Samantha Muco, de 18 años, es aprendiz de periodista en Gitega, una provincia de Burundi. Participa en programas de radio locales en los que habla sobre la situación de los niños. En este artículo relata cómo es la vida cotidiana de una niña en las zonas rurales de su país:
Soy una murundikazi, el nombre que reciben las mujeres verdaderamente burundesas. Mi vida es diferente a la de mis hermanos. Por la mañana me levanto muy temprano para prepararles el desayuno antes de que se vayan a la escuela. Enciendo el fuego y pongo la olla a calentar. Cuando abro la puerta para barrer alrededor de la casa, la neblina matinal apenas me deja ver. Entretanto, me doy cuenta de que no hay agua para que los niños se laven la cara. Cojo entonces la calabaza para ir a por agua al pantanal. Para llegar, he de seguir senderos cubiertos de rocío que serpentean entre las verdes colinas que rodean mi casa. Después de traer agua y llevar a los niños a la escuela, acompaño a mis padres a los campos. El trabajo se prolonga hasta mediodía bajo el sol ardiente de Burundi. Fatigada por la sed y el hambre, mis padres me permiten volver a casa un poco antes para preparar el almuerzo. Por el camino recojo madera seca para el fuego, que he de llevar hasta la casa. Estas tareas se repiten durante toda la semana, pues la única jornada de descanso para una chica de campo como yo es el domingo. Ese día vamos a misa y, por la noche, toda la familia se reúne en torno al fuego. Es el momento de relajarse y pasarlo bien.
A veces tengo la suerte de poder ir a la escuela, pero no es nada fácil cumplir con mis tareas domésticas y hacer también los deberes. Hay veces que dejo de lado las clases porque mis padres necesitan ayuda en casa. En el futuro, podría suceder que tuviera que dejar completamente los estudios por culpa de la miseria y la pobreza. Quizá tendría que casarme, como quieren mis padres, o buscar trabajo en la ciudad. La ciudad, sin duda alguna, me resultará decepcionante, porque no es fácil encontrar trabajo. Terminaría pidiendo o me convertiría en una niña de la calle, durmiendo al raso en una obra o bajo un canalón. En esa situación podría ser violada y quedarme embarazada. También podría ocurrir que terminase trabajando como criada, cuidando niños u ocupándome de tareas domésticas. Pasaría toda la jornada trabajando sin descanso, quizá mal pagada, malnutrida y maltratada.
Si dejo la escuela para quedarme en casa y ayudar a mis padres, no tendré futuro. Y si me caso, tendré también muchos problemas. No estoy inscrita en el registro civil y mi matrimonio no sería reconocido por el Estado. Si me quedo embarazada, me arriesgo a no sobrevivir al parto, porque soy muy joven. Mi marido podría traer a sus otras esposas o dejarme sola con los niños.
Mi vida sería así por no haber tenido la opción de terminar la escuela. Cuando una niña recibe educación, su vida no se diferencia de la de sus hermanos que estudian. Las niñas que van a la escuela son cada vez más, en comparación con años anteriores. En las clases, las niñas suelen obtener las mejores notas, lo que demuestra que son inteligentes y capaces.
Mi deseo es ver que todas las niñas burundesas vayan a la escuela y puedan prepararse para el futuro. Deseo que los padres abran la mente y dejen que sus hijas vayan a la escuela. Ante la ley, todos los niños y niñas son iguales y todos tienen derecho a ir a la escuela. El Estado debería garantizar la escolarización de todas las niñas y que terminen sus estudios. Pero todo ello será posible solo si aunamos esfuerzos por el bienestar de las niñas.