Marcos Suárez Sipmann, analista de Relaciones Internacionales. @mssipmann
El golpe de Estado del 3 de julio en Egipto ha vuelto a demostrar que solo cosechará más violencia quien derriba por la fuerza un gobierno democráticamente elegido. Sorprende cuántos políticos y observadores occidentales ignoraron esta vieja máxima. Es alarmante cuántos liberales y laicos egipcios creyeron que los islamistas iban a someterse al golpe sin protestar. O fueron demasiado cínicos o excesivamente ingenuos.
¿Qué tenía que objetar el poder en Egipto a manifestaciones y sentadas como forma de protesta? En todo el mundo existen estas acciones contra injusticias sociales, económicas, políticas… ¿Qué le hubiera costado al gobierno de transición soportar con el apoyo de la policía las protestas y bloqueos de los Hermanos Musulmanes – al igual que antes el expresidente Mohamed Morsi soportó las protestas y sabotajes de los seculares? El gobierno de Morsi fue deficiente y exclusivo. Cometió muchísimos errores, pero con él no murieron manifestantes. Sus inclinaciones autocráticas han dañado la democracia, pero derribarle mediante un golpe ha dado la puntilla al sistema sin que apenas haya podido iniciarse. La democracia no llega de un día para otro.
El 14 de agosto el ejército y las fuerzas de seguridad disolvieron brutalmente dos grandes acampadas… y crearon innumerables concentraciones pequeñas en todo el país. Desde entonces, el número de muertos excede el millar. Seguramente son más.
Tras el baño de sangre muchos se formulan esta pregunta: ¿es el inicio de una guerra civil? Egipto nunca estuvo más cerca de una contienda fratricida que hoy. El futuro se presenta peor que una mera vuelta a un régimen dictatorial apoyado en las fuerzas armadas. El camino a la democracia parece definitivamente atrancado.
Sin embargo, Egipto nunca ha sido un Estado sectario. Tampoco con el 10 por cien de su población cristiana ha sido violento. Es muy poco probable que se convierta en otra Siria. Ni siquiera que siga el derrotero del conflicto argelino.
El ejército es el organismo gubernamental más fuerte. Funciona como un Estado dentro del Estado. Las empresas de propiedad militar constituyen una proporción significativa de la economía del país. Aunque solo sea por esa razón, las todopoderosas fuerzas armadas no permitirán la anarquía que conllevaría una guerra generalizada.
Se nos quiere hacer creer que la Hermandad Musulmana era poco menos que el brazo derecho de Al Qaeda. No es así. Es un movimiento islamista bien organizado y pobremente armado.
Hasta el 3 de julio, la amplia base social que conforma la Hermandad estaba estructurada en una organización política con un partido en el parlamento. ¿Hacia dónde se dirigirá y como se canalizará ahora su protesta? Las calles están bloqueadas, no existe parlamento, concentraciones y sentadas son disueltas con máxima violencia. Solo se les permite ceder. Los actuales mandatarios no les dejan espacio en la sociedad.
¿Cómo deben reaccionar los Hermanos? La respuesta desgarra a la Cofradía. Unos proponen reaccionar con violencia a la violencia. Algunos de ellos ya portan armas a las manifestaciones. Los más radicales han comenzado a incendiar iglesias en las últimas horas. Otros afirman que las armas son contrarias a sus principios. Oficialmente, la Hermandad renuncia a la violencia. Sus portavoces aseguran que “derrocarán el golpe militar” y que lo harán como siempre: de forma no violenta y pacífica.
De momento lo sucedido significa el fin del islam político. La negativa de la Hermandad a probar un nuevo experimento democrático es un grave peligro. La exclusión del proceso político de una parte importante de la población lleva a la falta de libertades, lo que provocará nuevos estallidos de violencia. Pese al estado de emergencia declarado, el toque de queda y el amplio despliegue de las fuerzas del orden, continuarán los enfrentamientos.
Frente a la violencia desatada, el premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei –engañado, horrorizado y avergonzado– ha dimitido de su cargo de vicepresidente. Es chocante que un hombre tan instruido y experimentado como El Baradei se uniera a los golpistas.
El Baradei se niega “a aceptar las consecuencias de las decisiones con las que no estaba de acuerdo”. Su renuncia deja al descubierto las profundas divisiones dentro de las autoridades de transición instaladas por el ejército. En repetidas ocasiones, sin que hubiera avances, pidió una solución política a la crisis, insistiendo en que los Hermanos Musulmanes participaran en la transición. Como cabía, esperar el intento de mediación de la diplomacia europea también fracasó.
El 14 de agosto ha sido para los liberales el momento de despertar a la dura realidad tras semanas de taparse los ojos. Hasta entonces, la oposición no-islamista seguía ciegamente al nuevo hombre fuerte, el general Abdel Fatah al Sisi. Los militares a sus órdenes han actuado criminalmente.