La victoria de Guillermo Lasso, un banquero conservador miembro del Opus Dei, en la segunda vuelta de las elecciones en Ecuador con el 52,3% de los votos, frente al 47,6% de Andrés Arauz –delfín del expresidente Rafael Correa (2007-2017), que presidió años de bonanza petrolera y aumento del gasto público que terminaron abruptamente en 2014–, ha sido una lección de manual sobre los límites del populismo de izquierdas.
Y, sobre todo, del populismo basado en las políticas extractivistas del antiguo desarrollismo, que esta vez chocaron de manera frontal con el ecologismo de los pueblos originarios, cuyos votos terminaron por inclinar la balanza a favor del candidato anticorreísta, que logró casi triplicar su votación desde el 7 de febrero al 11 de abril, en los 63 días entre ambas rondas.
Correa, impedido de volver a Ecuador por una condena por cohecho, había dicho desde su exilio en Bélgica que estaba en “perfecta sintonía” con Arauz, creyendo que su espaldarazo bastaría para llevar de vuelta al poder a su “revolución ciudadana”. Los más de 3,7 millones de seguidores que tiene en Twitter y los 167.000 en Instagram quizá hicieron creer al Mashi –compañero en quechua, como se autodenomina Correa en las redes sociales– que la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie), a la que expropió su sede en Quito en 2015, y su brazo político, Pachakutik, no se atreverían a votar a la derecha para cerrarle el paso al Palacio de Carandolet a su discípulo de 36 años, que gracias a su apoyo se vio catapultado a la cima de las encuestas pese a su limitada experiencia y reconocimiento nacional.
Pero el anticorreímo es en Ecuador, como el antifujimorismo en Perú, un fenómeno transversal que cubre todo el espectro político y social, desde el barrio guayaquileño de Saborondón, donde vive Lasso, a Tiputini, en la provincia de Orellana y cercano al parque nacional de Yasuní, territorio étnico waorani que Correa abrió a la explotación petrolera después del fracaso de su plan de mantener el crudo bajo tierra a cambio de compensaciones económicas de la comunidad internacional.
Aunque en el último censo solo el 8% de los ecuatorianos se identificó como indígena, el discurso identitario ha terminado permeando todo el debate público. El acceso a la educación y la sanidad de las comunidades nativas está muy por debajo de la media nacional. El 7 de abril, la ruptura de tres tuberías derramó 15.000 galones de crudo en los ríos Napo y Coca, produciendo el peor desastre socioambiental en los últimos 15 años, afectando de manera directa a 35.000 personas, la mayoría de etnia kichwa. Así, sin Correa, Arauz no habría llegado a segunda vuelta. Pero su apoyo tampoco le alcanzaba para ganar.
Revancha nativa
Un buen número de los votantes de Yaku Pérez –el líder de Pachakutik que quedó a 0,33% de votos de Lasso tras rozar ambos el 20% el 7 de febrero– hizo oídos sordos a la apelación de Arauz para conformar un bloque “progresista, plurinacional y socialdemócrata”, pero también al reclamo del propio Pérez de un “voto nulo ideológico”. Los votos nulos y en blanco rondaron el 19%. Si Yaku (agua en quechua) hubiese pedido el voto por Arauz, las cosas habrían sido distintas.
No había modo alguno, sin embargo, de que ello sucediera. En 2010, Correa acusó en la televisión pública a Pérez, por entonces gobernador de Azuay, de “terrorismo y sabotaje” por haber dirigido las protestas contra la ley del Agua de su gobierno, que en 2015, además, expulsó del país a su pareja, la periodista y activista franco-brasileña Manuela Picq. En Al Jazeera, Picq había publicado varios artículos sobre distintos casos de corrupción, entre ellos los que implicaban al entonces vicepresidente, Jorge Glass, hoy en prisión por recibir sobornos de la constructora brasileña Obedrecht a cambio de contratos de obras públicas. Casi todas las figuras históricas del correísmo, entre ellos ocho exministros, tienen abiertos expedientes judiciales. En abril de 2020, Correa fue condenado in absentia a ocho años de prisión por cohecho e inhabilitado de por vida para ejercer cualquier cargo público.
«Casi todas las figuras históricas del correísmo, entre ellos ocho exministros, tienen abiertos expedientes judiciales»
Como presidente (2013-19) de la Confederación de Pueblos de Nacionalidad Kichwa, Pérez, de padre kichwa y madre cañari, lideró protestas contra proyectos mineros y fue arrestado varias veces. En octubre de 2019, Pachakutik lideró las movilizaciones para exigir la restitución de los subsidios a los combustibles. El gobierno de Lenín Moreno retiró la medida después de 12 días de disturbios en los que murieron ocho personas.
Arauz prometió gobernar Ecuador como un país “plurinacional” y reconocer a sus 15 naciones indígenas, un viejo reclamo de la Conaie. No le sirvió de nada, entre otras cosas porque Correa llamó a su rival “yanqui Pérez”. Pachakutik amplió su espacio político apoyando los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTQ. El 7 de febrero, ganó en 13 de las 24 provincias del país y se convirtió en la segunda fuerza de la Asamblea Nacional. Unos días antes de la votación, su número dos, Virna Cedeño, expresó públicamente su apoyo a Lasso.
Un banquero pragmático
Ante esa coyuntura, Jaime Durán Barba, uno de los artífices de la victoria de Mauricio Macri en Argentina en 2015, aconsejó a Lasso hacer un discurso conciliador y apelar a la unidad de los ecuatorianos. Dio en el clavo. CREO, su partido, sumó más de 30 puntos en la segunda vuelta, una cifra con escasos precedentes en la región.
Lasso –uno de los mayores accionistas del Banco Guayaquil, del que fue presidente entre 1994 y 2012, además de exgobernador de Guayas (1998-99), su feudo político– tenía además una ventaja: no heredó su fortuna. El último de 11 hermanos, pagó sus estudios secundarios con un trabajo a tiempo parcial. El único título universitario que tiene es un doctorado honoris causa que le otorgó en 2011 la Universidad de las Américas.
Tras aceptar su derrota –aunque prefirió la palabra “traspiés”–, Arauz pidió a Lasso que no hubiera más “persecución”. “No llego con una lista de a quién perseguir y ver en la cárcel”, le contestó el nuevo presidente. No es extraño. Lasso, que ya había sido derrotado en 2017 por Moreno y en 2013 por Correa, va a tener que tender puentes con todos. En la Asamblea, Pachakutik ha pasado de nueve a 43 escaños en una cámara de 137 miembros. CREO tendrá solo 12 y el grupo de Arauz, 49.
«‘La naturaleza está por encima del extractivismo’, afirma Lasso, que ha prometido además que respetará la plurinacionalidad e interculturalidad del país»
En su campaña, Lasso se comprometió a aprobar más leyes de protección medioambiental y conceder a las comunidades indígenas mayor poder de decisión sobre proyectos extractivos. “La naturaleza está por encima del extractivismo” dijo, prometiendo además que respetará la plurinacionalidad e interculturalidad y apoyará una consulta popular sobre Yasuní. Según Simón Pachano, al presentar un perfil más tolerante, Lasso pudo atraerse el apoyo de Xavier Hervás, candidato de Izquierda Democrática, y del 60% de los votantes entre 16 y 29 años. Lasso sumó así casi 2,6 millones de votos a su cosecha del 7 de febrero. Arauz, solo a un millón.
No va ser fácil, sin embargo, cambiar el modelo de desarrollo para reducir su dependencia de las materias primas. Lasso ha adelantado poco sobre sus planes, aunque ha subrayado la necesidad de una reforma tributaria. “Todos debemos compartir nuestro éxito con quienes más lo necesitan”, dice.
Y no le falta razón. La región, entre otras cosas, recauda como media apenas un 0,5% del PIB en impuestos a la propiedad inmobiliaria, frente al 3% en la Unión Europea. La pandemia ha subido la pobreza al 47%. El año pasado, el PIB cayó un 9%, lo que obligó al gobierno a renegociar nuevos plazos al pago de una deuda de 17.400 millones de dólares. La Cepal estima que el déficit fiscal ronda el 9% del PIB, unos 8.800 millones de dólares. Debido a la dolarización, el salario mínimo es de 400 dólares al mes, una cifra alta en relación a sus vecinos.
¿Marea roja?
“Hoy es un gran día para libertad en toda la región”, dijo Lasso, adelantando que invitará a su toma de posesión al líder opositor venezolano Juan Guaidó. Al Grupo de Puebla, sucesor del Foro de Sao Paulo, le ha costado digerir la derrota del correísmo. Sus líderes daban por seguro que volverían a reunirse el 24 de mayo en Quito, quizá incluido Nicolás Maduro. La reconquista de la “patria grande” pasaba primero por Ecuador para seguir, victoria a victoria, por Perú, Nicaragua, Haití, Honduras y Chile. Y en 2022 vendrían los platos fuertes: Brasil, con el posible regreso de Lula da Silva, y Colombia, con Gustavo Petro.
Pero los viejos tiempos no van a regresar tan fácilmente. Alentado por el regreso del kirchnerismo en Argentina y el triunfo de Luis Arce en Bolivia, Correa creyó que le bastaría con cabalgar la ola izquierdista del Cono Sur. Pero en Ecuador no haya nada similar al peronismo argentino ni al Movimiento al Socialismo (MAS) boliviano: el partido de Arce y Morales que hegemoniza todo el arco de la izquierda boliviana. En Bolivia, el 7 de marzo, los candidatos del MAS para las gobernaciones de La Paz, Chuquisaca, Pando y Tarija cayeron ante sus rivales, ganando solo tres de las nueve gobernaciones en liza.
Hasta las elecciones peruanas del 6 de junio, el mapa político latinoamericano seguirá con un cierto equilibrio de fuerzas, lo que aumentará la dependencia de Cuba y Venezuela de sus aliados fuera del hemisferio, ante los pocos que les quedan en la región.
Me parece que es hora de hablar, al menos para Sudamérica, de la posición política del poder judicial, por lo menos para que se sepa en donde esta instalada la nueva puja de poder. Lo que antes supieron ser las fuerzas armadas y su influencia poco sutil en la política, hoy lo es el poder judicial. En Argentina esta situación fue casi tan obscena como en Brasil.