Queda apenas medio año antes de las grandes convenciones en que se decidirá la candidatura de ambos partidos, republicano y demócrata, y poco más de un año para las elecciones presidenciales de noviembre de 2016 en Estados Unidos. Apremia la ambición de los aspirantes que ahora rivalizan en los debates iniciales y en las primarias que están a punto de comenzar.
Los 11 aspirantes republicanos ya han mantenido dos debates de dos y tres horas en las que sus contradicciones y la amenaza de un nuevo cierre del gobierno se suman a que ninguno de ellos se ha centrado sobre la economía. Les habría costado tener que reconocer que, pese a todas sus alarmadas advertencias, la política de Barack Obama ha fortalecido sensiblemente a la economía de EE UU, ha disminuido el paro, aumentado los puestos de trabajo, iniciado una tendencia de crecimiento, reducido sensiblemente la deuda nacional y la inflación se mantiene a menos del 2% al que aspira la Reserva Federal. Los problemas que de todas maneras persisten, concretamente el paro encubierto y la reducción de las rentas de las clases media y baja, es algo que no tiene una solución monetaria, y los republicanos ya se han dado cuenta de que el remedio que proponen, la continua reducción de impuestos, no convence tanto al electorado.
Otro tanto ha sucedido con la Ley de Tratamiento Médico Asequible, el seguro médico universal que los republicanos tildan de Obamacare. Aunque los republicanos siguen prometiendo su abolición, en los debates se han abstenido de mencionarla pues su éxito es evidente, hasta el punto de que la abolición que proponen va acompañada de propuestas de seguro médico que recogerían sus aspectos más populares y exitosos.
Entre los republicanos destacaba al principio la candidatura de Jeb Bush, apoyado por el grueso tradicional del partido, mientras que la de Hillary Clinton, entre los demócratas, parecía un hecho consumado. Ambos se ven ahora acorralados por rivales que representan a los elementos extremos de ambos partidos, el primero por los partidarios del “partido del té” y el fenómeno de Donald Trump; la segunda por el senador Bernie Sanders que proclama un credo demócrata mucho más radical y contrario a la influencia del dinero. Ha sorprendido la creciente popularidad de ambos.
Donald y Bernie
Incluso el “partido del té” se ve ahora desbordado por el supermillonario Trump que desde hace años amagaba con presentarse a las elecciones y encabeza ahora los índices de popularidad entre los otros diez aspirantes republicanos. Dispone de una inmensa fortuna que debe principalmente al legado en propiedades de su padre; su ejecutoria empresarial, centrada en el desarrollo de esas propiedades y especialmente en los casinos que llevan su nombre, no ha sido tan exitosa como pretende: ha estado cuatro veces en concurso de acreedores. Pero es un cómico nato, que ha aparecido durante 14 años en un programa televisivo de su creación, tan popular como inerme, pero que ha anclado su celebridad nacional, tan importante para las elecciones en este inmenso país.
El éxito de Trump, tanto en la televisión como en la campaña electoral, se basa en las frases cortas, muy acerbas, que lanza con inusitada vehemencia, sin escatimar insultos ni ofensas personales de todo tipo. Aunque no dice más que sandeces, frecuentemente contradictorias, es lo que muchos no se atreven a decir pero quieren oír para satisfacer su indignación y su frustración con la política del país. En esto Trump sigue a Sarah Palin, la candidata republicana a la vicepresidencia en 2008, cuyas inconsecuentes diatribas tanto gustaban por la misma razón. El globo de Trump ha comenzado a desinflarse en los debates con sus rivales, especialmente la única mujer entre los aspirantes republicanos, Carly Fiorina, al ponerse en evidencia no solo sus contradicciones, algunas rozando en auténticas herejías para los republicanos, sino su ignorancia de los asuntos más importantes para la nación, especialmente en política exterior.
Se le compara con los movimientos populistas que emergen en Europa al calor de la crisis económica y social. Trump entusiasma, por las mismas razones, al sector joven, predominantemente masculino, de baja instrucción y, en el caso de EE UU, en su mayoría blancos. En el pasado, aunque por diversas razones, George Wallace y Pat Buchanan también encarnaron esta tradición populista, aprovechando el miedo y el resentimiento que provocaba el movimiento de los derechos civiles, de la misma manera que Trump ventila ahora el temor a la inmigración.
Los problemas sociales de la economía se han venido notando desde hace tiempo. El declive del sector manufacturero en contraste con el surgimiento del sector servicios, la transformación tecnológica de la industria y de la empresa frente a un mercado laboral cada vez menos preparado para afrontarla han resultado en un alto índice de paro, una gradual reducción de las rentas medias y un aumento del índice de la pobreza. Todo esto ha conducido a una creciente convicción de que la economía no está funcionando como sus teóricos la han definido y que una reforma estructural es necesaria. Las soflamas de Trump conectan con estos millones de electores tan frustrados por el fallo de sus expectativas económicas y sociales, a las que Trump añade ribetes racistas y xenófobos que la crisis económica ha exacerbado.
Si Trump se ceba en la ansiedad de estos tiempos, el senador Sanders, independiente por Vermont, consigue lo mismo desde la izquierda. Aunque vota de consuno con los demócratas se define a sí mismo como “socialista democrático”. Ha sorprendido que un personaje relativamente poco conocido fuera del noreste del país, sin una base partidista ni un fondo electoral tan millonario como el de los otros aspirantes, y que se proclama “socialista”, haya conseguido una popularidad que amenaza con superar a la de Clinton y está atrayendo considerables contribuciones, especialmente de pequeñas cantidades que recibe de sus partidarios.
La notable diferencia de Sanders respecto a Trump es que sus denodadas acusaciones contra los culpables financieros de los males de estos tiempos las basa en un formidable acopio de datos: las ganancias financieras se están realizando a costa de los salarios de los trabajadores; es abismal la diferencia entre lo que ganan los “ejecutivos” y lo que pagan a sus empleados; una imposición fiscal sobre las transacciones y las inversiones financieras podría fácilmente sufragar los programas públicos que la nación tanto necesita; restaurar la postura negociadora de los trabajadores contribuiría a reanudar la movilidad social. Junto a una integridad sin tacha y una auténtica preocupación por los males que aquejan a los menos afortunados, denuncia la situación de una manera más precisa y añade remedios más específicos que Clinton y los demás aspirantes demócratas.
Polarización
El sorprendente atractivo de Trump y Sanders simplemente destaca cuánto se ha avivado la intensa división política del país entre una derecha y una izquierda cada vez más alejadas del centro. La polarización de la opinión pública es en realidad algo que comenzó hace años, concretamente desde la campaña de los derechos civiles de los años sesenta. La defensa de la igualdad racial fue la gota que colmó la tolerancia de los programas sociales de los demócratas. Se inició entonces una gran resistencia contra el “liberalismo” y contra el Estado que lo implementaba, que privó, primero, a los demócratas de todo el apoyo que tradicionalmente recibían del sur y que Ronald Reagan, luego, supo aprovechar para ganar la presidencia predicando una drástica reforma de los programas sociales y de los derechos civiles, al mismo tiempo que una reducción del Estado que los imponía: “El gobierno es el problema”.
Obama inició su presidencia anunciando una nueva era de conciliación a la que se ha prestado generosa e ingenuamente una y otra vez. Sin embargo, todas las cuestiones que dividían a la opinión pública se han visto reiteradamente realzadas, paralizando hasta el paroxismo la actuación del Congreso y poniendo a prueba la equidad de la judicatura. Algunos acusan al presidente de haber iniciado esta polarización al comenzar su mandato con el polémico seguro médico universal con solo una tenue mayoría demócrata, y antagonizando así a los republicanos. Olvidan, sin embargo, que el presidente intentó la colaboración de los republicanos al renunciar a la idea de un programa nacional y escoger un modelo republicano para la Ley de Tratamiento Médico Asequible y Protección del Paciente.
Luces y sombras en política exterior
En esta tesitura de completa paralización del Congreso destaca la victoria obtenida por Obama al haber sabido superar la oposición de la mayoría republicana en el Senado al “plan de acción” negociado con Irán y el G5+1 –los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania– para disminuir y limitar su capacidad nuclear con el fin de impedir, al menos durante 15 años, la conclusión de su avanzado programa de nuclearización militar. El presidente ha logrado que el acuerdo pasara sin necesidad de vetarlas por encima de la amenaza de tres leyes contrarias a su ejecución que pretendían los republicanos. Ha requerido un formidable esfuerzo de la Casa Blanca por superar no solo algunos aspectos dudosos del acuerdo sino la ruidosa oposición de Israel y la preocupación de los judíos americanos. A la postre, ocho de los diez senadores judíos y 12 de los 19 representantes judíos apoyaron el acuerdo, que entrará en vigor el 18 de octubre si la Organización Internacional de la Energía Atómica certifica su cumplimiento por parte de Irán. El levantamiento de las sanciones requerirá aún varios meses para su ejecución y no incluyen el embargo y las sanciones que EE UU independientemente del Consejo de Seguridad ha impuesto por el apoyo al terrorismo y la violación de derechos humanos.
Mal le va a Obama, en cambio, en lo que respecta a Siria. La riada de refugiados que acuden por todos los medios a Europa ha vuelto a poner sobre el tapete la política seguida en Siria. Se acusa al presidente de no haber impedido esta tragedia con una actitud más enérgica. Los republicanos y muchos demócratas se hacen eco de este sentimiento denunciando a Obama por no haber armado y auxiliado a los insurrectos sirios contra Bachar el Asad por temor a su posible pero mal probado sectarismo. Incluso Clinton ha declarado en varias ocasiones, y en sus memorias, que cuando era secretaria de Estado propugnó una política más enérgica, incluso una intervención armada, aunque no sepa definirla.
Los más sensatos, sin embargo, recuerdan el rechazo de la opinión pública a una nueva intervención militar, cuando aún están sin resolver los desastres en Irak, el autoproclamado Estado Islámico y el creciente caos en Afganistán. Pero si el gobierno tenía auténticas dudas sobre los insurrectos y la viabilidad de una intervención militar, piensan, el presidente no hubiera debido proclamar varias “líneas rojas” que fueron traspasadas sin consecuencias, con grave desdoro del prestigio de EE UU y sensible agravamiento de la situación en todo Oriente Próximo.
Shutdown
Los republicanos se han desatado nuevamente con amenazas de cerrar el gobierno, como han hecho en tres ocasiones anteriores. Si el Congreso no aprueba las 13 leyes presupuestarias o la continuación temporal del presupuesto anterior, el gobierno tendrá que cerrar sus operaciones el 30 de septiembre. En vano intentan los jefes de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y en el Senado impedir esta nueva intentona que tan mal les ha salido en el pasado. Los partidarios del cierre han encontrado un pretexto plausible con el escándalo de un vídeo que aparentemente revela un nefando comercio de órganos de los fetos procedentes de abortos realizado en clínicas de planificación familiar.
Dentro de la secretaría de salud pública esas clínicas están dedicadas a auxiliar a las mujeres que necesiten consejo sobre planificación familiar, así como detección del cáncer y de enfermedades venéreas, además de operaciones de aborto. El vídeo en cuestión revela a científicos en una de esas clínicas tratando sobre la transmisión de tejidos fetales para una ulterior investigación científica, sin ánimo de lucro y con el consentimiento de la madre. El escándalo ha propalado una versión truculenta del asunto que el movimiento contrario al aborto está aprovechando al máximo para el éxito de su campaña. En el Congreso el “partido del té” lo está aprovechando para amenazar con la no aprobación de los presupuestos si el gobierno no elimina los 500 millones de dólares destinados a esas clínicas.
Aún sin este contratiempo, el cierre del gobierno parece inevitable porque los republicanos lejos de intentar un acuerdo con los demócratas para superar el “secuestro” legislado en 2010 han introducido proyectos presupuestarios que intentan eliminar la financiación del seguro médico universal, la Agencia de Protección Ambiental y del departamento del Interior para impedir la ejecución de la órdenes ejecutivas que el presidente ha introducido en materia de medio ambiente, emisiones tóxicas y el fracking. Igualmente intentan impedir que el departamento de Comercio pueda modificar el embargo a Cuba por la vía de los hechos. Todo esto responde a la indignación de los republicanos al ver que no pueden torcer el brazo del presidente a pesar de contar con mayoría en ambas cámaras, pese a que corresponde constitucionalmente al Congreso la aprobación del gasto público.