“Hoy vivimos en la Alemania más bella y mejor”. Con esta declaración panglosiana encabezando su programa electoral, los democristianos de Angela Merkel (CDU/CSU) se encaminan hacia su cuarta victoria electoral. Ante las elecciones federales del 24 de septiembre, el centroderecha alemán alardea de confianza. Uno de sus posters electorales se limita a presentar una imagen de Merkel, acompañada de la fecha de los comicios. Como señala Hans Kundnani, su victoria es tan predecible que el 24 plantea incógnitas de otro orden. ¿Qué coalición de gobierno formará? ¿Cómo de desastrosa será la derrota de los socialdemócratas (SPD)? ¿Qué papel desempeñará Alternativa para Alemania (AfD), el partido de extrema derecha que espera irrumpir como tercera fuerza en el parlamento?
Estas tres cuestiones están vinculadas a retos internacionales que el electorado alemán, en su característico ombliguismo, ha sido reacio a abordar. Se trata, respectivamente, del estancamiento del proceso de integración europea, del hundimiento de la socialdemocracia en la UE y de la crisis de los refugiados.
En los últimos cuatro años, Berlín solo ha planteado soluciones ambiciosas al último de estos tres retos. Al comprometerse a aceptar un millón de refugiados en 2014, Merkel abrió la puerta al crecimiento de la AfD, el partido de extrema derecha fundado en 2013. Abandonando su liberalismo euroescéptico, la AfD se ha volcado en una agenda explícitamente xenófoba y extremista, declarando la guerra al islam y realizando una campaña a partes ultraconservadora y exhibicionista. Este mensaje xenófobo ha calado en algunas regiones del país, especialmente en la antigua Alemania del este. Pero la AfD, cuyo crecimiento parecía imparable hace un año y medio, hoy se encuentra lastrada por divisiones internas. Puede recibir en torno a un 12% del voto, pero se verá ninguneada por el resto de partidos en el Bundestag.
La decisión de abrir las puertas a los refugiados, que se llegó a considerar un patinazo mortal para Merkel, no ha puesto en jaque su posición al frente del país. Y le ha servido para rehabilitar el perfil internacional de Alemania, erosionado tras la intransigencia con que gestionó la crisis de la deuda griega. En la era de Donald Trump, Merkel parece una dirigente humanitaria.
El declive de la socialdemocracia alemana no es competencia de Merkel, pero sí consecuencia de su hegemonía política. El SPD ha estado en el gobierno federal 16 de los últimos 20 años, pero en ningún momento parece haber aplicado una agenda de centroizquierda. Bajo el mandado de Gerhard Schröeder, el partido aprobó una serie de recortes sociales (las reformas Harz) para consolidar la competitividad alemana. Como socio de coalición de Merkel (en 2005-09 y 2013-17), ha cogestionado una política económica ambivalente: socialdemócrata de puertas para adentro, austeritaria de cara a la zona euro.
Martin Schulz, candidato del SPD y expresidente del Parlamento Europeo, parecía capaz de romper esta subordinación al CDU. A principios de año alcanzó a Merkel en los sondeos, pero una serie de derrotas regionales del SPD han debilitado su candidatura. En la actualidad, Schulz se encuentra a casi 15 puntos de su rival, que oscila en torno al 35% del voto.
Tampoco le ha ayudado su indefinición. Aunque asegure que entre su partido y el CDU hay “una zanja del tamaño del Atlántico”, la realidad de los últimos 20 años se ha convertido en un obstáculo insuperable para el socialdemócrata. “En política económica no veo ninguna diferencia entre los dos mayores partidos”, señala Wolfgang Münchau en Financial Times. El error definitivo de Schulz fue su tibieza durante un debate televisado en el que, según el candidato liberal Christian Lindner, él y Merkel se comportaron como “un viejo matrimonio, en el que de vez en cuando hay discusiones pero los dos saben que tienen que seguir juntos”. Con la canciller consolidada como quintaesencia de la normalidad, estas escenificaciones de consenso la refuerzan. La posición contradictoria del SPD la resume uno de sus parlamentarios: si empeora sus resultados de 2013 (25%), el partido debe pasar a la oposición. Pero si mejora, puede continuar apoyando al gobierno. Actualmente, el reto para los socialdemócratas es no caer por debajo del 23% que cosecharon en 2009, su peor resultado hasta la fecha.
Para encarnar una alternativa al CDU, el SPD tendría que plantearse la posibilidad de formar coaliciones alternativas con Los Verdes y Die Linke, aún vinculada a la antigua Alemania del este. De momento, los socialdemócratas no cuentan con los números ni la voluntad para llevar a cabo una operación de este tipo. Es una situación común a la de otros partidos de centro-izquierda en Europa occidental, que ven menguar a un electorado frustrado con su indefinición. Como señala Münchau, el SPD necesitaría reflexionar desde la oposición para replantearse sus prioridades con lucidez.
La alternativa a la gran coalición podría ser un gobierno “jamaicano”, llamado así por los colores de los partidos que la integran: el negro del CDU, el amarillo del partido liberal (FDP) y el verde de los ecologistas. La composición de la coalición de gobierno afectará a la posición de Berlín respecto en la política económica europea. En el pasado, Merkel se ha dejado llevar por las preferencias del electorado alemán (reacio a hacer concesiones a la periferia de la zona euro) y las directrices de su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, partidario de las políticas de austeridad. Aunque ambos partidos suscriben la línea del gobierno, SPD y FDP se encuentran en sus respectivos extremos. Los socialdemócratas intentan suavizarla, mientras que los liberales pretenden endurecerla y especulan con la expulsión de Grecia del euro.
El debate sobre qué política económica alemana y europea adoptar cuenta con un invitado sorpresa: el presidente francés Emmanuel Macron, que ha anunciado que presentará sus propuestas en este terreno el lunes siguiente a las elecciones. A cambio de una desregulación de la economía francesa y la aplicación de políticas de austeridad, París quisiera obtener un mayor compromiso alemán con la gobernanza de la zona euro. Unión fiscal, presupuestos comunes y el desarrollo de un ministerio de Finanzas son algunas de sus propuestas principales. Propuestas que Berlín no ha rechazado, pero ante las cuales los socialdemócratas muestran más interés que Merkel y sus aliados.
Si el SPD recuperase terreno y lograse desplazar a Schäuble del ministerio de Finanzas, la UE se encontraría ante un panorama mas propicio a la recuperación económica en la periferia de la zona euro. Si CDU y FDP sumasen una mayoría parlamentaria, Berlín podría volver adoptar una línea dura con los países de la periferia europea. Pero ninguno de estos dos escenarios parecen especialmente plausibles. Más probable es que Merkel continue atrincherada como lastre y motor de la moneda única. Salvo giros inesperados, la deriva del SPD y los retos económicos de la zona euro no encontrarán una solución el 24 de septiembre.