El uso actual de drones tiene los días contados. No es que Estados Unidos haya decidido dejar de emplear aviones no tripulados en sus operaciones militares, sino que su monopolio de este arma, empleada con cada vez más frecuencia desde 2004, está a punto de terminar. Así lo señala un informe publicado recientemente por el Stimson Centre, un think tank especializado en temas de seguridad.
El uso de drones está cada vez más extendido, y los aviones no tripulados desarrollan un sinfín de funciones –regular el tráfico, supervisar la frontera entre EE UU y México, o incluso entregar burritos a domicilio. A mediados de abril, Google adquirió la empresa de drones Titan Aerospace con el fin de mejorar la captación de imágenes para su sistema de mapas. Su uso principal, sin embargo, continúa siendo bélico. Y en este frente, sólo EE UU, Reino Unido e Israel han empleado drones para ataques letales. Pocos países pueden emular actualmente el modelo Predator, que, armado con misiles Hellfire, se emplea en los teatros de guerra de Afganistán y Pakistán, Yemen, y, posiblemente, Irak.
Pero muchos están a la zaga. La tecnología detrás de los drones no es especialmente sofisticada, y es fácil de imitar. París y Londres disponen de un programa conjunto. China ya exporta aviones no tripulados, e Irán emplea los suyos para asistir al gobierno iraquí. Rusia está construyendo su propia flota. Incluso un grupo de voluntarios ucranianos, ante las penurias económicas de su ejército, ha realizado una propuesta de crowdfunding para financiar un “drone popular”.
Un mundo en el que el uso de los drones es común pero no está regulado sería extremadamente inestable. Como advierte Belén Lara en Política Exterior, “esta tecnología militar podría minar la protección de los derechos humanos, la prevención de conflictos bélicos y amenazar el sistema legal internacional”. Los precedentes que EE UU asienta –o que no asienta– podrán convertirse en una auténtica caja de Pandora. Como observa Edward Luce en el Financial Times, Washington, que ha usado sus drones con escasos reparos, no podría objetar si Pekín usase los suyos para bombardear a insurgentes uigures fuera de las fronteras chinas.
Un segundo problema que plantean los aviones no tripulados es la falta de garantías legales para su uso. Aunque Barack Obama prometió una mayor transparencia en su empleo hace un año, lo cierto es que gran parte de los vuelos no tripulados dependen de la CIA y no del Departamento de Defensa. Se impone el secretismo como regla. Especialmente alarmante es el caso de Anwar al-Awlaki, quien, además de ser uno de los líderes de Al Qaeda en la Península Arábiga, era un ciudadano americano. Como denuncia Conor Friedersdorf, Obama no sólo aprobó su asesinato, sino que se ha mostrado reacio a hacer públicas las razones que le llevaron a tomar semejante decisión.
El tercer problema su escasa utilidad. George W. Bush y Obama han llevado a cabo más de 500 ataques con drones desde 2004, sin obtener una victoria contundente contra el extremismo islámico. En Pakistán, donde los bombardeos son constantes, también lo es la inestabilidad política. La reciente ofensiva del ejército pakistaní en Waziristán muestra a un país dividido irremediablemente. No es sorprendente que la colaboración con EE UU tenga un precio político tan elevado: los 376 ataques de drones realizados en el país han dejado entre 2.500 y 3.600 civiles muertos. Sería difícil encontrar mejor combustible con que alimentar las llamas del extremismo.
En Yemen las acciones americanas también sorprenden por su brutalidad. Una docena de yemenís inocentes murieron en diciembre de 2013, cuando un Predator bombardeó una boda a la que asistían varios miembros de Al Qaeda. Faisal bin Ali Jaber, cuyo cuñado y sobrino fueron asesinados por un drone cuando intentaban convencer a miembros de Al Qaeda de que abandonasen su comunidad, acudió recientemente a Washington exigiendo disculpas por parte del presidente. Huelga decir que no las encontró. “Tienen un país tan bonito, una ciudad tan bonita,” comentó Jaber. “¿Por qué necesitan estar persiguiendo a alguien con bombas en medio del desierto?” Resulta difícil leer sus palabras y no concluir, como el profesor de Science Po Thomas Lansner, que los ataques de drones, independientemente de su legalidad, son «éticamente repugnantes».