Por Ignacio Marín, colaborador del Programa Hidrológico Internacional de la Unesco.
Alrededor de un 3% de la población mundial (215 millones de personas) vive fuera de su país de origen. Si escribimos la palabra inglesa diaspora en Google, obtendremos más de 50 millones de entradas. El mismo resultado, casualmente, que si introdujésemos refugee (refugiado). Al probar con immigration, el número de entradas resulta superior a 47 millones, mientras que exile (exilio), por sí mismo, suma un total de 131 millones de resultados. Todos juntos ascienden a más de 278 millones de entradas, lo cual, pese a ser menos de la mitad que la todopoderosa palabra “crisis”, no deja de ser una cifra respetable. Efectivamente, existe un debate creciente sobre el papel que ocupan los colectivos transnacionales (exiliados, refugiados, inmigrantes, diásporas) en el panorama internacional, ampliamente superado por la globalización.
Con el fin de la guerra fría, asistimos a un estallido sin precedentes de conflictos armados a lo largo del planeta. A diferencia de las “viejas guerras” tradicionales, emergió un nuevo patrón de conflictos armados denominado “nuevas guerras” (Angola, los Balcanes, Afganistán, Colombia, Ruanda), en el cual influyen toda una miríada de conexiones transnacionales explicables solo en un contexto de globalización económica y política, y que desencadenan desplazamientos masivos de población civil. A su vez, la brecha socioeconómica entre países desarrollados y países subdesarrollados contribuye a aumentar el volumen de los flujos migratorios.
Estos factores, y muchos otros, han resultado en la creación de auténticas comunidades paralelas en el seno de los estados receptores. Comunidades transnacionales que, como veremos, han sabido aprovechar la oportunidad que ha supuesto el salto cualitativo en los medios de comunicación y transporte no solo para continuar ligados a sus países de origen sino para, además, convertirse en actores de relevancia en el desarrollo de sus asuntos internos con consecuencias a veces catastróficas. Iniciativas y campañas surgidas desde estas comunidades transnacionales han llegado a sabotear procesos de paz, logrado mantener y avivar un conflicto armado en su país de origen sustentándolo económicamente e, incluso, influenciado la política del Estado receptor adecuándola a sus intereses. No obstante, estudios recientes están demostrando una dinámica distinta: la ayuda económica en forma de remesas supone para muchos países la última línea de defensa ante la pobreza extrema y, por tanto, un factor fundamental para el desarrollo. Asimismo, la adquisición de conocimientos, habilidades y valores adquiridos por el migrante en el Estado receptor pueden tener una influencia muy positiva en sus comunidades de origen.
Existen numerosas vías por las cuales una diáspora puede influenciar su país de origen, desde la movilización política hasta la ayuda económica. La cuestión que prevalece es, entonces, bajo qué condiciones esta influencia es positiva o negativa y cuándo una diáspora puede ser motor de cambio o un riesgo para su propio país.
Economías de guerra
Gran parte de los conflictos armados actuales y de las últimas dos décadas no pueden explicarse, al menos desde un punto de vista económico, si se ignora el papel jugado por su diáspora. El argumento más generalizado es que las distintas facciones en conflicto consiguen los tan necesarios recursos financieros para la guerra gracias a las remesas enviadas por los inmigrantes y a través de mafias internacionales establecidas por la diáspora en el Estado receptor. El estudio de los numerosos conflictos que siguen al derrumbamiento del bloque soviético revela un cambio en las causas últimas de estas guerras. Estos son conflictos que dependen directamente de la ayuda exterior, el crimen organizado y el saqueo, llegando a crear autenticas economías de guerra sostenibles únicamente gracias a una situación de violencia continuada. En los conflictos que arrasaron Sierra Leona o Liberia, el contrabando de diamantes (los conocidos «diamantes de sangre») supuso un beneficio económico a corto plazo que fue más allá de la propia financiación de la guerra. Lo mismo sucede con el tráfico de drogas en Colombia o la explotación ilegal de madera en Camboya. Esta es una diferencia fundamental, ya que el conflicto pasa de girar en torno al poder político para situarse sobre el control de los recursos naturales y el beneficio que estos generan. El elemento económico deja de ser un medio para alcanzar un fin (obtener recursos para continuar la lucha) y pasa a convertirse en un fin en sí mismo (continuar la lucha para obtener los recursos).
En este contexto, la diáspora y los colectivos transnacionales han tenido un papel principal sirviendo, en muchos casos, como enlace exterior y red de soporte para estas actividades, a la vez que han conseguido recaudar fondos a través de las formas más diversas (y a menudo creativas) de actividades ilegales. “[Las diásporas] ofrecen oportunidades para la evasión de impuestos, pago de sobornos, suministro de divisas, introducir falsificaciones y respaldar distintas empresas criminales que van desde el tráfico de armas, drogas y personas hasta la prostitución y el secuestro”. Pérouse de Montclos (2005).
Pero quizás el autor más citado (y criticado) de entre los que comparten este argumento ha sido Paul Collier, quien apunta: “Las diásporas suelen abrigar afectos bastante idealizados hacia su grupo de origen y pueden cultivar los descontentos como un modo de reafirmar su continuada pertenencia a ellos. Son harto más ricas que las gentes en su país de origen y se pueden dar el lujo, por tanto, de financiar la venganza. Por encima de todo, no tienen que padecer ninguna de las atroces consecuencias de la reanudación del conflicto, puesto que ya no viven en el país. En consecuencia, son un mercado accesible para los grupos rebeldes que pregonan la venganza y se constituyen en una fuente de financiación para el conflicto renovado”.
Economías de remesas
No obstante, para muchos autores, el enfoque puramente económico de la guerra no responde a la realidad y no es capaz de abarcar todas las causas de un conflicto. En una crítica abierta a Collier, Zunzer afirma lo siguiente: “Algunos investigadores (como Collier 2000, Duffield 2011) han interpretado el gran numero de remesas enviadas por miembros de la diáspora a través de organizaciones sociales cercanas a movimientos insurgentes como indicadores de que una diáspora activa tiende a generar conflicto en lugar de contribuir a la construcción de la paz. Sin embargo, si uno analiza el contexto en detalle, esta hipótesis no se sostiene. […] La mayor parte de estas remesas se envían entre miembros de una misma familia, […] suponen una contribución positiva a la estabilización y transformación del conflicto social o de clase de los económicamente marginados [y son] usadas para fomentar el desarrollo y sostener la estructura de un sistema institucional embrionario”.
Efectivamente, las remesas pueden “abordar las desigualdades que son las raíces del conflicto armado, tales como la falta de oportunidades, desarrollo equitativo y sentimiento de discriminación” (Bush, 2007), y, por lo tanto, prevenir una posible (re)escalada de violencia. Siguiendo esta línea, están surgiendo iniciativas y proyectos que consideraran a los inmigrantes y a los colectivos transnacionales como socios potenciales a la hora de desarrollar proyectos sobre el terreno, subrayando la relación entre paz y desarrollo. Así, por ejemplo, la Asamblea General de Naciones Unidas apuntó en 2007 el “importante nexo entre migración internacional y desarrollo, así como la importante contribución de los inmigrantes al desarrollo”. Mientras que la ayuda internacional es, en la mayoría de los casos, insuficiente, disfuncional e insostenible en el tiempo, las remesas enviadas por los inmigrantes cumplen objetivos específicos en el ámbito familiar y son, generalmente, enviadas con regularidad.
Las cifras hablan por si mismas: en 2010, los países donantes de la OECD destinaron un total de 128.492 millones de dólares (datos de la OCDE) a Ayuda Oficial al Desarrollo, mientras que la totalidad de las remesas enviadas por inmigrantes a países en desarrollo ascendieron a, aproximadamente, 325.000 millones de dólares (datos del Banco Mundial) durante el mismo año (no existen datos exactos sobre el volumen total de remesas dado que, en muchas ocasiones, son enviadas por vías informales. El propio Banco Mundial asume que esta cifra pueda ser mucho mayor). Así, triplicando el volumen de Ayuda Oficial al Desarrollo, las remesas se han convertido en el segundo mayor flujo monetario hacia a países en desarrollo a escala mundial, solo por detrás de la inversión extranjera directa en estos mismos países (datos del Banco Mundial).
Para los “países frágiles”, en conflicto o post-guerra, las remesas cumplen una doble función: como soporte vital humanitario cuando estas son la única fuente de ingresos y como fuente financiera fundamental para la construcción post-conflicto, “reduciendo la pobreza, aumentando los ahorros e invirtiendo en capital humano” (Hansen, 2008) en países que no tienen acceso a los mercados financieros internacionales.
Un ejemplo es Somalia. En guerra civil desde 1991, Somalia ilustra el concepto de “Estado fallido” en el cual las instituciones del Estado colapsaron hace años. No obstante, según el FMI, en 2004 Somalia alcanzó un máximo histórico en sus importaciones (416 millones de dólares). ¿Cómo es esto posible en un país arrasado por una guerra civil que parece no tener final? Con más del 9% de su población viviendo fuera de sus fronteras, la diáspora somalí ha sido capaz de mantener con vida la actividad económica e incluso impulsar el crecimiento económico. Mientras la ayuda exterior en Somalia durante 2003 fue de aproximadamente 41$ per-cápita (272 millones de dólares en total, según datos del Banco Mundial), la cifra de remesas fue aproximadamente cuatro veces superior (según la misma fuente, aunque las cifras varían dependiendo de la fuente consultada), demostrando que la mayor “ayuda” vino por parte de los propios somalíes.
En comparación con la ayuda internacional, las remesas pueden tener enormes ventajas para el desarrollo ya que significan una fuente de ingresos estable, resistente a los ciclos económicos y que esquiva la corrupción de los gobiernos locales, todo lo contrario a la inversión extranjera directa o la ayuda privada al desarrollo. Por otro lado, los inmigrantes suelen enviar más dinero cuando la situación en sus países de origen se agrava (por la erupción de un conflicto armado o una catástrofe natural), por lo que las remesas actúan como un seguro económico contra la adversidad (Mohamoud, 2005). Asimismo, las remesas son enviadas fundamentalmente a familiares y utilizadas para cubrir las necesidades más básicas como la vivienda, cuidados médicos o educación, mientras que, a su vez, pueden suponer una fuente de financiación primordial para la actividad económica cuando no es posible acceder al crédito.
Remesas, guerra y desarrollo
El debate acerca del papel que puede tener el soporte financiero de una diáspora en países en conflictos armados o en situaciones de fragilidad o post-guerra es intenso y abundante. El apoyo económico exterior que ofrecen las diásporas puede ser (y ha sido) utilizado para financiar conflictos armados en sus países de origen, mientras que, a su vez, las diásporas tienen un potencial excepcional para promover el desarrollo en sus propios Estados. La asistencia financiera que ofrece una diáspora puede mitigar las tensiones especificas generadas por la pobreza y la desigualdad, pero no conseguirá resolver un conflicto por sí misma si no consigue generar alternativas a la dependencia creada en las economías de guerra.
En cualquier caso, el hecho es que las remesas se han convertido en una ingente fuente de ingresos que puede tener un impacto tremendo a la hora de determinar como se desarrolla un conflicto. Algunos ejemplos extraídos de la bibliografía:
“En Kosovo, la economía informal basada en el contrabando y las remesas enviadas por la diáspora sostuvieron durante mucho tiempo el movimiento de resistencia pacífica de Ibrahim Rugova ante Belgrado. Sin embargo, con el tiempo, el Ejército de Liberación de Kosovo consiguió hacerse con el control de estas actividades para financiar la rebelión armada”. Ballentine, K. and H. Nitzschke (2005).
“Durante la guerra civil en Etiopia, la diáspora eritrea jugó un papel vital liderando y asistiendo al Frente Para la Liberación de Eritrea en su lucha por la independencia contra Etiopia. […] Al termino de la guerra, en 1991, el nuevo Estado de Eritrea hizo un llamamiento a la diáspora eritrea para que contribuyesen al Gobierno con un dos por ciento de sus ingresos mensuales para la reconstrucción”. Pirkkalainen, Päivi and Abdile, Mahdi (2009).
“La diáspora somalí es capaz de movilizar una gran cantidad de recursos, humanos y financieros, para los distintos clanes y milicias. [Asimismo] miembros de la diáspora somalí en los países escandinavos han lanzado una nueva iniciativa que pretende recolectar dinero para apoyar distintos programas de desarrollo en el país”. Pirkkalainen, Päivi and Abdile, Mahdi (2009).
Si desea completar información sobre estas cuestiones, puede acceder al artículo completo de Ignacio Marín: Marin, Ignacio (2011) Diasporas, Spoiling or Promoting Peace. A literature Review.