Decía Yogi Berra que hacer predicciones es difícil, especialmente sobre el futuro. Por desgracia, el periodismo estadounidense está ignorado sistemáticamente esta observación durante la campaña electoral de 2016. La victoria de Donald Trump en las primarias republicanas supone un enorme varapalo para las predicciones de un sinfín de columnistas y tertulianos, que habían pasado los últimos diez meses asegurando por activa y por pasiva que su candidatura era inviable.
La lista de ridículos es interminable. El patinazo más entretenido es el de Dana Milbank, el periodista del Washington Post que prometió que se comería la columna en la que anunciaba el fracaso de Trump si terminaba por equivocarse. Siete meses después, Milbank ha recurrido a una campaña de crowdsourcing para descubrir con qué saben bien la tinta y la celulosa (comprueben el resultado final, aquí). Le anda a la zaga el Huffington Post, que en julio tuvo la ocurrencia de relegar al multimillonario xenófobo a la sección de entretenimiento. “Esta temporada ha sido verdaderamente espectacular en fracasos”, escribe Jim Rutenberg en el New York Times.
¿Qué ha pasado? Las autocríticas de los gurús del periodismo cuantitativo, como Nate Silver y Nate Cohn, hacen hincapié en las particularidades del ciclo electoral actual. Con 17 candidatos republicanos a la nominación, enfrentarse a Trump no era una prioridad para la mayoría. Los representantes del establishment republicano –primero Jeb Bush, después Marco Rubio– pincharon a lo largo de la campaña. El propio partido no opuso suficiente resistencia al multimillonario (aunque esto último es más que debatible). Esta serie de catastróficas coincidencias harían de Trump un “cisne negro”, fenómeno tan sorprendente como potencialmente destructivo.
La explicación tal vez sea más sencilla. Gran parte de la prensa estadounidense está firmemente anclada dentro del ecosistema de Washington y apenas se entera de lo que sucede en el resto del país. Como señala Glenn Greenwald en una crítica excelente, “los periodistas influyentes llevan vidas muy diferentes a las de los votantes por los que piensan que pueden hablar –o, por lo menos, cuyos pensamientos y acciones creen que pueden anticipar”. No faltaron periodistas pateándose los estados en liza a la vieja usanza y llegando a conclusiones más sólidas. Hasta ahora, sin embargo, la tónica general ante el fenómeno Trump en Washington ha oscilado entre la condescendencia y el cachondeo.
¿Presidente Trump?
La debacle a la hora de predecir las posibilidades de Trump tiene implicaciones de cara a las elecciones presidenciales. Ante las enormes ventajas que las encuestas otorgan a Hillary Clinton (que con toda probabilidad será la nominada del Partido Demócrata), los mismos analistas que predijeron el fracaso de Trump en las primarias anuncian hoy su caída durante las presidenciales. ¿Podría el multimillonario sorprenderlos de nuevo?
Hay motivos para pensar que no. La derecha estadounidense acumula ocho años de deriva extremista. Como afirman los politólogos Thomas Mann y Norm Ornstein, el Partido Republicano se ha vuelto “ideológicamente extremo; hostil al compromiso; impermeable a formas convencionales de entender datos, evidencia y ciencia; y desdeñoso de la legitimidad de su oposición política”. Para alcanzar su nominación, Trump ha abrazado un nacionalismo recalcitrante que le pasará factura cuando intente ganar el voto moderado. El electorado no olvida el aluvión de comentarios machistas, xenófobos y vulgares a los que ha sometido al país durante su campaña. De cara a las presidenciales, el mapa electoral favorece enormemente al Partido Demócrata.
Pero en vista de lo anterior, tal vez sea pronto para dar a Trump por muerto. Las encuestas, al igual que los propios periodistas, acumulan fracasos clamorosos a lo largo de las primarias. Clinton continúa siendo percibida por una mayoría de estadounidenses como una política deshonesta: su valoración negativa se ve superada únicamente por la de su adversario. No está en posición tanto de ganar las elecciones, como de permitir que Trump las pierda.
A la tendencia de subestimar a Trump por parte de muchos periodistas se añade la necesidad, por parte de las compañías que los emplean, de promocionar las ocurrencias del multimillonario. Trump genera atención, y las cadenas privadas necesitan clics y audiencia. “Igual no es bueno para América, pero vaya si es bueno para CBS… El dinero no deja de entrar y nos lo estamos pasando genial”, admitía hace poco el presidente de una de las principales cadenas de televisión del país. Si Trump se hace con el apoyo del conjunto de su partido, existe el riesgo de que la prensa caiga en el guión preestablecido para cada elección, presentando las contienda desde un punto equidistante –que no objetivo– y comparando a Clinton y Trump como opciones contrapuestas, pero igual de legítimas. Los medios de comunicación están a tiempo de jugar un papel aún nefasto durante este ciclo electoral.