El refranero español no siempre es sinónimo de sabiduría milenaria. “Mejor malo conocido que bueno por conocer” es una máxima inmovilista, excusa perfecta para anclarse en el pasado. A pesar de todo, merece ser tenida en cuenta a la hora de regular los nuevos nichos que ofrece internet en el sector servicios –concretamente, en el área de la economía colaborativa. Los defensores de empresas como Blablacar, Airbnib y Uber las consideran ejemplos perfectos de destrucción creativa. Sus detractores ven en ellas competencia desleal, enriqueciéndose al calor de la economía sumergida.
Un caso más destacado Uber, la popular aplicación de taxis que desembarcó en España a principios de abril. Uno de los servicios que proporciona Uber, al igual que Cabify, es el de poner en contacto a clientes con conductores privados profesionales, a modo de mediador. Hasta ahí todo en orden –mytaxi realiza la misma función para taxis, y proporciona un servicio legal. El problema es la compañía entró en España a través de UberPop, cuya principal función es hacer de intermediario entre un cliente y cualquier conductor particular, que hace las veces de taxista. Sin un vehículo homologado, permiso de conducción tipo BTP, seguro que cubra a los pasajeros, ni registro como autónomo, el conductor en cuestión e convierte en un taxista pirata, competencia desleal de los gremios establecidos.
La reacción se hizo notar al instante. El 11 de junio, taxistas en Madrid, Barcelona, Roma, Berlín, y Londres entraron en huelga exigiendo el cierre de la aplicación. Apelando a la Ley de Ordenación de Transportes Terrestres (LOTT), ministerio de Fomento ha advertido de que multará tanto a los clientes como a los conductores que empleen la aplicación. A pesar de su encontronazo con la ley en España, Uber no hace más que crecer. La compañía, cuya fuente de ingresos consiste en una comisión del 20% sobre sus servicios, acaba de ser valorada en 17.000 millones de dólares (12.500 millones de euros).
Uber es un caso emblemático, pero no aislado. Empresas como Blablacar, que pone en contacto a viajeros para compartir un coche, ya acumulan denuncias por parte de la patronal de autobuses, Fenebús. Un reciente estudio de la Universidad de Boston concluye que, en ciudades donde las plataforma de alquiler temporal se están popularizando, empresas como Airbnb podrán hacerse con un 10% de los beneficios del sector hostelero en 2016. Columnistas como Dean Baker critican que ambos modelos de negocio se benefician de la evasión de impuestos, perjudicando la recaudación fiscal.
Aunque el caso de Uber es diferente (el alquiler de conductores lo convierte en un negocio antes que en un ejemplo de economía colaborativa), las empresas anteriores plantean un dilema común. Las tres generan un fenómeno que el informático y escritor Jaron Lanier describe con preocupación. Es indudable que reducen costes para los consumidores, pero resultan claramente perjudiciales para la mayoría de los trabajadores (en este caso, los taxistas). El efecto que generan es similar al de Wal-Mart: aunque la cadena de supermercados ofrece sus productos a precios de ganga, la precariedad y el abuso laboral de sus empleados terminan por generar un saldo económico negativo. Otro caso paradigmático es el de Kodak e Instagram. La primera llegó a tener 14.000 empleados repartidos por todo el mundo. La segunda es una start-up de Silicon Valley en la que trabajan 13 personas.
Un segundo dilema, más intelectual que práctico, lo plantea el supuesto potencial de la economía colaborativa para cambiar los patrones de consumo actuales hacia un paradigma más sostenible y progresista. En una entrevista en Alternativas Económicas, Antonin Léonard, fundador de Oui Share, presenta esta posibilidad como uno de los grandes activos de la economía colaborativa. El entrevistador, sin embargo, le da la vuelta a la tortilla. ¿No supone alquilar un dormitorio particular u ofrecer un coche como taxi la mercantilización de esferas que hasta ahora pertenecían al ámbito privado, y por tanto no se regían por la lógica del mercado?
Aunque plantea ventajas que no deben ser ignoradas, la economía colaborativa aún debe dar respuesta a este tipo de interrogantes, y garantizar que no realiza una competencia desleal. En el caso de los taxistas, la resistencia sin concesiones tiene los días contados. Tanto Luis de Guindos como Neelie Kroes, comisaria europea de Agenda Digital, han subrayado el gremio deberá convivir con las nuevas tecnologías en el futuro.