El 8 de agosto falleció a los 92 años de edad uno de los máximos exponentes aún vivos de la Teología de la Liberación, el obispo emérito de la prelatura territorial de San Félix en el Estado brasileño de Mato Grosso. Se trata de Pedro (Pere) Casaldáliga, catalán de origen y, según él mismo, nacionalizado brasileño “por la pasión, por la malaria y por el cariño del pueblo”. Dom Pedro, como le llamaban en Brasil, falleció después de padecer Parkinson durante más de una década, enfermedad que no le arrebató la humildad, sentido crítico ni su porte austero y digno.
Casaldáliga nació en 1928 en el seno de una familia conservadora y religiosa de Balsareny, en la provincia de Barcelona, y pronto se decantó por la vocación religiosa y misionera, en el seno de la orden claretiana. Fue en 1968 cuando cruzó el Atlántico, y lo hizo para responsabilizarse de una misión en la región amazónica de la Araguaya. Su llegada a Brasil coincidió con la celebración de la Conferencia de Obispos Latinoamericanos (Celam) realizada en Medellín, donde se debatieron a nivel regional los temas abiertos en el Concilio Vaticano II y, con un especial énfasis, aquellos vinculados a con la desigualdad y la pobreza de América Latina, consideradas “una realidad de pecado”. En Medellín, la definición convencional de “pecado”, basada en la moralidad individual, se amplió y se extendió a nivel colectivo, considerando que luchar contra las desigualdades y las injusticias era el deber de todo cristiano para liberarse del “pecado estructural” presente en la sociedad. Una década después, en la conferencia de la Celam en Puebla, aparecería la máxima divisa de la Teología de la Liberación: “la opción preferencial por los pobres”.
La Teología de la Liberación supuso un cambio de posición de la Iglesia católica en América Latina, que habitualmente había estado al lado de los poderosos. Esta transformación se dio tanto por el cambio de registro y de interpretación de los textos sagrados como –y sobre todo– por la formación e impulso de las llamadas Comunidades Eclesiales de Base (las CEB). Las CEB supusieron la creación de un tejido social comprometido entre y con los sectores más desfavorecidos de la sociedad (pobres urbanos, campesinos, indígenas) a partir de diversas tareas como la lectura de textos bíblicos en lenguas vernáculas (previa alfabetización), la reflexión sobre la realidad y la acción de tareas cooperativas y solidarias.
Según el profesor de la Universidad de Michigan Daniel H. Levine, la eclosión de la Teología de la Liberación y de las CEB tuvo para América Latina un impacto semejante al de la reforma luterana en la Europa moderna, pues alfabetizaron a cientos de miles personas humildes, despertaron consciencias y generaron un capital social crítico sin el cuál es imposible comprender los movimientos emancipadores de los años setenta y ochenta.
En todo este universo estuvo siempre presente Casaldáliga de forma activa y dando testimonio. En su caso en un territorio, el amazónico, en el que la presencia del Estado era nula y donde el poder (impune) residía en los latifundistas, grileiros, madeireiros y garimpeiros a costa de las tierras, el agua, los derechos y las vidas de los campesinos y los indígenas. Su oposición a tal orden de cosas fue tan firme que a resultas de ello sufrió más de un intento de asesinato, destacando uno en 1976, en el que falleció un compañero suyo al confundirlo con su persona.
La posición de Dom Pedro respecto a su labor pastoral siempre estuvo clara, y desde el mismo día de su ordenación episcopal en 1971 denunció la realidad que veía a través de un documento titulado Uma Igreja da Amazônia em conflito com o latifúndio e a marginalização social. Pero sus tareas no se circunscribieron a su diócesis, sino que estuvo presente en actividades y decisiones de gran trascendencia para Brasil, como la fundación del Conselho Indigenista Missionária (conocido como la CIMI) o la redacción de la Pastoral da Terra que inspiró el mayor movimiento social campesino de toda América: el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra, el MST.
Al igual que sus homólogos Cámara, Gutiérrez, Boff o Sobrino, Casaldáliga también fue muy activo escribiendo, aunque no se destacó por elaborar tratados teológicos, sino por una prosa sencilla vinculada al testimonio de fe y de lucha, y por sus libros de poemas. Eran estos temas de los que a menudo hablaba cuando daba alguna charla: el ecumenismo, la labor de las comunidades eclesiales, y la poesía. De ello fui testigo en 1996 en la Universidad Centroamericana de Managua, donde también expuso su solidaridad con la rebelión indígena de Chiapas que había estallado dos años antes. Poder verlo en Nicaragua fue un privilegio, ya que desde su llegada a Brasil nuncbra más viajó a su pueblo natal ni a Europa (con la excepción de una visita al Vaticano), a pesar de que siempre estuvo muy presente en Cataluña y España a través de las parroquias católicas comprometidas y, sobre todo, por la red de colectivos que desde 1992 elaboraron la Agenda Latinoamericana. Una Agenda que para 2020 tenía como tema “La revolución digital que viene” y que abría con un texto de José María Vigil y el propio Casaldáliga.
A pesar de su predicamento, el ascendente de Casaldáliga y de la Teología de la Liberación fue languideciendo a partir de los años ochenta con la llegada al Vaticano de Juan Pablo II y la presidencia de Joseph Ratzinger de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El papa le convocó a Roma en 1988 para recriminarlo, hecho que dolió a Casaldáliga, aunque lo atribuyó a la lejanía existente entre el Estado de la Ciudad del Vaticano y la selva amazónica.
A los 75 años, Casaldáliga renunció al obispado, pero continuó viviendo en su humilde diócesis, que pronto se convirtió en un lugar de peregrinación por la cantidad de visitantes que se desplazaban a São Félix de Araguaya a visitarlo para conversar y compartir su testimonio. Su figura fue creciendo e incluso en 2013 se estrenó una mini serie de televisión sobre su vida titulada “Descalzo sobre tierra roja”, basada en un libro del mismo título de Francesc Escribano. Sin embargo, a pesar de lo señalado, hoy en Brasil (y en muchos lugares de América Latina) la incidencia política de la religión no la ejerce la Teología de la Liberación ni sus postulados, sino las iglesias evangélicas desde posiciones ultraconservadoras y a menudo reaccionarias. La llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia del país da cuenta de ello.