Tras una tendencia a la baja desde los años ochenta, la tasa de natalidad creció de manera sorprendente en Egipto a finales de la década pasada. Entre 2006 y 2012, la cifra de nacimientos aumentó un 40%, el mayor incremento en la historia del país. En la actualidad hay 90 millones de egipcios, la gran mayoría afincados a lo largo del Nilo; se estima que para 2050 la cifra alcance los 138 millones. En marzo, el presidente Abdelfatá al Sisi remodelaba su gabinete y aprovechaba para crear dos nuevas carteras ministeriales: Educación Técnica y Población.
La superpoblación preocupa en El Cairo. La nueva ministra del ramo, Hala Youssef, ha anunciado un plan para reducir la tasa de fertilidad de los 3,5 hijos por mujer actuales hasta los 2,4. Un país con problemas de masificación en las aulas, crecientes tasas de desempleo, escasez de agua y energía, señala Youssef, lo que menos necesita es que aumente su población. El gobierno estudia expandir los servicios de planificación familiar y cambiar la mentalidad de los egipcios, tradicionalmente a favor de familias numerosas.
Apocalipsis demográfico
Los problemas del país árabe más poblado nos retrotraen a los años sesenta, cuando la población mundial sumó casi 1.000 millones de personas en apenas una década. Este crecimiento inédito en la historia disparó las alarmas y el espectro de Thomas Malthus y su Ensayo sobre el principio de la población (1798) volvió a recorrer el mundo. Según Malthus, cuando no lo impide ningún obstáculo, la población va doblándose cada 25 años, creciendo de período de período en progresión geométrica. Los medios de subsistencia, en las circunstancias más favorables, no aumentan sino en una progresión aritmética. La humanidad, por tanto, está abocada a pasar hambre hasta que una guerra o una catástrofe reequilibren a favor de los recursos.
El mejor ejemplo del miedo demográfico que asoló los sesenta y setenta es el libro del biólogo de Stanford Paul Ehrlich titulado La bomba demográfica (1968), convertido de inmediato en un best seller. La obra comenzaba así: “La batalla por alimentar a toda la humanidad ha terminado”. Según Ehrlich, el exceso de población agotaría los recursos naturales en cuestión de décadas, extendiendo el hambre por el mundo y provocando la caída de las grandes potencias económicas en medio del caos y los enfrentamientos armados. Alrededor de esa tesis, el profesor pasaba a realizar una serie de predicciones catastróficas dignas de Hollywood. Un ejemplo. Para el año 2000, Reino Unido sería simplemente un grupo de islas empobrecidas habitadas por unos 70 millones de hambrientos. “Si tuviese el ánimo juguetón –escribe Ehrlich–, apostaría incluso dinero a que Inglaterra ni siquiera existirá para ese año”.
Este vídeo de The New York Times resume muy bien (al tiempo que refuta) las profecías de Ehrlich y el ambiente de la época. Eran los años en los que el Club de Roma publicaba su primer informe, Los límites al crecimiento (1972), abanderando el concepto de desarrollo sostenible.
Las críticas no han parado de llover sobre Ehrlich. Pero, como señala Justin Fox en Bloomberg View tras releer el ensayo, no todas las predicciones del biólogo de Stanford fueron erróneas. Donde más chirría de La bomba demográfica es en sus propuestas de control de la natalidad, que hoy suenan “misántropas y aterradoramente autoritarias”, en palabras de Fox. El neomaltusianismo de Ehrlich no abogaba por crecer de manera sostenible en materia de natalidad, sino por un “crecimiento cero de la población”.
Varios países llevaron a la práctica algunas de las políticas de planificación familiar que Ehrlich apuntaba en su libro. Ninguno lo hizo con tanta agresividad como India, con esterilizaciones forzosas masivas. Fue el primer país en introducir políticas de control de la natalidad, en los cincuenta. A mediados de los setenta comenzó un programa, mediante propaganda e incentivos económicos, para esterilizar a millones de hombres y mujeres, por las buenas o por las malas. Se estima que el año del comienzo del programa (1976) más de seis millones de indios fueron esterilizados. Las protestas violentas se sucedieron. Los programas de control de la natalidad pasaron a verse con recelo, si no con abierta hostilidad.
En estos momentos, India va camino de convertirse en el país más poblado del mundo. Sin embargo, mientras que la cifra absoluta de niños malnutridos es alta, las tasas de malnutrición y pobreza en el país han bajado de aproximadamente el 90% en el momento de su independencia a menos del 40% de la actualidad. Hoy sabemos que Ehrlich, como Malthus en su día, si bien acertó en sus predicciones acerca del aumento exponencial de la población, erró en cuanto a los recursos. Los agradecimientos han de ir, en buena medida, a otro estadounidense, Norman Borlaug, padre de la Revolución Verde, que multiplicó la productividad de los agricultura en los países en desarrollo. Al tiempo, la alfabetización y urbanización ayudaron a cambiar tendencias.
Pocos niños, muchos viejos
En Japón se venden actualmente más pañales para ancianos que para bebés. El pasado febrero, el ministro de Salud italiano dijo que por la falta de niños, Italia se está convirtiendo en un “país agonizante”. En Dinamarca, la llamada tasa de reemplazo –2,1 hijos por mujer, necesaria para evitar el declive poblacional– no se alcanza desde los años setenta. En Europa ya hay 28 europeos mayores de 65 años por cada 100 residentes de entre 20 y 64 años, frente a 24,7 en Estados Unidos, según datos de la ONU. Hacia finales de este siglo esa cifra se podría duplicar.
Tanto ha cambiado las tendencias que hoy el miedo fluye en sentido contrario: quizá seamos demasiados pocos (y demasiado viejos). En la actualidad, la tasa de fertilidad está por debajo de la tasa de reemplazo en buena parte del planeta, no solo en los países desarrollados; también en India, China, el Sureste asiático y América Latina, esto es, todas las grandes regiones excepto África.
¿Debemos sustituir un apocalipsis por otro y pasar de la bomba demográfica al crack demográfico? La tesis de Fred Pearce, quien en 2010 publicó The Coming Population Crash and Our Planet’s Surprising Future, va por ese camino, aunque este escritor inglés está más preocupado por la economía que por la demografía. Para Pearce, el principal peligro está en el consumo excesivo y su impacto en el planeta. “Y la mayoría del consumo extra se ha dado en los países ricos, que desde hace tiempo han dejado de aumentar de manera sustancial su población, mientras que los aumentos significativos de la población se dan en países con un impacto pequeño en el planeta”.
Esto, sin embargo, irá cambiando, a medida que más y más gente salga de la pobreza en los países emergentes. ¿Está el planeta preparado para miles de millones de estadounidenses? Ceteris paribus, la respuesta probablemente sea no. La historia demuestra, no obstante, que siempre hay cambios. El quid de la cuestión quizá esté en sumar esta vez, a la probable revolución tecnológica, alguna que otra revolución mental.