El deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos avanza sin prisa pero sin pausa. Han pasado dos meses desde que Barack Obama anunciase un cambio de rumbo en la política de EE UU hacia la isla y uno desde el inicio de las negociaciones entre ambos países, presididas por la americana Roberta Jacobson y la cubana Josefina Vidal. A pesar del progreso logrado por ambas partes, la reconciliación entre Washington y La Habana se enfrenta, por el momento, con escollos insalvables.
El Congreso constituye el principal obstáculo en Washington. El embargo americano, convertido en ley a través de la normativa Helms-Burton (1996), no puede abolirse sin la aprobación del legislativo. Esto resulta imposible con el Partido Republicano controlando ambas cámaras. La Ley de libertad de exportación a Cuba, propuesta por la senadora Amy Klobuchar, acabaría con las cláusulas del embargo que afectan al comercio estadounidense, pero no las que exigen el fin del castrismo, la implantación de la democracia en la isla, o las restituciones por expropiaciones, como la del hotel Habana Libre. En su reciente visita a Cuba, Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata en el Congreso, se mostró partidaria de debilitar el embargo mediante esta vía.
Obama, por su parte, ha terminado con varias de las restricciones que pesaban sobre Cuba. En respuesta a la excarcelación de 53 presos políticos cubanos, la administración ha relajado las restricciones para viajar a la isla –abriendo la vía para el turismo americano en el futuro– y para importar productos cubanos (ni ron ni tabaco, de momento). La administración considera que la clave para democratizar la isla radica en “empoderar” al pequeño empresariado cubano – han aparecido 500.000 emprendedores o “cuentapropistas” desde que comenzaran las reformas económicas de Raúl Castro.
El gobierno cubano observa estas medidas con recelo. Cuba acumula cinco años de reformas económicas, pero esta apertura gradual no contempla el fin del castrismo. La idea detrás de las reformas, según el exembajador Carlos Alonso Zaldívar, es mantener “la soberanía ante todo; la economía hay que cambiarla; de la política, ya hablaremos”. Las declaraciones americanas en defensa de los derechos humanos son percibidas como una poco velada invitación a acabar con los Castro. Ocurre de forma similar con la libertad de expresión: el año pasado, USAID, la agencia de ayuda al desarrollo americana, trató de desestabilizar al régimen a través de las redes sociales. El riesgo, como advierte el músico y opositor Pablo Milanés, es que con la desconfianza de la Habana, las intromisiones de EE UU y el obstruccionismo del Congreso, ambas partes se enroquen.
Si la desconfianza ralentiza las negociaciones, la comunicad cubano-americana puede ser clave para el deshielo a largo plazo. La generación de Bahía Cochinos no ha logrado traspasar el anticomunismo militante y el rechazo hacia los demócratas a sus hijos ni a los inmigrantes que llegan desde los años noventa, generalmente más progresistas. De los dos millones de cubanos que viven en EE UU, un 57% se siente afín al Partido Demócrata, frente a un 19% simpatizante de los republicanos. En Florida, donde viven dos tercios del total, el voto en 2012 estaba dividido entre Barack Obama y Mitt Romney, pero favoreciendo ligeramente al primero. En parte por esto, la vieja guardia de Miami ha sellado una alianza de conveniencia con La Habana. Ambos apoyan la derogación de la Ley de Ajuste Cubano de 1966, que ofrece a los inmigrantes cubanos la oportunidad de obtener un permiso de residencia legal tras un año en EE UU. El inicio de las negociaciones ha causado, entre otras cosas, un aumento de la inmigración clandestina: en diciembre 481 cubanos intentaron llegar a EE UU por mar, un incremento del 117% con respecto al mismo mes en 2013.
Las tendencia, a pesar de todo, es clara. Cada vez más cubano-americanos apoyan la normalización de las relaciones entre ambos países. Si las negociaciones actuales se estancan, esta minoría, más progresista que en el pasado, puede desempeñar un papel destacado promoviendo un cambio de rumbo.