La ola de movilizaciones que desde mediados de 2019 se han sucedido en diversos países de América Latina tiene, sin duda, unas motivaciones comunes entremezcladas con la intensidad y coyunturas políticas que las hacen a su vez particulares. La comunidad de causas no es, sin embargo, motivo suficiente para esta efervescencia social unitaria.
Es imposible separar la efervescencia social en un periodo corto de tiempo de los vasos concomitantes que las alimentan, tal como son la existencia de manifiestas desigualdades y las consiguientes vergonzantes condiciones de injusticia social pese a haber atravesado la región un periodo amplio de crecimiento económico. Las medidas dictaminadas desde las instituciones internacionales en el actual periodo de inestabilidad económica y disminución de ingresos fiscales son asumidas como válidas por los diversos Estados de América Latina, que las implantan como una razón ineludible, pese a estar empíricamente evidenciadas como infructuosas a esos efectos. Estas medidas suponen una carga añadida difícil de soportar para gran parte de una población latinoamericana que vive en condiciones de precariedad. Latinoamérica y sus ciudadanos conocen perfectamente las consecuencias sufridas por la aplicación de las mismas medidas un par de décadas atrás. No obstante, las injustas circunstancias sociales no explican, o no suficientemente, el despliegue casi simultáneo de las movilizaciones, en tanto en cuanto son estructurales.
El porqué se han desatado en este momento y no en otro se debe no solo –o no tanto– a unas injustas condiciones estructurales, como a un empeoramiento o expectativa de empeoramiento de las condiciones sociales, en sincronía con las medidas prometidas y en proceso de implantación para solventar los problemas económicos, pero no sociales. Autores como Zygmunt Bauman han estudiado que si bien mayorías sociales precarizadas aceptan naturalmente el principio de injusticia como premisa asumida, la previsión o constatación de un empeoramiento y la asunción de la propia injusticia desbordan la capacidad de resistencia de estos grupos sociales, manifestando su indignación en una coyuntura regional propicia para ello.
Unido al hartazgo común, el efecto y la inmediatez que las tecnologías de la información permiten han motivado un reforzamiento de las movilizaciones, alimentado por una identidad común de rechazo a esas causas estructurales y respectivas soluciones, más allá de las coyunturas e idiosincrasias particulares de cada ciudadanía. Las movilizaciones son muestra de una empatía entre las luchas democráticas por la vida, frente a la homogeneidad hiperglobalizadora de dictaminar medidas homogéneas sin atender a las condiciones particulares de cada país.
Lo que está sucediendo en América Latina puede suponer un germen constituyente de una identidad latinoamericana que supere las causas de la lucha en pos de integraciones sociales transnacionales. Sin pecar de optimista, hay que reconocer que es más fácil la unión en la oposición que en aras de construir un ente entre todos.