El Partido Nacional Democrático (PND) ha ganado desde su creación en 1978 todas las citas electorales celebradas en Egipto. En la primera ronda de las últimas elecciones legislativas, celebradas el 28 de noviembre, el PND consiguió 209 de los 221 escaños parlamentarios en juego, esto es, el 94,5% del total, ampliando la mayoría del 75% que ya ostentaba en la cámara. Para cualquier partido democrático, estos resultados supondrían un baño de legitimidad, señal de la población aprueba de manera inapelable su labor en el gobierno, ejercida en beneficio de todos. El PND debería estar, así, orgulloso de su nombre.
Esto explicaría, además, que los principales partidos de la oposición, abrumados por rival tan espléndido, hayan decidido no presentarse a la segunda vuelta de las elecciones legislativas, que se celebran el 5 de diciembre. Los Hermanos Musulmanes y el partido laico del Wadf no habrían tenido más remedio que declinar la invitación a participar en la fiesta de la democracia, al comprobar que la victoria no podría caer de su lado en buena lid.
La ausencia de observadores electorales enviados por parte de la comunidad internacional también quedaría explicada por lo innecesario del desplazamiento. Las credenciales democráticas del PND, dado el apoyo masivo antes consignado por parte de la ciudadanía egipcia, no hacen sino resaltar lo superfluo de velar por la ejemplaridad de unas elecciones ya de por sí ejemplares.
Es más, tan segura era la victoria del democrático PND y por lo tanto el apoyo que le profesa un electorado entregado ante su desempeño, que el propio electorado ni se molestó en acudir a las urnas, como ya ocurriese en la anterior convocatoria. La participación en 2005 no superó el 25% y en esta primera vuelta ha vuelto a ser escasa, tanto si se toma como referencia el 35% de las fuentes oficiales como si se acepta el 15% que manejan fuentes independientes.
El PND, sin embargo, no debería sentirse tan orgulloso de su nombre. Una máscara más en un país donde las elecciones, más que fiesta de la democracia, son un carnaval.
Las credenciales democráticas del PND son tan escasas como las del sistema en el que opera. El régimen mantiene desde 1981 un Estado de emergencia que le permite gobernar sin tener que rendir cuentas a nadie. En nombre de la seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo se violan de manera sistemática los derechos humanos de una población de 80 millones de personas, donde un tercio vive por debajo del umbral de la pobreza, o apenas lo supera. De este modo, cuando hay que celebrar unas elecciones la fiesta deviene en farsa, y priman la represión, la intimidación y la falsificación de votos en lugar de la libertad, la apertura y la igualdad.
Entre las escasas competencias de la cámara, destaca la de validar las candidaturas a las elecciones presidenciales de septiembre de 2011, cuando Hosni Mubarak, de 82 años, finaliza su mandato. Quizá sea el momento de ceder la poltrona a su hijo, Gamal Mubarack, y continuar con el baile de máscaras. Los auténticos demócratas, no obstante, sueñan con otra cosa.
Para más información:
Hala Mustafa, «¿Cambiará Egipto de escenario político?». Política Exterior núm. 135, mayo-junio 2010.
Randa Achmawi, «Egipto busca su futuro». Afkar/Ideas núm. 24, invierno 2009/2010.
Khalil al Anani, «El papel de los Hermanos Musulmanes». Afkar/Ideas núm. 24, invierno 2009/2010.
Tewfik Aclimandos, «De Sadat a Mubarak». Afkar/Ideas núm. 24, invierno 2009/2010.
Kristina Kausch, «Por qué Occidente debe renunciar a Mubarak». FRIDE, mayo 2010.