Estados Unidos ha evitado entrar, por primera vez en su historia, en suspensión de pagos. El margen ha sido escaso. Demócratas y republicanos han alcanzado un acuerdo en el último momento que permite al Gobierno elevar el límite de deuda a cambio de importantes recortes del gasto público. La deuda de EE UU asciende actualmente a 14,3 billones de dólares. Una cuarta parte está en manos chinas.
La Unión Europea, por su parte, cerraba el 21 de julio un acuerdo para lanzar el segundo plan de rescate a Grecia. Las condiciones de los préstamos mejoran; las funciones del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), el fondo de rescate europeo, se amplían, convirtiéndolo en un embrión de “Fondo Monetario Europeo”; y los fondos de la UE serán movilizados para relanzar la economía griega. Queda por ver si estos principios de actuación se plasman en la realidad con la misma ambición con la que han sido dibujados. Que las medidas por adoptar vayan a convencer a los mercados “está aún por ver”, reconoce Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Ambas crisis son síntomas de los problemas que atraviesan los baluartes del mundo desarrollado, Estados Unidos y la Unión Europea. Síntoma a su vez de un cambio a escala global, de un nuevo reparto del poder económico tras la Gran Recesión. Un cambio que lleva décadas en marcha, pero que la crisis ha acelerado.
“La recuperación económica mundial se está produciendo a dos velocidades –expone Federico Steinberg, investigador del Real Instituto Elcano, en un artículo de Política Exterior 142–. Mientras que la mayoría de las potencias emergentes han capeado la crisis con gran destreza, y ya en 2010 habían vuelto a los elevados niveles de crecimiento, los países desarrollados avanzan con lentitud y el futuro les depara altos niveles de desempleo y deuda en un contexto de envejecimiento de la población”.
Así, además de darse un desacoplamiento entre países avanzados y emergentes, se está produciendo una importante aceleración de la tasa a la que los países emergentes están aumentando su peso relativo en la economía mundial en relación a EE UU, la UE y Japón.
Este cambio en el equilibrio de poder económico internacional se produce a favor de los países de Asia y América Latina. Los países desarrollados seguirán manteniendo niveles de renta per cápita muy superiores a los de la mayoría de las potencias emergentes. Su peso en las instituciones económicas internacionales seguirá siendo dominante. Pero, advierte Steinberg, irán perdiendo presencia, poder e influencia en el mundo y serán más vulnerables que en el pasado ante las nuevas amenazas generadas por la globalización económica.
En este nuevo escenario, Steinberg lanza una pregunta inquietante: ¿pueden aparecer conflictos derivados del cambio en el equilibrio de poder económico a nivel mundial?
Para más información:
Federico Steinberg, “Nuevo reparto del poder económico tras la crisis”. Política Exterior 142, julio-agosto 2011.
Economía Exterior 51, invierno 2009-2010, dedicaba el número, titulado “Un año de Obama”, a Estados Unidos. Para acceder al índice, haga clic aquí.
Lluís Basstes, “La atracción del abismo”. Blog Del alfiler al elefante, julio 2011.
En mi opinión, la respuesta a la pregunta de Steinberg es: si. Si en el pasado las guerras sistémicas (1815 y 1914-1945) fueron básicamente por posesiones territoriales, y ya hoy el espacio se agotó, siendo la prioridad el control sobre las fuentes de materia prima estratégica y por los mercados, es viable pensar que con el reordenamiento global y la búsqueda de un balance de poder económico pueda darse algún choque entre potencias, y hay que tener en cuenta que el recurso militar y a la guerra siempre estará disponible para los Estados. Sobre todo han que tener en cuenta que el gasto militar no ha disminuido, y el acuerdo bipartidista en EEUU no contempla recortes significativos en el aparato militar. Además Pekín y Washington ha tenido algunas diferencias por cuestiones estratégicas en las últimas semanas.