumbo sobre la cultura y la historia de Irán”.

Por otra parte, si no se alcanza un acuerdo antes de la toma de posesión de Raisí el 3 de agosto, la reactivación del acuerdo nuclear podría ser irrelevante, ya que las limitaciones del acuerdo original ya no serán suficientes para frenar los avances casi irreversibles de Irán desde 2019. También es difícil imaginar que Raisí esté dispuesto desde el principio a llegar a compromisos –necesarios para completar la hoja de ruta para que EEUU e Irán vuelvan a cumplir plenamente el acuerdo– de los que incluso Rohaní se apartó. Eso implicaría un peligroso estancamiento nuclear antes de que ambas partes vuelvan a la mesa de negociaciones para empezar a negociar un nuevo acuerdo desde cero.

Aunque el coste político para EEUU y Europa de negociar con Raisí es mayor, dado su preocupante historial en materia de derechos humanos, Occidente no puede elegir a sus interlocutores. En cualquier caso, tiene experiencia en negociar con interlocutores desagradables. Y lo que es más importante, es probable que la República Islámica busque cierto grado de calma en sus relaciones exteriores para poder centrarse en una transición suave en su país. En ese sentido, la elección de Raisí y los preparativos para una probable sucesión son una oportunidad para Occidente. Comprometerse con el nuevo gobierno iraní también serviría probablemente mejor a los intereses del pueblo iraní, que se enfrentará a un sistema que se preocupa más por su propia supervivencia que por sus necesidades y agravios. Enfrentarse al gobierno de Raisí mediante una presión adicional debilitaría aún más a la clase media iraní, que ha sufrido mucho bajo las sanciones de EEUU, así como la represión del gobierno iraní, pero sigue siendo la mejor esperanza para un cambio positivo en el futuro del país.

Artículo publicado en inglés en la web de Crisis Group.

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