El 26 de febrero se cumplirán 75 años del famoso “telegrama largo” que el diplomático George Kennan dirigió al departamento de Estado norteamericano a raíz del discurso de Stalin planteando, abierta y abruptamente (con lenguaje extremadamente belicoso), la ruptura total entre los antiguos aliados en la Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética se convertía en el nuevo y principal enemigo del orden occidental y del liderazgo global de Estados Unidos.
La rivalidad sistémica suponía un antagonismo en todos los frentes: sistema económico (economía de libre mercado vs planificación centralizada), modelo político (democracia vs dictadura del proletariado), concepción social (sociedad abierta vs totalitarismo) e ideología (liberalismo vs marxismo-leninismo). Y, por supuesto, antagonismo militar en un mundo dividido en bloques, nuclearizado y dispuesto al uso de la fuerza para defender sus intereses. La confrontación era holística y extremadamente peligrosa en tanto en cuanto se perseguía la derrota del adversario. El mensaje de Stalin era meridiano.
La respuesta de Washington no era unívoca, en la medida en que existían posiciones distintas sobre cómo hacer frente al descomunal desafío. Kennan rompió con algunos “clichés”, argumentando –en contra de la llamada Doctrina Truman– que el comunismo como ideología no era tan unitario y coherente como parecía, que la propia URSS, como construcción política, no era tan indestructible como pretendía y que su expansionismo agresivo iba a generar enormes contradicciones en la coherencia del bloque.
Kennan sabía distinguir entre rusos y soviéticos, algo que, en Occidente, solo explicitaba el general De Gaulle (que hablaba de una Europa desde el Atlántico a los Urales o, en otro ámbito, llamaba Prusia y Sajonia a la antigua Alemania Oriental). De alguna forma, Kennan anticipaba el cisma con China o las tensiones nacionalistas en la propia URSS. Enfrente no había algo coherente y homogéneo, sino una realidad llena de contradicciones insolubles.
La ideología, por totalitaria que sea, no puede con la historia o los sentimientos, salvo que sea, por definición, inclusiva, tolerante y abierta. La vigencia del liberalismo descansa sobre ello. De ahí que Kennan defendiera la necesidad de “paciencia estratégica”, con una política de “contención” prudente pero firme y que cubriera todos los terrenos de confrontación. Se trataba de mostrar una clara determinación, apoyada con hechos que le dieran credibilidad, a la hora de defender no solo los intereses estadounidenses sino también sus principios y valores, desde la convicción de que la realidad acabaría mostrando la superioridad del modelo occidental para atender los anhelos y las necesidades de los ciudadanos.
Así, al modelo de confrontación total de matriz staliniana, le siguió la llamada “coexistencia pacífica”. Dado que no se podía derrotar convencionalmente al enemigo, lo más racional era dejar que las cosas siguieran su curso, en dos mundos sin apenas vasos comunicantes. Y “encapsulando” los conflictos para que no tuvieran un alcance global mediante alianzas sobre la base de intereses y valores compartidos.
Al final, la URSS colapsó hace 30 años y la victoria de Occidente en la guerra fría fue indiscutible. Parece, pues, que Kennan llevaba bastante razón. No en vano conocía bien la historia, era culto e intelectualmente sofisticado.
El escenario geopolítico, desde entonces, ha ido derivando hacia una nueva confrontación, cada vez más explícita, entre la superpotencia vencedora, EEUU, y la irrupción vertiginosa y espectacular de otra superpotencia, China, que además aspira a ser hegemónica a mediados del presente siglo, y que se expresa cada vez con mayor agresividad y con una clara voluntad expansionista.
De nuevo, el desafío es enorme y holístico. Obviamente, con características distintas. Y de nuevo, la respuesta de Washington está siendo vacilante. También la de sus aliados, más allá de la consabida posición europea calificando a China de rival sistémico, competidor y socio, según hablemos de geopolítica, de economía, o de tecnología… Falta claridad estratégica, consenso interno y complicidad con los aliados.
EEUU necesita un nuevo “telegrama largo”. Y Occidente también. Hay un debate no solo político, sino académico e intelectual al respecto. Empiezan a surgir diferentes enfoques, algunos de ellos con pretensión de “telegrama largo”. De momento, con escaso eco. Hablaremos de ellos en un próximo artículo.
Pero ya no se discute que disponer de una hoja de ruta es urgente e imprescindible.
Kennan, probablemente, ya lo habría escrito.
Sí, desde luego, hace falta una hoja de ruta, pero, como dice Josep Piqué, no solo para Estados Unidos, sino para «Occidente» en general, una hoja de ruta común porque me parece que la política exterior que China aplica para conseguir sus objetivos de hegemonía (hegemonía no solo regional, como muchos analistas piensan, sino mundial, creo yo) es la que utilizan los dictadores a nivel nacional para mantenerse y reforzar su poder: «divide et impera».
En contraposición con su discurso oficial de cooperación internacional, China divide, negocia bilateralmente, porque sabe que se enfrenta al «dilema del ascenso», es decir, cuanto más asciende, más resistencia encuentra en el mundo. Así que, en mi opinión, estamos de nuevo (desde hace tiempo ya) en un sistema de «zonas de influencia».
China no es la Unión Soviética, pero el Partido Comunista Chino (PCC) tiene pánico a que le suceda a China lo mismo que a la Unión Soviética: la implosión y, por tanto, la desaparición del PCC. Ese es el mayor temor del PCC. De ahí que en el documento del Atlantic Council al que se refiere Josep Piqué (y que comentó y criticó duramente Jorge Tamames en su artículo de hace unos días) se haga hincapié en atacar por dentro (de manera «laser-focused») al PCC para explotar sus posibles divisiones.
Posición neutral
Existe: The Longer Telegram: Toward a new American China strategy
Disponible: https://www.atlanticcouncil.org/content-series/atlantic-council-strategy-paper-series/the-longer-telegram/