Pese a perder en la comparación con los años setenta y ochenta, en la actualidad el terrorismo internacional vuelve a golpear con fuerza de la mano del yihadismo, como muestra el gráfico de The Economist. Esta semana, sin ir más lejos, Francia conmemora a las víctimas del atentado que tuvo lugar el año pasado en la Sala Bataclan y otros puntos de París. El auge de la extrema derecha no es casual: el miedo en Occidente es, hoy día, moneda de uso común.
El 24 de septiembre de 2014, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobaba la Resolución 2178 como apoyo de la Estrategia Global de Naciones Unidas contra el terrorismo de 2006. En ella se reconoce el problema y se enumeran los principales puntos a abordar: “Prevenir la radicalización que conduce al terrorismo, frenar el reclutamiento, dificultar los viajes de combatientes terroristas extranjeros, obstaculizar el apoyo financiero a los combatientes terroristas extranjeros, contrarrestar el extremismo violento, promover la tolerancia política y religiosa, poner fin y dar solución a los conflictos armados, y facilitar la reintegración y rehabilitación”. De lo que se trataba es de poner a pleno rendimiento el imperio de la ley, a la vez que se hacía hincapié en las causas del fenómeno.
El rasgo más preocupante del terrorismo, quizá por ello más difícil de subsanar, es la radicalización. Principalmente porque, al igual que sucede con el concepto de terrorismo, no hay una definición clara, ni un consenso sobre el término. En los medios de comunicación con frecuencia encontramos como iguales conceptos que tienen matices distintos, como extremismo, fundamentalismo, terrorista, militante, ortodoxo, etcétera. En el contexto de la Unión Europea, de acuerdo con el artículo 1 de la Decisión Marco sobre la batalla contra el terrorismo, se entiende por «radicalización violenta el fenómeno en virtud del cual las personas se adhieren a opiniones, puntos de vista e ideas que pueden conducirles a cometer actos terroristas». Probablemente esta sea la definición que goza de mayor consenso.
En la lucha contra el Estado Islámico, es fácil observar cómo el enemigo se adapta continuamente a las nuevas circunstancias. Aunque sus ofensivas no son lineales, se está comprobando que se pueden prever y detener. Y son precisamente la prevención de la radicalización violenta, la des-radicalización y la rehabilitación de terroristas, los tres puntos de partida para combatir esta nueva forma de atentar explotada por Dáesh.
Hay toda una serie de estudios que afirman que la adhesión a un grupo terrorista se debe a la necesidad de un sentimiento de pertenencia, el cual surge de la exclusión social, y a problemas de integración. ¿Es posible eliminar por completo de la cabeza de un terrorista las motivaciones para recurrir a la violencia? ¿Es la radicalización un proceso reversible? ¿Son las técnicas de prevención eficientes? Hay múltiples programas en activo que han tenido éxito, por ejemplo en Dinamarca, donde se han creado centros de rehabilitación para terroristas. En Arabia Saudí se han propuesto programas de integración para presos yihadistas. Y en Reino Unido existe un sistema de mentores.
Uno de los puntos fuertes del terrorismo yihadista es el proceso de reclutamiento. Destaca el fenómeno conocido como homegrown terrorism or domestic terrorism, protagonizado por individuos nacidos, socializados y también radicalizados dentro de las fronteras del Estado contra el que atentan, y bajo las directrices islamistas. Fernando Reinares, investigador principal y director del programa sobre Terrorismo Global del Real Instituto Elcano, alerta de «la tendencia a una creciente autoctonía del yihadismo europeo ya detectada con los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres. Revela que estamos ante un desafío terrorista derivado tanto de conflictos que se desarrollan en algunos países del mundo islámico como del mal acomodo a nuestras sociedades abiertas de jóvenes con ascendencia cultural o familiar musulmana». El fácil acceso a los medios de comunicación permiten extender su mensaje por todo el mundo, gracias a los vídeos y las redes sociales, plagados de propaganda.
Cárceles, vivero de terroristas
Las cárceles son un foco muy intenso de reclutamiento y captación de nuevos adeptos. Tener un sistema penitenciario preparado para las amenazas yihadistas no resulta tarea fácil. Además, las cárceles resultan un sitio ideal para conseguir financiación para la causa terrorista. En el 4º Foro Elcano sobre Terrorismo Global que tuvo lugar el 15 de noviembre, se habló sobre el caso del sistema penitenciario en Israel. Orit Adato, ex comandante militar y comisionada del Servicio Penitenciario de Israel, analizó el sistema de alojamiento de integración, contrastándolo con el sistema de módulos de aislamiento, en función del grado de peligrosidad del preso. Adato defendió la necesidad de individualizar cada caso, de saber detectar a los individuos más débiles, y la importancia de conocer el idioma que hablan para poder intervenir en caso de que fuera necesario. La colaboración con los predicadores y sectores de la población musulmana más moderados es clave.
A modo de conclusión, los expertos reunidos en el foro recordaron que, aunque todas estas medidas son una cuestión de Estado, es importante la labor ciudadana. España, por ejemplo, es pionera en incluir a las victimas del terrorismo en los grupos de colaboración y apoyo para realizar programas de rehabilitación y prevención.
Los habitantes de cada país, en su totalidad, tienen que asumir una responsabilidad comunitaria, y contribuir a la concienciación. Solo de esta forma será viable trasladarse del plano regional o nacional al global. Y así poder hablar de una lucha de tú a tú, real y también global, contra el terrorismo internacional.