La decisión de Corea del Norte de enviar a la hermana menor de Kim Jong-un, Yo-jong, a Corea del Sur como parte de una delegación a los Juegos Olímpicos de invierno de PyeongChang ha abierto en el último mes la posibilidad de que la diplomacia del deporte obtenga algo sustantivo y duradero. Con todas las partes involucradas en el conflicto de la península de Corea enviando delegaciones de alto nivel a Corea del Sur para los Juegos, todos deberían pararse de reflexionar para darle una oportunidad a la diplomacia.
La visita de Kim Yo-jong es uno de los resultados de las conversaciones de alto nivel entre las dos Coreas durante enero, un proceso que comenzó con el discurso de año nuevo de Kim Jong-un, cuando pidió un 2018 exitoso para ambas Coreas. Este año no solo se celebran los JJOO de Invierno, también el 70º aniversario de la fundación de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) como Estado independiente (también es el 70º aniversario de la fundación de la República de Corea –Corea del Sur–, pero previsiblemente Kim no lo mencionó).
La delegación de alto nivel de la RPDC está dirigida por Kim Yong-nam, el jefe de Estado nominal, que también asistió a los Juegos Olímpicos de Verano de Pekín en 2008 y los de invierno en Sochi en 2014; como tal, su liderazgo de la delegación no tiene nada de especial. También incluye a Choe Hwi, que preside el Comité Nacional de Orientación Deportiva de la RPDC, y Ri Son-gwon, presidente del Comité para la Reunificación Pacífica del País, quien encabezó la delegación para las conversaciones bilaterales de Corea del Norte del 9 de enero. Sin embargo, es Kim Yo-jong quien tendrá el mayor grado de autoridad, pese a su corta edad.
La situación evoca una visita en 2002 a Corea del Sur por parte de una delegación económica de Corea del Norte. Aunque nominalmente liderado por el jefe del departamento de Finanzas y Planificación del partido gobernante, Pak Nam-gi, el poder en la delegación estaba claramente en manos de Jang Song-taek, autoridad derivada principalmente de su matrimonio con la hermana del dictador. A su vuelta, se estimó que Jang necesitaba reeducación política: supuestamente había sucumbido al capitalismo surcoreano. Si no tiene cuidado, Kim Yong-nam podría enfrentarse a una acusación similar. De hecho, cualquier funcionario norcoreano. Pero inmune por su sangre, Kim Yo-jong no debe temer tal cosa.
Como Crisis Group expuso en dos informes en enero, el cinismo acerca de las motivaciones de Corea del Norte es comprensible. Los objetivos estratégicos de Pyongyang se centran en perturbar la alianza entre Corea del Sur y Estados Unidos y el consenso internacional sobre las sanciones contra Corea del Norte, así como sembrar la división en la sociedad surcoreana sobre la mejor manera de hacer frente a su vecino del norte. La decisión de designar el 8 de febrero como el día de la fundación de las fuerzas armadas de Corea del Norte y conmemorarlo con un desfile militar por las calles de Pyongyang se debió en parte a consideraciones internas. Pero muestra que, a pesar de la participación de Corea del Norte en los JJOO de invierno, Pyongyang solo ha llegado tan lejos para complacer el deseo del presidente surcoreano, Moon Jae-in, de organizar una «Olimpiada de la Paz».
«El mayor desafío será la transición de los gestos simbólicos en torno a los JJOO al abordaje del programa nuclear norcoreano»
También hay una motivación política interna para la visita, que refleja la repentina llegada de una delegación de Corea del Norte a la ciudad surcoreana de Incheon en la culminación de los Juegos Asiáticos de 2014. Allí, cuando pasó el revuelo, quedó claro que el objetivo principal de la delegación era la propaganda: Kim Jong-un había enviado a altos funcionarios del régimen para animar a los atletas de Corea del Norte, y nada más. El deporte y los logros deportivos son clave para la legitimación del régimen de Kim Jong-un. Resulta obvio que la delegación de Corea del Norte tratará de utilizar su visita a Pyeongchang para apuntalar logros políticos tanto exteriores como domésticos.
Sin embargo, la visita de una delegación tan importante a Corea del Sur no puede ser rechazada. Este es el tipo de movimiento político en el que Corea del Sur ha estado trabajando, y no querrá desperdiciarlo. El mayor desafío será la transición de los gestos simbólicos en torno a los JJOO al abordaje del programa nuclear y de armas de Corea del Norte y otros asuntos de interés para Seúl y sus aliados. Corea ya ha experimentado otros movimientos en falso por parte de su vecino del norte antes. Las marchas conjuntas de los atletas de Corea del Norte y Corea del Sur en las ceremonias de apertura de los JJOO de 2000 en Sydney y los de Atenas cuatro años más tarde no condujeron a ningún progreso discernible.
Sin embargo, una conversación sobre temas que no están directamente relacionados con la crisis nuclear es una oportunidad. Como tal, los mayores interrogantes planteados por la delegación de Corea del Norte son para EEUU.
El papel de Estados Unidos
Desde que Corea del Norte inició su acercamiento diplomático en enero, Washington ha caminado sobre el filo de la navaja procurando promover el diálogo intercoreano, mantener abierta la puerta para reuniones con funcionarios norcoreanos y continuar, al mismo tiempo, con la presión sobre Pyongyang para que se doblegue a la voluntad de la comunidad internacional en relación con sus programas nucleares y de misiles.
El resultado ha sido poco edificante en el mejor de los casos, y aunque la visita del vicepresidente, Mike Pence, a Pyeongchang no es necesariamente un intento deliberado de socavar el diálogo intercoreano, cada vez más parece justo eso. Incluso cuando Pence y el secretario de Estado, Rex Tillerson, sostuvieron la posibilidad de reunirse con funcionarios norcoreanos, Pence dijo que usaría su presencia en los JJOO para «asegurarse de que Corea del Norte no use el poderoso simbolismo y el telón de fondo de los Juegos para tapar la verdad sobre su régimen”. Además, el 7 de febrero Pence reveló que EEUU pronto «presentaría la ronda más dura y agresiva de sanciones económicas contra Corea del Norte», y declaró, de forma algo predecible, que «todas las opciones permanecen sobre la mesa». Como intento de dar un nuevo impulso a un régimen de sanciones que puede por fin tener éxito en frenar las entradas de divisas fuertes en Corea del Norte, las sanciones económicas adicionales son una extensión lógica de la política de EEUU, pero el momento decidido para hacerlo es terrible.
El simbolismo de las recientes acciones de EEUU también resulta cuestionable dadas las circunstancias. Es loable que Donald Trump invite a la familia de Otto Warmbier a su discurso sobre el estado de la Unión del 30 de enero, así como la muestra de respeto por los cientos de valientes que escapan de Corea del Norte cada año que supone aclamar durante su discurso a un desertor prominente, Ji Seong-ho. Del mismo modo, la visita de un grupo de desertores norcoreanos al Despacho Oval el 2 de febrero envió una poderosa señal a Pyongyang sobre la importancia de reducir sus injustificables abusos contra los derechos humanos.
Sin embargo, enviar el mismo mensaje por segunda vez al traer al padre de Otto Warmbier a la ceremonia de apertura de los Juegos puede condicionar negativamente cualquier posible apertura diplomática. Igualmente, la decisión de la delegación de Pence de visitar un monumento conmemorativo a los 46 marineros que murieron en la ROKS Cheonan, una embarcación naval surcoreana hundida por un torpedo norcoreano en 2010, probablemente no ponga a Pyongyang de humor para alcanzar un compromiso. Dicha visita normalmente señalaría el respeto de EEUU por la pérdida de vidas sufrida durante un período anterior, de intensificación de la violencia intercoreana, y como tal sería recibida. Sin embargo, la administración de Moon no necesita realmente las condolencias estadounidenses en este preciso momento. Lo que necesita es un socio flexible en Washington que esté dispuesto a señalar la firme resolución de la alianza mientras da espacio a Seúl y permite que la diplomacia intercoreana siga su curso, con la expectativa plausible de que esto pueda dar lugar a un diálogo entre EEUU y Corea del Norte más adelante.
Este es el mínimo indispensable para que el diálogo intercoreano dé sus frutos. Para desempeñar el papel apropiado en Pyeongchang, Pence debería limitarse a dar pasos simbólicos que inevitablemente provocarán al régimen norcoreano, no a intensificar la presión de las sanciones, y sí a escuchar con atención lo que Corea del Norte ha venido a decir a los Juegos Olímpicos de invierno.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web de Crisis Group.