Tras dos fechas, 1914 y 1939, que simbolizan el horror del mortífero siglo XX, la de 1989 es una divisa de esperanza. Esa ha de ser la principal conclusión del feliz aniversario de los 25 años de la caída del muro de Berlín.
De la noche del 9 de noviembre de 1989 dijo la revista Time: “Lo que ha sucedido en Berlín fue una combinación de toma de la Bastilla y de la noche de fin de año en Nueva York: una mezcla de revolución y celebración”.
El Muro de la Vergüenza fue una horrible mole de hormigón armado de más de 120 kilómetros de extensión y 3,6 m de altura, protegido por alambradas, minas, fosas, perros policía, búnkers, torres de vigilancia y más de 13.000 soldados. Su único objetivo: impedir a la fuerza que los habitantes de Alemania Oriental siguieran huyendo hacia la libertad. Más de tres millones lo habían hecho en los años previos.
En sus 28 años de existencia, el Muro fue testigo de más de 5.000 intentos de fuga, que costaron la vida a centenares de personas. Peter Fechter, obrero de 18 años, fue la primera víctima. Murió desangrado el 17 de agosto de 1962, en esa tierra de nadie conocida como la Franja de la Muerte.
Por su parte, la policía secreta de Alemania Oriental, la Stasi, llevó la vigilancia al extremo manteniendo un expediente de prácticamente toda la población, en busca de la menor señal de disidencia.
El Muro no se derrumbó por tanques o bombardeos aéreos. No. Se debió a la decisión libre, soberana y valiente de millones de alemanes tras soportar décadas de opresión.
Sin embargo, la libertad es frágil. La ONG Freedom House, en su «Indice de Libertad Mundial» constata que, después del gran avance posterior a la caída del Muro, ya van ocho años de retroceso de las libertades en el mundo.
Es preocupante el resurgimiento del llamado “autoritarismo moderno”, caracterizado por intentar anular la oposición sin aniquilarla. ¿Cómo? Debilitando el Estado de Derecho manteniendo una fachada de legitimidad. Capturando las instituciones que garantizan el pluralismo político. Restringiendo o controlando los medios de comunicación y el Poder Judicial. Debilitando la sociedad civil.
Nunca hay que bajar la guardia y dejar de denunciar cualquier atentado a este valor fundamental. Complemento indispensable de la libertad es la solidaridad.
Un reciente estudio mostró que mientras el 75% de los ciudadanos del Este consideran la reunificación como un verdadero éxito, solo la mitad de sus compatriotas del Oeste piensan lo mismo. Es hasta cierto punto comprensible considerando que ellos tuvieron que hacerse cargo, además, del “impuesto solidario” para ayudar a las zonas orientales.
Aunque lo parezca no se puede afirmar que Alemania esté realmente unida. Tanto más importante es subrayar que las diferencias entre los alemanes del este y del oeste se han reducido, en especial entre los jóvenes. El Impuesto de Solidaridad (el 5,5% del IRPF) seguirá vigente hasta 2019.
Ello es la prueba de que la solidaridad no puede dejar de ser parte integrante de nuestra convivencia. Una generosidad que incluye a los líderes políticos.
Es el caso de uno de los artífices de la reunificación, el exministro de Exteriores alemán, Hans-Dietrich Genscher. Inolvidables sus palabras desde el balcón de la Embajada Alemana de Praga el 30 de septiembre anunciando a cientos de ciudadanos germano-orientales que podían viajar al oeste. Gritos de júbilo incontrolables no dejan escuchar el final de su frase “Hemos venido para informarles de que hoy su salida…”.
Genscher ha vuelto a expresar públicamente su gratitud esta semana a Mijaíl Gorbachov.
Conviene recordar siempre que la revolución pacífica en Alemania del Este no habría tenido lugar sin la apertura que, desde mediados de los ochenta, Gorbachov implementó en la Unión Soviética. Sus políticas de perestroika (apertura) y glasnost (transparencia) se tradujeron en un reconocimiento de derechos civiles proscritos durante décadas en los países tras el Telón de Acero. Seguidamente llevaron al colapso del comunismo y la disolución de la URSS, permitiendo a millones de hombres y mujeres alcanzar la libertad sin realizar un solo disparo.
A su vez Gorbachov escribió en su día: “Todo lo que ha pasado en Europa Oriental durante los últimos años hubiera sido imposible sin la presencia de Juan Pablo II y el importante papel del papa polaco en el escenario mundial”.
Quien mejor personificó la solidaridad europea fue Felipe González, el único de sus dirigentes que apoyó de forma explícita el proceso de reunificación alemana. El canciller de la Unidad, Helmut Kohl, valoró enormemente las llamadas de González a todos los líderes alemanes, asegurando que España apoyaría, sin reservas, el proceso de recuperar la unidad de Alemania. Kohl fue consciente del gesto de España. Los nuevos länder iban a necesitar cuantiosos fondos lo que podía perjudicar a las regiones españolas más atrasadas que también los precisaban.
La caída del Muro de Berlín, y el consiguiente derrumbe de la Unión Soviética, constituyen una de las mayores epopeyas por la libertad. Representan asimismo el respeto que debemos a quienes perdieron sus vidas luchando por la libertad en las rebeliones de Berlín Este en 1953, Hungría en 1956, la Primavera de Praga en 1968 y el movimiento Solidaridad en Polonia.
La experiencia de Alemania no solo ha sido de reunificación, sino de reconciliación. Algo similar ocurre en Europa. Un proceso todavía sin concluir y sin duda difícil, que en todo caso vale la pena. Recoge en toda su dimensión las palabras de Willy Brandt –excanciller alemán y premio Nobel de Paz–, quien afirmaba: “La paz no lo es todo; pero sin paz todo lo demás no vale nada”.
El mejor homenaje para conmemorar los acontecimientos que tuvieron lugar en Berlín en noviembre de 1989 es dignificar y realzar los valores de la libertad y la solidaridad.
Por Marcos Suárez Sipmann, politólogo y jurista hispano-alemán. Analista de relaciones internacionales @mssipmann
[…] los 25 años que han transcurrido desde la caída del muro de Berlín, Polonia se ha convertido en la historia de éxito del mundo pos-comunista. Su impresionante […]